lunes, 26 de diciembre de 2011

PRIMER BELÉN Y SAN FRANCISCO DE ASÍS

«TODOS RETORNARON A SU CASA COLMADOS DE ALEGRÍA»    (1 Cel 86)  
No pensemos que esto de montar el Nacimiento o Belén es una tradición que ha pasado de abuelos a nietos, de padres a hijos, pero que carece de un fondo con suficiente peso histórico, y sobre todo espiritual, para que se haya mantenido hasta la navidad presente.
Bien es cierto que en la sociedad en la que nos ha tocado vivir, el ateísmo práctico que fermenta a sus anchas escondido detrás de la apariencia de progreso, afirma que esto del Belén son cosas que pertenecen ya al  pasado, a una creencia irracional o época del mundo en la que la humanidad, estaba sometido a una religión que pretendía ser el “opio el pueblo”, haciendo que el sufrimiento del hombre fuera olvidado. Vamos, en pocas palabras, que aliena al hombre que profesa alguna creencia, que coarta su libertad. Ellos prefieren celebrar la Navidad sin decir Navidad y se remontan a cultos paganos más que superados y que se celebraban ya en los pueblos de la Grecia clásica o la Roma imperial… Pero esto es asunto para otro artículo.


A nosotros los que nos interesa es la verdadera memoria histórica, el ver la historia en toda su amplitud sin cortar por aquí o por allá para demostrar con ella ciertas cosas de escasa credibilidad y, en muchos casos, que no responden a lo que aconteció en su totalidad, que se alejan demasiado de la veracidad de los acontecimientos. Puesto que una visión parcial de los acontecimientos, especialmente en lo concerniente a la fe, no produce más que una fe errada y falsa.
Para los cristianos la fiesta principal es la Pascua y todos los acontecimientos giran entorno a esta realidad en la que no solamente hacemos memoria, sino que también volvemos a vivir el “κήρυγμα” (Kerígma) , la Pasión, muerte y Resurrección de  Jesucristo, el Hijo de Dios, que ha venido a traer la salvación a todos los hombres .es la principal fiesta del año eclesiástico .
León I en “Sermo XIVII in Exodum” la llama la fiesta de las fiestas y dice que la Navidad se celebra sólo como preparación para la Pascua. Todas las demás fiestas dependen de la fecha de Pascua. La conmemoración de la muerte del verdadero Cordero de Dios y la Resurrección de Cristo, la piedra angular sobre la que se construye la fe cristiana, es también la fiesta más antigua de la Iglesia Cristiana, tan vieja como el Cristianismo, el vínculo que une al Antiguo y el Nuevo Testamento. Que no la mencionen los Padres Apostólicos y que oigamos hablar por primera vez de ella principalmente por medio de la controversia de los Decimocuartos es puramente accidental.
 En la cristiandad la fiesta de Navidad asumió una forma definida en el siglo IV, cuando tomó el lugar de la fiesta romana del «Sol invictus», el sol invencible; así se puso de relieve que el nacimiento de Cristo es la victoria de la verdadera luz sobre las tinieblas del mal y del pecado. Con todo, el particular e intenso clima espiritual que rodea la Navidad se desarrolló en la Edad Media, gracias a san Francisco de Asís, que estaba profundamente enamorado del hombre Jesús, del Dios-con-nosotros.
Pero la Pascua no hubiera sido posible sin la Encarnación del λόγος .

 Eso mismo pensaba el pobre y  bueno Francisco de Asís, quien profesaba una verdadera devoción por este misterio de nuestra Fe en el cuál Dios mismo se hace igual a nosotros en todo,  menos en el pecado. Para encontrar el origen de esta tradición santa y sana de montar el Nacimiento en nuestras casas, hay que mirar a San Francisco de Asís. Nacimientos es que es como a mí me gusta llamarlos, puesto que no es una maqueta de aquel Belén  del año VI antes de nuestra era. Es algo más que un dechado de arte y artesanía que se confabulan para hacer atrayente  el gran misterio del Dios hecho carne.
San Francisco, tres años de su muerte, tuvo la feliz idea de construir un piadoso nacimiento el día de la Natividad del Señor cerca de Greccio. Usando de la amistad y sincero aprecio que sentía por un amigo suyo de sangre noble, llamado Juan, el poverrello de Asís le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». Cuando Juan oyó esto de boca del Santo, corrió impetuoso y preparó en el lugar señalado cómo San Francisco le había indicado.
Así lo cuenta en la primera biografía del Santo, Tomás de Celano que habla de la noche del belén de Greccio de una forma viva y conmovedora, dando una contribución decisiva a la difusión de la tradición navideña más hermosa, la del belén. La noche de Greccio devolvió a la cristiandad la intensidad y la belleza de la fiesta de la Navidad y educó al pueblo de Dios a captar su mensaje más auténtico, su calor particular, y a amar y adorar la humanidad de Cristo .
 “Llegado el día glorioso en el que se conmemoraba el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, vinieron hermanos de muchos lugares, hombres y mujeres de la comarca que rebosaban de alegría y que con cirios y  candiles iluminaban la noche. Habiendo se dispuesto todas las cosas como él había pedido al Juan se llenó de inmensa alegría, prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad es dignidad, y la pobreza es encumbrada, se aprecia la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.
El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras.
Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.
Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males.
El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya”.

Su condición de Niño -nos dice el Santo Padre Benedicto XVI- nos indica además cómo podemos encontrar a Dios y gozar de su presencia. A la luz de la Navidad podemos comprender las palabras de Jesús: «Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3). Quien no ha entendido el misterio de la Navidad, no ha entendido el elemento decisivo de la existencia cristiana. Quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el reino de los cielos; esto es lo que san Francisco quiso recordar a la cristiandad de su tiempo y de todos los tiempos, hasta hoy. Oremos al Padre para que conceda a nuestro corazón la sencillez que reconoce en el Niño al Señor, precisamente como hizo san Francisco en Greccio. Así pues, también a nosotros nos podría suceder lo que Tomás de Celano, refiriéndose a la experiencia de los pastores en la Noche Santa (cf. Lc 2,20), narra a propósito de quienes estuvieron presentes en el acontecimiento de Greccio: «Todos retornaron a su casa colmados de alegría» (1 Cel 86).
No dejemos que esta tradición tan hermosa desaparezca. Que este evangelio vivo para los que no saben “leer”, para los pobres de hoy que carecen de la palabra de Dios esté  en cada hogar cristiano.
«Todos retornaron a su casa colmados de alegría» (1 Cel 86). Este es mi deseo para todos vosotros, para vuestras familias y a vuestros seres queridos, llenaos estos días de la Santa alegría de Navidad. ¡Feliz Navidad a todos!

                                                                                                                 José Antonio Calvo Millán

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