viernes, 24 de febrero de 2012

VIRGEN MARÍA

Fue tan grande el amor de Dios a María que, desde toda la eternidad, la eligió para ser la Madre de su Hijo. Y siglos antes de su nacimiento ya nos habla de Ella en la Sagrada Escritura.

En el Gén 3,15 le dice Dios a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Ella te aplastará la cabeza”. Según la traducción de los LXX se dice: “El” (autos) te aplastará la cabeza, entendiendo en forma individual el linaje de la mujer, como refiriéndose al Salvador y, por tanto, entendiendo que la mujer es María, la madre del Salvador. S. Jerónimo en la Vulgata traduce “ipsa conteret caput tuum” (Ella te aplastará la cabeza), entendiendo que se refiere directamente a María. Esta interpretación fue propuesta ya en el siglo II por algunos santos como S. Ireneo, S. Epifanio, S. Cipriano, Isidoro de Pelusio y también, más tarde, por S. León Magno. La misma Virgen María la confirmó, cuando en 1830 se apareció en París a Sta. Catalina Labouré sobre el globo de la Tierra y aplastando la cabeza de una serpiente.

Basándose en el texto del Gén 3,15 y en Lc 1,28, que S. Jerónimo traduce “gratia plena” (llena de gracia), algunos pocos autores antiguos enseñaron la doctrina de la Inmaculada Concepción. S. Efrén, en el siglo IV, afirma: “Tu y tu madre sois los únicos que en todo aspecto sois perfectamente hermosos, pues en Ti, Señor, no hay mancilla, ni mácula en tu Madre” (Carmina Nisib 27). S. Agustín habla de que todos los hombres deben sentirse pecadores, “exceptuada la Sta. Virgen María a la cual, por el honor del Señor, pongo en lugar aparte, cuando hablo del pecado”.Poco a poco, esta doctrina de la Inmaculada Concepción de María fue abriéndose paso en la Iglesia, a pesar de las controversias que hubo al respecto. El 8 de Diciembre de 1854 el Papa Pío IX la declaró dogma de fe. Y cuatro años más tarde, la misma Virgen María se aparecía a Bernardita en Lourdes (Sur de Francia) y decía: “Yo soy la Inmaculada Concepción” confirmando así la autoridad del Papa y corroborando una doctrina que está veladamente en la Escritura, pero que fue aclarándose a los largo de los siglos.

Jesús, según Hebreos 2,11, no se avergüenza de llamarnos hermanos y está llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29). Por tanto, si El es nuestro hermano, su Madre también es nuestra Madre. Por eso, nos la entregó al pie de la cruz, cuando le dijo a Juan: “Ahí tienes a tu Madre” y a Ella: “Ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,2627). S. Ignacio de Antioquía, que es del siglo I, en sus escritos, nos habla claramente de María, como Madre de todos los hombres.

María es Madre de Dios y Madre nuestra. Algunos hermanos separados se escandalizan de que la llamamos Madre de Dios, pero muchos siglos antes de que ellos existieran, en el concilio de Éfeso, el año 431 S. Cirilo de Alejandría decía: “Me asombro de ver que haya alguien que pueda poner en duda si la Santísima Virgen debe ser llamada Madre de Dios, porque si N.S. Jesucristo es Dios, la Santa Virgen, su madre, es forzosa e innegablemente Madre de Dios. Esta es la fe que nos han enseñado los apóstoles, esta es la doctrina de nuestros padres. No que la naturaleza del Verbo o la divinidad haya tomado principio de María, sino que en ella ha sido formado y animado de un alma racional el sagrado cuerpo, al cual el Verbo se ha unido hipostáticamente, lo que hace decir que el Verbo nació según la carne. Así en el orden de la naturaleza, aunque las madres no tengan parte alguna en la creación del alma, no deja de decirse que son madres del hombre en su totalidad y no que solamente lo sean de su cuerpo”. En este concilio de Efeso se declaró solemnemente que María era “theotokos”, es decir Madre de Dios.

Incluso en Lc 1,43 Isabel llena del Espíritu Santo, dice: “¿De dónde a mí que la Madre de Mi Señor venga a visitarme?” Dice: la Madre de mi Señor, como si dijera la Madre de mi Dios.

Jesús hizo su primer milagro por intercesión de María (Jn 2). ¡Cuánto más no podrá hacer ahora desde el cielo! Y ella, inspirada por Dios, dice: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48). Amándola a Ella, no le quitamos nuestro amor a Jesús; en ese caso, Dios nos habría prohibido amar también a nuestros seres queridos. Por eso, no tengamos miedo, Ella nos va a llevar a Jesús. Ella nos dice: “Haced lo que El os diga” (Jn 2,5). Cuanto más amemos a María, más amaremos a Jesús y con Jesús tendremos el poder del Espíritu Santo para alabar y glorificar a Nuestro Padre celestial. El mismo Lutero llegó a afirmar: “Quiero salir al paso de los que me calumnian, diciendo que yo he predicado que María era una cualquiera o que he manchado y calumniado su limpieza. Puedo jurar que en toda mi vida no se me ha ocurrido tal insensatez sobre la digna Madre de Dios. Ninguna de las cosas que me han dicho me ha dolido tanto como esta insensatez.. A María nunca se la alabará bastante. Es Madre de Cristo y Madre nuestra” (extraído de los escritos de Lutero).

Ella, según muchos santos, es la medianera de todas las gracias; pues, dicen, que todas las gracias las recibimos de Dios por medio de María. Ella es la administradora de los bienes de Dios. Es la omnipotencia suplicante, que todo lo puede con su intercesión. Y “siendo sola lo puede todo” (Sab 7,27).

Se nos dice en Lc 1,26 que el ángel Gabriel fue enviado por Dios. Dios, por boca del ángel, dice: “Dios te salve llena de gracia, el Señor está contigo” y el Espíritu Santo, por boca de Isabel le dice: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1,42). Entonces, si Dios mismo la alaba con las palabras del Avemaría, ¿no podremos hacerlo nosotros también? Alabar a María es alabar con Ella a Dios. “Mi alma alaba al Señor” (Lc 1,46).

Según recientes excavaciones hechas, en las ruinas de la iglesia sinagoga de Nazaret, construida sobre la casa de José y María, en el siglo II o principios del III, se ha descubierto una inscripción que dice AVE MARIA, lo que nos indica cuán temprana fue la devoción y amor a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, en su propia tierra. Por eso, repitamos constantemente el nombre de Jesús, el nombre sobre todo Nombre, y también el Nombre de María (Miryam, amada de Yahvé) que son poderosos como defensa y protección contra el Mal.

Y desde el siglo III, todas las generaciones de católicos la alaban con esta oración: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios, no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.

Dios quiere salvar al mundo por medio del Corazón Inmaculado de María. Cristo quiere regalarnos la salvación por medio de María, Madre de todos los hombres.

(De la obra "Católico, conoce tu Fe" del Pd. Ángel Peña O.A.R.)                            
        JOLABE

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