lunes, 25 de marzo de 2013

25 DE MARZO DÍA INTERNACIONAL DE LA VIDA


EL VALOR DE LA VIDA HUMANA

Para mí poder estar hoy aquí es un gran regalo. Entender este regalo como algo que debe estar al servicio de todos es algo tan misterioso y a la vez tan claro, que sólo corresponde al Amor que Dios Padre me tiene, un Amor que veo día a día reflejado en mi vida.  En esta Vida que hoy me siento orgulloso de poder vivir y defender de tantos males y destrucción que le acechan.
El hombre engendra y, simultáneamente, Dios crea; de tal modo que, en la generación, es muchísimo mayor la obra de Dios que la obra del hombre. Dice San Agustín que Dios es quien da vigor a la semilla y fecundidad a la madre, y sólo Él pone -creándola- el alma. Por eso, otro padre de la Iglesia nos hace esta sugerencia bellísima: Cuando alguno de vosotros besa a un niño, en virtud de la religión debe descubrir las manos de Dios que lo acaban de formar, pues es una obra aún reciente (de Dios), al cual, de algún modo, besamos, ya que lo hacemos con lo que Él ha hecho. Así pues, la vida humana, desde su concepción posee valor divino, sagrado.


Compartir con todos vosotros la Verdad el Camino y la Vida, me llena de entusiasmo e iniciativa para actuar conforme a lo que la Vida me ha dado, una conciencia a favor de ella, una actitud de lucha por ella, y a la vez practicar el amor al prójimo entendido en la defensa de su vida, sobre todo de aquellos mas débiles e inocentes.
El embrión humano es algo divino en tanto que es ya un hombre en acto. Por minúsculo que resulte a nuestra mirada, encierra una estructura grandiosa, admirable, completísima, animada por un alma inmortal, que constituye un macrocosmos sagrado. San Agustín queda incluso más admirado ante la formación de un nuevo ser humano que ante la resurrección de un muerto. Cuando Dios resucita a un muerto, recompone huesos y cenizas; sin embargo -explica ese grande del saber teológico- tú, antes de llegar a ser hombre, no eras ni ceniza ni huesos; y has sido hecho, no siendo antes absolutamente nada. Si dependiera de nosotros que Dios resucitase a un muerto (pariente, amigo o desconocido), seguramente haríamos todo cuanto estuviera en nuestro poder, por costoso que resultase. Si Dios nos dijera: haz esto, y este hombre volverá a la vida; sentiríamos una emoción profunda y nos hallaríamos felices de ser cooperadores de un hecho portentoso, divino. Pues aún de mayor relieve es la concepción de un nuevo ser humano. De donde no había nada, surge una imagen de Dios.
Todos sabemos que la vida como valor incalculable, tiene un eco profundo y persuasivo en el corazón de cada persona, creyente e incluso no creyente, porque, superando infinitamente sus expectativas, se ajusta a ella de modo sorprendente.
Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano, independientemente de su estado de vida, a ver respetado totalmente este bien primario suyo.
En el reconocimiento de este derecho se fundamentan la convivencia humana y la misma comunidad política.
El resultado al que se llega con la práctica del aborto y legalización es dramático: si es muy grave y preocupante el fenómeno de la eliminación de tantas vidas humanas incipientes o próximas a su ocaso, no menos grave e inquietante es el hecho de que la conciencia misma, casi oscurecida por condicionamientos tan grandes, le cueste cada vez más percibir  la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana.
A todas las personas de bien y con conciencia de hecho, que son pueblo de vida y para la vida, os  invitamos apremiantemente desde Derecho a Vivir para que, juntos, podamos ofrecer a este mundo nuestro signos de esperanza, trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana, para la edificación de una auténtica civilización  de la Verdad y del Amor.



    ¡NECESITAMOS NACER Y VIVIR, TODOS!

El aborto se promueve con dimensión de exterminio, no ya de un sector de la población, sino de la sociedad misma, que no ve más allá de sus narices y es incapaz de contar las generaciones que quedan antes de su agotamiento, después de la mayor opulencia, que ya no tendrá marcha atrás. Otros vendrán que ocuparán el lugar, pero ya no seremos nosotros, y mucho menos nuestros hijos. La hipocresía es uno de los mecanismos empleados para hacer digerible semejante sangría: los famosos se fotografían con niños que viven con síndrome de Down, mientras la sociedad consiente que tras la detección de este trastorno no se permita vivir al que todavía no ha nacido. Fariseísmo, ceguera, mentira, todo vale para aceptar lo inaceptable, porque el fin lo justifica: nunca antes nadie vivió tan a gusto como nosotros, que llevamos existencias de reyes.
El precio es muy alto, pero se silencia y se disfraza. Se habla de libertad, de derechos sin referencia alguna a la dignidad, sin mención a lo que es el hombre. Porque la persona no tiene valor, ya no cuentan más que unos pocos: los que han tenido la fortuna de nacer, son fuertes, jóvenes, queridos por alguien, y tienen dinero con el que protegerse. De momento. Los demás se encuentran en peligro. Mañana cualquiera puede estarlo. La vida humana ya no vale nada por sí misma. Si no aportas algo material, corres un riesgo, si nadie te dispensa su afecto, estás sentenciado. La persona vale tanto como otro quiera, porque otro decide hoy si mereces que vivas o no; siempre se empieza por los más débiles, y al final se impone por completo la ley del más fuerte. Lo veremos, lo estamos viendo.


Juan Martínez Domínguez

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