sábado, 17 de junio de 2017

CORPUS CHRISTI

Hay cosas en relación con el Corpus que ciertamente necesitan explicación hoy día. Y los creyentes necesitamos y debemos darlas y en primer lugar a nosotros mismos.

 ¿En qué sentido nos interpela el Corpus? Una primera cuestión muy elemental: el Corpus supone una celebración en el templo, la Eucaristía de la Solemnidad. Pero implica también una manifestación religiosa en la calle muy especial: ya no llevamos imágenes, sino que acompañamos el paso del Santísimo, el Señor en persona, por las vías de la ciudad; y una ciudad que hemos engalanado y adornado de una manera tan singular que se ha convertido en una tradición cultural, que conlleva la presencia no sólo de los creyentes que comparten nuestra visión de los hechos que vivimos, sino también de muchos otros que se mantienen como espectadores, admiradores o simplemente curiosos turistas.

 Siempre que se combina el templo con la calle en esta sociedad actual, afectada culturalmente por el laicismo y la secularización, surge una cuestión y se abre una pregunta. ¿Para quién hacemos lo que hacemos? Y ¿qué hacemos en realidad cuando acompañamos a Cristo Eucaristía por la calle?

 La Solemnidad del Corpus, que une celebración en el templo con Procesión en la calle, y una calle preciosamente ornamentada, abre realmente una pregunta, que afecta tanto a los creyentes como a los espectadores de la sociedad. Los no creyentes pueden no sentir el aguijón de la pregunta, pueden quedarse en la curiosidad o el espectáculo. Por una vez no nos van a juzgar en negativo por salir a la calle, porque al fin y a la postre lo que hacemos atrae a las gentes a las calles de nuestra ciudad, y hace que su nombre suene. Pero los creyentes sí nos debemos preguntar si la Eucaristía que celebramos es referente en nuestras vidas, nos debemos preguntar si engalanamos las calles porque preparamos una alfombra a quien es el referente fundamental de nuestras vidas, o una efímera obra de arte que espera ser admirada precisamente antes de que pase Aquel para quien ha sido hecha.
  Los creyentes podemos ver en la celebración de la Eucaristía el resumen de lo que somos y lo que debemos ser; el resumen de lo que hacemos y lo que debemos hacer. En la Eucaristía escuchamos la Palabra y la acogemos en el corazón para llevarla a la vida; es que en realidad nos entendemos a nosotros mismos más desde lo que Dios nos dice, que desde lo que nosotros mismos decidimos. En la Eucaristía damos gracias a Dios por sus dones porque sabemos que a Él se lo debemos todo.

Los creyentes de hoy tenemos más necesidad de adorar que de luchar. Estamos muy entretenidos en la búsqueda de los métodos, los programas, las dinámicas, y las formas de responder a una sociedad que nos reta continuamente, e incluso nos provoca y nos desafía. Sólo si sabemos adorar, sólo si adoramos realmente, podemos encontrar la palabra justa y el gesto conveniente. La adoración no es quietud e inmovilidad; la adoración es una peregrinación interior, un “gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos.

Juan Pablo II había propuesto como lema para el Encuentro Mundial de los jóvenes en Colonia la frase de los Magos en su búsqueda del Rey de los judíos: «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2). Es un tema –decía el Santo Padre- que permite a los jóvenes de cada continente recorrer idealmente el itinerario de los Reyes Magos, cuyas reliquias se veneran según una pía tradición precisamente en aquella ciudad (Colonia), y encontrar, como ellos, al Mesías de todas las naciones.”

 Buscar a Cristo, encontrarlo, adorarlo, anunciarlo. En la Eucaristía hacemos memoria de Jesús, repetimos las palabras y los gestos con los que Él nos entrega su presencia y hace presente su entrega, porque es eso precisamente lo que somos y lo que debemos ser cuando participamos de su regalo: pan presente para saciar el hambre del mundo, pan partido y sangre entregada en la vida de cada día. En la Eucaristía somos enviados a la calle, a la familia, al trabajo, al taller y a la oficina, porque es allí donde debemos hacer presente nuestra entrega, y así hacer presente a Cristo mismo.

  Los creyentes podemos ver de una manera especial en la Procesión del Corpus el resumen de nuestra misión. La Iglesia no tiene otra cosa que hacer en este mundo que lo que hace en la Solemnidad del Corpus: celebrar la presencia de la entrega de Cristo, y llevar a Cristo a todos, acercar a Cristo a todos.
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JOLABE