sábado, 4 de abril de 2015

LEYENDAS DE LA ANTIGÜEDAD

LA MUERTE DE CRISTO, SEGÚN LA CARTA DE CLODIO FABATO

En nuestra vecina ciudad de Niebla se conserva una hermosa tradición o leyenda que relaciona a un soldado de Niebla, Clodio Fabato, con la muerte del Redentor en el Gólgota, de la que, supuestamente, fue testigo presencial, como miembro del destacamento romano que ejecutó la sentencia. La leyenda nos ha llegado a través del que fuera párroco de Niebla, Don Cristóbal Jurado Carrillo.

Ya hemos tenido ocasión de demostrar que no puede ser anterior a 1634, fecha de la publicación de la obra de Rodrigo Caro, Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla y chorografía de su convento jurídico, obra en la que se relaciona el texto de la inscripción de Fabato, de Niebla, fechable en los primeros decenios del siglo II, con un texto dedicado por Julia Marcela a Clodio Fabato, su marido, existente en Rignano, Italia.

Debe, pues, tratarse de una composición culta, obra de un erudito conocedor de la Chorografía de Rodrigo Caro, y con conocimiento de la cultura romana clásica, tal vez el notario público Don Jerónimo de la Fuente, del último tercio del siglo XVIII, o el notario Don Alonso Avendaño de Contreras, de principios del siglo XIX. En cuanto a su paradero, Ortiz Muñoz recoge la información de que el original, en pergamino, fue regalado a Castelar en 1869.

La bella y sugestiva carta, que habría sido escrita en Judea por el decurión Clodio Fabato, el día primero de Abril del año 79 del Calendario Juliano, 33 de nuestra Era, va dirigida a su querida Julia Marcela, en Ilípula, Niebla. Dice así:

"A Julia Marcela: en Ilípula: salud:

Carísima: Te escribo desde Judea, como Decurión de las legiones del Pretor Poncio Pilatos, para narrarte uno de los sucesos más singulares, que he visto en la vida de las milicias.

He sido testigo con mi Decuria, la de Léntulo y otras, del suplicio en la ciudad de Jerusalén de un tal Jossua, galileo, enviado de Dios, que se titulaba rey de Judea, y que, según la gente, daba vista a los ciegos, hacía andar a los paralíticos y tullidos, curaba a los enfermos sin medicinas de hierbas, arrojaba a los malos espíritus del cuerpo de los posesos, y y resucitaba a los muertos; siendo aborrecido por todo esto de los escribas y sacerdotes.