martes, 21 de julio de 2015

EL HOMBRE DE LA OTRA CAMA

Estos día he leído, en una revista, una pequeña historia que me ha dejado un poco impresionado. Cuenta que dos hombres, ambos gravemente enfermos, compartían la misma habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama, durante una hora cada tarde, para ayudar a drenar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto.

El otro hombre debía permanecer todo el tiempo en su cama, tendido sobre su espalda. Los hombres conversaban horas y horas. Hablaban acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, de sus trabajos, de su servicio militar, de cuando estaban de vacaciones, etc.

Y cada tarde, en la cama cerca de la ventana, el hombre que podía sentarse se pasaba el tiempo describiéndole a su compañero de cuarto el paisaje que él podía ver desde allí. 

El hombre de la otra cama  comenzaba a vivir, en esos pequeños intervalos de una hora, como si su mundo se agrandara y reviviera por toda la actividad y el color del mundo exterior. Se divisaba desde la ventana un hermoso lago, cisnes, personas nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes enamorados caminaban abrazados entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles adornaban el paisaje, y una ligera vista del horizonte de la ciudad podía divisarse desde la distancia. Como el hombre de la ventana describía todo esto con exquisitez de detalles, el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar tan pintorescas escenas. 

Una cálida tarde de verano, el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por ahí. A pesar de que el hombre no podía escuchar a la banda, si podía ver todo en su mente, pues el caballero de la ventana le describía todo con palabras muy descriptivas. Pasaron días y semanas. 

Un día, cuando la enfermera de mañana llega a la habitación llevando agua para el aseo de cada uno de ellos, descubre el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, el mismo que había muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella se entristeció mucho y llamó a los auxiliares del hospital para trasladar el cuerpo.

Tan pronto como creyó conveniente, el otro hombre preguntó si podía ser trasladado cerca de la ventana. La enfermera estaba feliz de realizar el cambio; luego de estar segura de que estaba confortablemente instalado, ella le dejó solo. Lenta y dolorosamente se incorporó, apoyado en uno de sus codos, para tener su primera visión del mundo exterior.

Finalmente, iba a tener la dicha de verlo por sí mismo. Se estiró para, lentamente, girar su cabeza y mirar por la ventana que estaba junto a la cama. Sólo había un gran muro blanco. Eso era todo.

El hombre preguntó a la enfermera qué pudo haber obligado a su compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas a través de la ventana. La enfermera le contestó que ese hombre era ciego y que, por ningún motivo, él podía ver esa pared.

Ella dijo: 
- Quizá él solamente quería darle ánimo a usted...

(Rosario Gómez - Cuentos con Alma, de la Revista El Promotor).

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JOLABE