sábado, 21 de mayo de 2016

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

1. La revelación del Dios uno y trino
«El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Compendio, 44). Toda la vida de Jesús es revelación del Dios Uno y Trino: en la anunciación, en el nacimiento, en el episodio de su pérdida y hallazgo en el Templo cuando tenía doce años, en su muerte y resurrección, Jesús se revela como Hijo de Dios de una forma nueva con respecto a la filiación conocida por Israel. Al comienzo de su vida pública, además, en el momento de su bautismo, el mismo Padre atestigua al mundo que Cristo es el Hijo Amado (cfr. Mt 3, 13-17 y par.) y el Espíritu desciende sobre Él en forma de paloma. A esta primera revelación explicita de la Trinidad corresponde la manifestación paralela en la Transfiguración, que introduce al misterio Pascual (cfr. Mt 17, 1-5 y par.). Finalmente, al despedirse de sus discípulos, Jesús les envía a bautizar en el nombre de las tres Personas divinas, para que sea comunicada a todo el mundo la vida eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cfr. Mt 28, 19).
En el Antiguo Testamento, Dios había revelado su unicidad y su amor hacia el pueblo elegido: Yahwé era como un Padre. Pero, después de haber hablado muchas veces por medio de los profetas, Dios habló por medio del Hijo (cfr. Hb 1, 1-2), revelando que Yahwé no sólo es como un Padre, sino que es Padre (cfr. Compendio, 46). Jesús se dirige a Él en su oración con el término arameo Abbá, usado por los niños israelitas para dirigirse a su propio padre (cfr. Mc 14, 36), y distingue siempre su filiación de la de los discípulos. Esto es tan chocante, que se puede decir que la verdadera razón de la crucifixión es justamente el llamarse a sí mismo Hijo de Dios en sentido único. Se trata de una revelación definitiva e inmediata, porque Dios se revela con su Palabra: no podemos esperar otra revelación, en cuanto Cristo es Dios (cfr., p. ej., Jn 20, 17) que se nos da, insertándonos en la vida que mana del regazo de su Padre.
En Cristo, Dios abre y entrega su intimidad, que de por sí sería inaccesible al hombre sólo por medio de sus fuerzas. Esta misma revelación es un acto de amor, porque el Dios personal del Antiguo Testamento abre libremente su corazón y el Unigénito del Padre sale a nuestro encuentro, para hacerse una cosa sola con nosotros y llevarnos de vuelta al Padre (cfr. Jn 1, 18). Se trata de algo que la filosofía no podía adivinar, porque radicalmente se puede conocer sólo mediante la fe. 

lunes, 9 de mayo de 2016

MAYO, EL MES DE LA VIRGEN MARÍA: MODELO ANTE EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO


Leyendo los Evangelios descubrimos como, más allá de los dolores, la vida de María está marcada por el sufrimiento y las dificultades propias de la condición humana: vive pobremente en Nazaret; es madre soltera (pues se ve en la angustia de tener que comunicar a José que se ha quedado embarazada sin su concurso); da a luz en un establo; experimenta la persecución y la emigración; no siempre entiende la misión de su Hijo y tiene que ver sufrir y morir a su Hijo querido. Aún así, también vivió momentos de serenidad y de alegría: se alegra con Isabel; goza dando vida a su Hijo; disfruta de la boda en Caná; se goza con la Resurrección…

Esto explica también por qué en la Edad Media se desarrolló la devoción a las siete alegrías de María, frente a la de los siete dolores.

En esta clave, María no es sólo “icono vivo del Evangelio del sufrimiento”, sino también madre y modelo de salud, y no sólo para los enfermos, sino también para los sanos. María representa de forma ejemplar un estilo de vida saludable como persona, como mujer y como creyente.

Desde el primer momento, ella confía plenamente en Dios y se deja llevar por su plan de salvación; fue la “llena de gracia” y también de humanidad; “felicitada por todas las generaciones”, aceptó al mismo tiempo su condición de criatura, de “humilde sierva”; se relacionó sanamente con Dios con una fe liberadora y enriquecedora; estuvo expuesta, como todos, a condicionamientos, pero fue libre, con una gran libertad interior; sufrió, pero se sintió dichosa; estuvo entera al pie de la Cruz y supo esperar contra toda esperanza; vivió en una humilde aldea, pero desde allí mostró un modelo de nuevas relaciones familiares y fraternas. María realizó plena y sanamente su condición de mujer y de creyente.

Es más, porque María se sintió desde el principio amada por Dios –“el Señor ha mirado la humillación de su sierva, y desde ahora me llamarán dichosa, porque el Todopoderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc. 1, 48-49) - , pudo y supo amar a los demás.

Es la experiencia de ser/sentirse amado la que hace posible que uno pueda amar, pueda vivir esa misma experiencia con quien tiene a su lado. Esta vivencia intensa de AMOR resulta para María fundante de su fe, su vida y su acción. Y también en ella debemos vernos nosotros llamados a dejarnos amar por Él, para poder amar de verdad a los demás, en especial a los más necesitados, como hizo María.

Por eso es importante no sólo tenerla como modelo o acudir a ella en la enfermedad o en los momentos de sufrimiento, sino tomarla como modelo y madre en la salud, en la vida diaria, para asumir sus mismas actitudes de mujer creyente que se abandona confiadamente en Dios y “participa mediante la fe en el desconcertante misterio de Cristo” y de la vida.

(Fuente consultada: Jesús Martínez Carracedo, Ed. Sal Terrae).

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JOLABE