miércoles, 23 de mayo de 2018

EL VALOR DEL SILENCIO EN LA MISA

EL CAMINO DE NUESTRA VIDA INTERIOR 

Allá por los años 70, me encantaba enormemente una canción titulada “El sonido del Silencio”, del dúo musical americano PAUL SIMON & ART GARFUNKEL. El propio Paul Simon  había revelado en una entrevista, de que él acostumbraba a ir a componer sus canciones a un pequeño cuarto de su casa porque estando allí encerrado en la "oscuridad", lograba mejor concentración, más imaginación y también mejores sonidos de su guitarra, etc. Hay personas que han encontrado un mensaje religioso en la lírica de esta canción pero a mí, lejos del significado literal de algunas de sus palabras me ha sugerido un mensaje de contenido social muy profundo e interesante.


Silencio… Palabra de moda, pero en realidad poco conocida y valorada. Para algunos, quizás muchos, algo extraño. Para otros, una experiencia profunda de vida. ¿Silencio? ¿Ruido?...


Está en juego nuestra esperanza. A veces, comprobamos que quedarnos en silencio con uno mismo es mucho más difícil de lo que, antes de intentarlo, habíamos sospechado.



Los Evangelios nos dicen que el silencio guarda la Palabra en el corazón… “María guardaba todas estas cosas en su corazón…” (Lc. 2, 19). “Hay fiestas muy ruidosas; nos vendría bien un poco de silencio, para oír la voz del AMOR”, nos dice el Santo Padre Francisco. En nuestra vida cotidiana el Silencio también es sinónimo de Atención, y todavía diría más, es “Atención Amorosa”, en palabras de San Juan de la Cruz. Y si nos ejercitamos en esta Atención Amorosa, se nos regalará entre otros muchos dones.

El silencio (callar y escuchar) es uno de los gestos simbólicos menos entendidos (y practicados) de nuestra liturgia. Recordarnos que “también, como parte de la celebración, ha de guardarse a su tiempo el silencio sagrado”. Escuchar es hacer propio lo que se proclama. No es algo pasivo. Es una actitud positiva, activa. Escuchar es algo más que oír. Es atender, ir asimilando que se oye, reconstruir interiormente el contenido del mensaje.

La comunidad cristiana es fundamentalmente una comunidad que escucha. Es la primera forma de fe y de oración, antes de decir palabras y entonar cantos. Y es la actitud más cristiana: escucha el que es humilde, el que reconoce que no lo sabe todo, que es “pobre” en la presencia de Dios y de los demás. Los autosuficientes y orgullosos no escuchan.

El cultivo del silencio en la acción litúrgica favorece la sacralidad del rito, su profundidad y su verdadera participación plena, consciente, activa, interior y fructuosa. Los momentos de silencio prescritos -es decir, obligatorios- que el Misal romano señala son: 

En el Acto penitencial de la Misa y tras el “Oremos” de la Oración Colecta, es un silencio de recogimiento. Entramos en lo interior para formular nuestra petición evitando dispersarnos, distraernos. En el acto penitencial, el recogimiento se vuelve una humilde súplica de perdón y de reconocimiento de la propia debilidad, para después, en común, pedir perdón al Señor. 

El “Oremos” de la oración colecta es una invitación para que, recogiéndonos, formulemos cada uno nuestra súplica personal al Señor, nuestras peticiones concretas, en el momento de celebrar la Santa Misa. La oración que el sacerdote pronuncia después de este silencio recoge o recolecta todas nuestras peticiones personales.

Un silencio de meditación, naturalmente breve para no desfigurar la naturaleza comunitaria de la liturgia y el ritmo mismo de la celebración es el Silencio después de la lectura o después de la Homilía. Aquí se medita lo escuchado, pasándolo al corazón y a la memoria, de manera que asimilemos cuanto la Palabra de Dios ha proclamado y se convierta en algo nuestro, se encarne en nuestro existir. En silencio ha de ser escuchada esta divina Palabra que desde los cielos sigue proclamando el Padre por cada uno de sus hijos.


Un silencio orante, de adoración y de acción de gracias, se produce tras la Comunión, es decir, tras la recepción del Cuerpo eucarístico del Señor. Es el momento personalísimo de encuentro con Cristo en el corazón, adorando su Presencia real, dándole gracias por su amor y misericordia, uniéndonos a Él para vivir en Él. Será, en proporción, un silencio que tampoco rompa el ritmo comunitario como una larguísima pausa, sino proporcionado, como el silencio después de la Homilía.

Por último, un Silencio de Preparación, aquel que debe reinar en la iglesia y que dispone a la persona a pasar del trasiego de la actividad a centrarse sólo en la Acción Sagrada, con el suficiente sosiego, paz e intención clara de glorificar al Señor… A partir de ahora, vamos a prestar más atención y a valorar la profundidad del SILENCIO  y de la MEDITACIÓN en la Eucaristía…

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JOLABE