La eucaristía es fuente de toda la vida cristiana. El Concilio
Vaticano II dice “la eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”. ¿Quién es
el bien espiritual de la Iglesia? No son los cuadros de arte, ni las catedrales, no los
copones de oro, ni las vestimentas bordadas... El bien espiritual es “Cristo mismo, nuestra
Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo”
(Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, n. 5).
Una Iglesia podría tener todo el arte sacro más bello del mundo, pero
si no tiene la presencia viva de Cristo eucaristía, ¿de qué sirve ese arte? El
arte sacro está al servicio y para gloria de Cristo eucaristía.
Al hablar de elementos artísticos nos referimos
especialmente a la música y al arte sagrado que deben estar siempre al servicio y para gloria de
Cristo Eucaristía.
I. MÚSICA SAGRADA
La música sagrada es aquella que, creada para la
celebración del culto divino, posee cualidades de santidad y de perfección de
formas. La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida
a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o
fomentando la unanimidad, ya enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados.
La música
sagrada tiene el mismo fin que la liturgia, o sea, la
gloria de Dios y la santificación de los fieles. La música sagrada
aumenta el decoro y esplendor de las solemnidades litúrgicas. “La música
sacra –dirá el papa beato Juan Pablo II un medio privilegiado para facilitar una
participación activa de los fieles en la acción sagrada”.
La música no debe dominar la liturgia, sino servirla. En este sentido, antes de San Pío X se celebraban muchas misas con orquesta, algunas muy célebres, que se convertían a menudo en un gran
concierto durante el cual tenía lugar la Eucaristía. Ya se desvirtuaba la
finalidad profunda de la música litúrgica, la gloria de Dios. Amenazaba la
irrupción del virtuosismo, la vanidad de la propia habilidad, que ya no está al
servicio del todo, sino que quiere ponerse en un primer plano.
Todo esto
hizo que en el siglo XIX, el siglo de una subjetividad que quiere emanciparse,
se llegara, en muchos casos, a que lo sacro quedase atrapado en lo operístico,
recordando de nuevo aquellos peligros que, en su día, obligaron a intervenir al
concilio de Trento, que estableció la norma según la cual en la música
litúrgica era prioritario el predominio de la palabra, limitando así el uso de
los instrumentos.
San Pío X
ofreció como modelo de música litúrgica el canto
gregoriano, porque servía a la liturgia sin dominarla. Tras el concilio
Vaticano II, con la introducción de la lengua del pueblo en la celebración, la
música cambió y se buscaron otras melodías diferentes al gregoriano. Sin
embargo, el principio de que el canto debe servir a la liturgia continúa
vigente.
Hoy, ¿qué
música sagrada permite la Iglesia?: Se permiten el canto gregoriano, la
polifonía sagrada antigua y moderna, la música sagrada para órgano y el canto
sagrado popular, litúrgico y religioso.
También el
Vaticano II permitió la música autóctona de los pueblos cristianos, pero
adornada de las debidas cualidades. La Iglesia aprueba y admite todas las formas
musicales de arte auténtico, así vocal como instrumental. Pero de nuevo debemos
recordar el principio: la música debe servir a la
liturgia, no dominarla.
Entre
todos estos géneros musicales, la Iglesia da la preferencia al canto
gregoriano, que es el propio de la Liturgia romana y al que San Pío X califica
de supremo modelo de toda música sagrada, el único que heredó de los antiguos
Padres, y que custodió celosamente durante el curso de los siglos en sus
códices litúrgicos.
Instrumentos que son admitidos:
Nos
contesta el Concilio Vaticano II: “En el culto divino se pueden admitir
otros instrumentos, a juicio y con consentimiento de la autoridad eclesiástica
territorial competente, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso
sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la
edificación de los fieles” (Sacrosanctum Concilium, n. 120).
Principios que ofrece el Papa para la música dentro de las celebraciones
litúrgicas católicas:
“Ante
todo es necesario subrayar que la música destinada a los ritos sagrados debe
tener como punto de referencia la santidad”.
“No
puede haber música destinada a las celebraciones de los ritos sagrados que no
sea primero verdadero arte”. Sin embargo, “esta cualidad no es
suficiente” advierte el Santo Padre. “La música litúrgica debe en efecto
responder a sus requisitos específicos: la plena adhesión a los textos que
presenta, la consonancia con el tiempo y el momento litúrgico a la que está
destinada, la adecuada correspondencia con los ritos y gestos que propone”.
“El
sagrado ámbito de la celebración litúrgica no debe convertirse jamás en
laboratorio de experimentos o de prácticas de composición y ejecución
introducidas sin una atenta revisión”, dice además el papa. El canto
gregoriano, dice luego Juan Pablo II, “ocupa un lugar particular”; pues
“sigue siendo aún hoy el elemento de unidad” en la liturgia.
En
general, señala el papa, el aspecto musical de las celebraciones litúrgicas “no
puede ser dejado a la improvisación, ni al arbitrio de los individuos, sino que
debe ser confiado a una bien concertada dirección en respeto a las normas y
competencias, como fruto significativo de una adecuada formación litúrgica”.
Por ello, en el campo litúrgico, el Papa señala “la urgencia de promover una
sólida formación tanto de los pastores como de los fieles laicos”.
El papa
Benedicto XVI enumera otros criterios sobre la música sagrada, que son
importantes destacar:
- La letra de la música litúrgica tiene que estar basada en la Sagrada Escritura.
- La liturgia cristiana no está abierta a cualquier tipo de música.
- Nuestro canto litúrgico es participación del canto y la oración de la gran liturgia, que abarca toda la creación. Así vencemos el subjetivismo y el individualismo, que llevaría al virtuosismo y a la vanidad.
II. ARTE SACRO
“Las
imágenes de Cristo, de la Virgen, Madre de Dios, y las de otros santos, hay que
tenerlas y guardarlas sobre todo en los templos y tributarles la veneración y
el honor debidos. No es que se crea que en ellas hay algo de divino..., sino
que el honor que se les tributa se refiere a los modelos originales por ellos
representados. Por tanto, a través de las imágenes que besamos y ante las
cuales, descubrimos nuestra cabeza y nos postramos, adoramos a Cristo y
veneramos a los santos cuya semejanza ellas evocan”(Concilio de Trento,
Ses. XXV).
El
cardenal Ratzinger dice: “El icono (imagen) conduce al que lo contempla,
mediante esa mirada interior que ha tomado cuerpo en el icono, a que vea en lo
sensorial lo que va más allá de lo sensorial y que, por otra parte, pasa a
formar parte de los sentidos. El icono procede de la oración y conduce a la
oración, libera de la cerrazón de los sentidos que sólo perciben lo exterior,
la superficie material y no se percatan de la transparencia del espíritu, de la
transparencia del Logos en la realidad. En el fondo, lo que está en
juego es el salto que lleva a la fe...Si no tiene lugar una apertura interior
en el hombre, que le haga ver algo más de lo que se puede pedir y se puede pesar,
y que le haga percibir el resplandor de lo divino en la creación, Dios quedará
excluido de nuestro campo visual...Sólo cuando se haya entendido esta
orientación interior del icono se podrá comprender, en su justa medida, la
razón por la cual el II Concilio de Nicea, y todos los sínodos siguientes que
se refirieron a los iconos, apreciaron en el icono una profesión de fe en la
Encarnación y consideraron la iconoclastia como la negación de la Encarnación,
como la suma de todas las herejías. La Encarnación significa, ante todo, que
Dios, el Invisible, entra en el espacio de lo visible, para que nosotros, que
estamos atados a lo material, podamos conocerle”.
El
Concilio Vaticano II en su constitución sobre la Sagrada Liturgia dice: “el
arte que se emplee en todo lo relacionado con la liturgia debe orientar
santamente a los hombres hacia Dios y debe estar de acuerdo con la fe, la
piedad y las leyes religiosas tradicionales” (SC. n. 122). Por tanto, “tiene
que ser un arte digno y reverente. Se debe buscar más una noble belleza que la
mera suntuosidad. Hay que excluir, por lo mismo, aquellas obras artísticas que
repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana, y ofendan el
sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya
sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte” (SC. n.
124).
Sobre las
imágenes sagradas, se dice: “deben exponerse a la veneración de los fieles,
pero con moderación en el número y guardando entre ellas el debido orden, a fin
de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos
ortodoxa” (SC. n. 125). “Al edificar los templos, se debe procurar que
sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la
participación de los fieles” (n. 124).
El
cardenal Ratzinger en su libro “El espíritu de la Liturgia” nos resume así los
principios fundamentales del arte asociado a la liturgia:
- La ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la Encarnación de Dios. Ciertamente, siempre habrá altibajos según los tiempos, y por tanto, también habrá tiempos de cierta pobreza en las imágenes. Pero jamás podrán faltar por completo. La iconoclastia no es una opción cristiana.
- El arte sagrado encuentra sus contenidos en las imágenes de la historia de la salvación, comenzando por la creación, desde el primer día, hasta el octavo: el día de la resurrección y de la segunda venida, en el que se consuma la línea de la historia cerrando el círculo. Forman parte de él, sobre todo, las imágenes de la historia bíblica, pero también la historia de los santos como concreciones de la historia de Jesucristo, como fruto maduro de esa semilla de trigo que cae en tierra y muere a lo largo de toda la historia.
- Las imágenes sirven para poner de manifiesto la unidad interna de la actuación de Dios. Remiten al sacramento –sobre todo al bautismo y la eucaristía- y en ellos están contenidos, de tal manera, que apuntan también al presente. Guardan una íntima y estrecha relación con la acción litúrgica. La historia llega a ser sacramento en Jesucristo, que es la fuente de los sacramentos. Por esto mismo, la imagen de Cristo es el centro del arte figurativo sagrado. El centro de la imagen de Cristo es el misterio pascual: Cristo se representa como crucificado, como resucitado, como aquél que ha de venir y cuyo poder aún permanece oculto. Cada imagen de Cristo tiene que reunir estos tres aspectos esenciales del misterio de Cristo, y ser, en este sentido, una imagen de la Pascua.
- La imagen de Cristo y las imágenes de los santos no son fotografías. Su cometido es llevar más allá de lo constatable desde el punto de vista material, consiste en despertar los sentidos internos y enseñar una nueva forma de mirar que perciba lo invisible en lo visible. La sacralidad de la imagen consiste en que procede de una contemplación interior. La imagen está al servicio de la liturgia; la oración y la contemplación en la que se forman las imágenes tienen que realizarse en comunión con la fe de la Iglesia. La dimensión eclesial es fundamental en el arte sagrado y, con ellos, también la relación interior con la historia de la fe, con la Sagrada Escritura y con la Tradición.
- No deben existir normas rígidas: las nuevas experiencias religiosas y los dones de las nuevas instituciones tienen que encontrar su lugar en la Iglesia. Pero sigue habiendo una diferencia entre el arte sacro (en lo que respecta a la liturgia) y el arte religioso en general. El arte sacro no puede ser el ámbito de la pura arbitrariedad. De la subjetividad aislada no puede surgir el arte sacro.
¿Qué significa todo esto en la práctica?
La
veneración de las imágenes, tanto en pinturas, esculturas, relieves, cerámicas
u otras representaciones constituyen “un elemento relevante de la piedad
popular” tal como el Directorio sobre la piedad popular afirma. Pero hay
que advertir que si esa veneración no se apoya en conceptos teológicos
adecuados se corre el riesgo de caer en desviaciones que en definitiva hagan a
los fieles sustituir lo representado por la materialidad de la figura concreta
cayendo si no en idolatría, que tal vez sea excesivo, si al menos en prácticas
ajenas a una auténtica religiosidad cristiana aunque estén llenas de buena fe.
Las imágenes según la enseñanza de la Iglesia son: signos
santos, ayuda para la oración, estímulo para su imitación, forma de catequesis
y en definitiva traducción iconográfica del mensaje evangélico.
La imagen no se venera por ella misma sino por lo que representa. No se puede tampoco olvidar el aspecto artístico y el decoro que las
imágenes deben tener aunque siempre teniendo en cuenta que la función principal
de la imagen sagrada es ayudarnos a introducirnos en el Misterio y no el
deleite estético. Cuando ambas funciones se encuentran gracias a la gubia o
pincel de un genial artista se produce el milagro de aquellas imágenes que
despiertan la universal devoción.
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