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martes, 21 de mayo de 2013

ORIENTACIONES PASTORALES PARA LA COORDINACION DE LA FAMILIA, LA PARROQUIA Y LA ESCUELA EN LA TRANSMISION DE LA FE


Introducción

1. «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20).
Desde la primera proclamación del kerigma apostólico, a la pregunta que les dirigen aquellos a quienes Dios ha abierto el corazón y perseveraban en la enseñanza (cf. Hch 2, 37. 42), los apóstoles y sus sucesores no tienen otra respuesta más que el mandato que el Señor les dio antes de subir al cielo: ofrecer el pan de la Palabra y la gracia de los sacramentos para que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven.
El mandato del Señor
2. Así, desde los primeros compases de la Iglesia en el mundo, la enseñanza tuvo un puesto significativo en su seno con acentos diversos: didajé (enseñanza), didascalía (instrucción) o catequesis (catecumenado). Más tarde, la creación de las escuelas catedralicias y parroquiales, por un lado, y el esfuerzo de tantas congregaciones y Órdenes religiosas dedicadas a la educación, por otro, son testimonio de dicha atención maternal. En las últimas décadas, la preocupación y ocupación eclesiales por esta tarea han llevado al Episcopado en España, especialmente por la Conferencia Episcopal y, en concreto, a través de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, a ofrecer valiosas reflexiones y orientaciones: a las familias, en su responsabilidad de dar testimonio de la fe a sus hijos; a las parroquias, en su responsabilidad de proponer la iniciación cristiana a niños, adolescentes y jóvenes; a las instituciones y a los agentes de enseñanza en general, y de la enseñanza religiosa en particular, en su responsabilidad de ofrecer una formación religiosa y moral y como propuesta de diálogo entre la fe y la cultura. Esto muestra el testimonio vivo y el interés permanente de la Iglesia por la educación al servicio del hombre y de la sociedad[1].
La emergencia educativa
3. En efecto, la Iglesia, consciente en todo momento de su misión de anunciar el Evangelio, ha considerado siempre la formación de los fieles como una de sus tareas esenciales. Hoy, atenta a dicha misión y dadas las circunstancias socioculturales, donde todo cambia con vertiginosa rapidez y donde la fe de los creyentes se encuentra acosada y contrastada por tantos interrogantes, la Iglesia ofrece, también, su regazo de madre y maestra al servicio de la educación integral del hombre.
4. Reconocemos con profundo agradecimiento que la cultura de nuestro tiempo ha logrado conquistar y ha adquirido valores importantes que humanizan muchos aspectos de la vida personal, comunitaria y social. Con todo, percibimos en ella algunos factores característicos que influyen de modo particular en la crisis de la transmisión de valores humanos y referencias específicamente religiosas y, más en concreto, en lo referente a la comunicación y educación en la fe. Ante este hecho generalizado en la mayor parte del mundo, con algunas características propias en nuestro país, el papa Benedicto XVI ha llamado la atención sobre lo que él ha denominado la «emergencia educativa», o, lo que es lo mismo, la urgencia educativa. Al hablar de ella en distintos escenarios, el pontífice subraya la necesidad de «redescubrir y reactivar un itinerario que, con formas actualizadas, ponga de nuevo en el centro la formación plena e integral de la persona humana»[2].
Comunión y corresponsabilidad
5. Al acoger estas orientaciones del Santo Padre en lo referente a la urgencia educativa, entre las que destaca el estudio y análisis de las raíces de dicha emergencia para responder de manera apropiada a la misma y ofrecer elementos positivos a los destinatarios, entendemos que una de las primeras respuestas que nuestra Iglesia debe dar es la de aunar esfuerzos, compartir experiencias, dedicar personas y priorizar recursos, con el fin de coordinar objetivos y acciones entre los diversos ámbitos: familia, parroquia y escuela, en orden a la transmisión de la fe, hoy.
Destinatarios
6. Los obispos miembros de la Conferencia Episcopal Española, fieles al mandato del Señor, servidores del Evangelio en esta hora de la Iglesia, y deseando ardientemente ofrecer orientaciones adecuadas para coordinar la transmisión de la fe, buscamos y queremos ayudar a los padres de familia en su difícil y hermosa responsabilidad de educar a sus hijos; a los sacerdotes y catequistas en las parroquias en la paciente y apasionante misión de iniciar en la fe a las nuevas generaciones de cristianos; así como a los profesores de religión en los centros de enseñanza, estatales y de iniciativa social, católicos o civiles, preocupados y entregados a la noble tarea de formación de niños y jóvenes.
Estructura
7. El presente documento que ponemos en vuestras manos está estructurado en cinco capítulos: en el primero, hacemos un sencillo análisis de las necesidades, dificultades y posibilidades de la transmisión de la fe en la familia cristiana, la catequesis parroquial y la enseñanza religiosa escolar; en el segundo, tratamos de los responsables para una adecuada coordinación, en el sentido de aunar esfuerzos, compartir experiencias y priorizar recursos y personas; en el tercero, exponemos los servicios distintos y complementarios que corresponden a las respectivas instituciones mencionadas; en el cuarto, señalamos las dimensiones específicas de estos servicios en la transmisión de la fe; y, en el quinto, ofrecemos aquellos medios que favorecen y ayudan a la transmisión de la fe, hoy, según las distintas situaciones de los destinatarios y las diversas responsabilidades de padres, catequistas y profesores.


I. Necesidades, dificultades y posibilidades en la transmisión de la fe

8. Muchos creyentes, que vivimos con gozo nuestra fe cristiana, somos conscientes del servicio que otros, en la familia, en la escuela, en la parroquia y en los grupos, por diversos medios eclesiales, nos han ayudado a recibirla y a crecer en ella. Les estamos profundamente agradecidos porque nos han transmitido lo más valioso que poseemos. Sin embargo, en lo más profundo de nuestra experiencia creyente, hemos llegado a descubrir que la fe es para nosotros un don, una gracia de Dios. Sabemos que desde nuestra libertad, en ocasiones con esfuerzo y no sin cierta dificultad, de modo especial en determinadas edades y situaciones, hemos llegado a reconocer y acoger el don de la fe. Estamos asimismo convencidos, sobre todo, de haber llegado a conocer a quien, a través de otros creyentes y desde lo más íntimo de nuestro ser, nos estaba llamando a un encuentro personal con él: el mismo Dios, nuestro Padre del cielo. «El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo»[3].
En qué consiste la transmisión de la fe
9. No se trata, pues, solo de un traspaso o exportación de ideas o valores, normas o prácticas a los que los destinatarios serían ajenos. Se trata de ayudar a la persona a prestar atención, a tomar conciencia y a consentir con una Presencia con la que dicha persona ha sido ya agraciada. Es la presencia de Dios que hace de la persona un sujeto creado a su imagen y dotado de una fuerza divina de atracción que le inscribe en el horizonte sobrenatural de su gracia. De ahí que «la fe sea decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación»[4].
10. Por ello transmitir o comunicar la fe consiste, fundamentalmente, en ofrecer a otros nuestra ayuda, nuestra experiencia como creyentes y como miembros de la Iglesia, para que ellos, por sí mismos y desde su propia libertad, accedan a la fe movidos por la gracia de Dios. Transmitir la fe es, pues, preparar o ayudar a otros a creer, a encontrarse personalmente con Dios revelado en Jesucristo. Toda verdadera transmisión de la fe ha de respetar la táctica que Jesús usó con los discípulos de Emaús: diálogo, relación y conocimiento, comunión e Iglesia, conversión y sacramentos[5].
11. Nuestro servicio a la fe de los demás no tiene como efecto directo e inmediato una respuesta creyente de la persona. Más aún, en esta tarea de comunicar la fe no nos encontramos solos, apoyados a nuestras propias fuerzas y capacidades. Somos conscientes que, antes y por encima de todo, actúa la gracia de Dios, que ofrece a todos el don de la fe. Pero a sabiendas que ni el mismo Dios con su don priva a nadie de la libertad personal de creer o no creer, ni nos exime a nosotros de la responsabilidad de comunicar activamente la fe que hemos recibido. Al conjugar don y tarea en la transmisión es donde percibimos las necesidades, dificultades y posibilidades.
12. Sin pretender analizar con profundidad esta cuestión, podemos destacar algunos factores que, junto a la complejidad y celeridad de los cambios de todo orden que se vienen produciendo durante las últimas décadas en nuestra sociedad, nos ayudan a comprender el origen, la amplitud y la persistencia de la crisis en la comunicación de la fe.
Necesidades y dificultades
13. La mayoría de nosotros vivimos de prisa y, si bien nuestras relaciones con otras personas se multiplican, estas quedan reducidas muchas veces a un trato superficial, poco profundo, que se desvanece sin apenas dejar huella. La vida cotidiana se dispersa en diferentes ámbitos de actividad, desconectados entre sí, distintos y, a veces, en espacios distantes. Esto puede originar una fragmentación de la persona en el desempeño de papeles o roles diversos, faltos de integración y coherencia, que repercute en todos los órdenes de la vida. Pensemos, por ejemplo, dentro de las relaciones humanas, lo que esto puede suponer para el desarrollo afectivo en niños, adolescentes y jóvenes. Ello puede conducir de manera progresiva, y a veces inconsciente, a un individualismo ciego y caprichoso.
En este mismo sentido, el pluralismo ideológico, cultural y religioso, rasgo de nuestra situación social, que exige una actitud de respeto y tolerancia, lleva a confundir, muchas veces, la afirmación de libertades personales con una postura individualista de desinterés práctico hacia los derechos y necesidades de los otros. Esto desemboca tarde o temprano en un profundo relativismo: puedo pensar y decir lo que quiera, de cualquier cosa, sin dar cuenta ni justificación de lo que afirmo. Al mismo tiempo, bajo el influjo de la globalización económica y socio-cultural, se van borrando las señas de identidad peculiares de los distintos pueblos o grupos humanos, dejando reducidas a simple recuerdo costumbrista antiguas tradiciones despojadas de su sentido y valor original.
Los medios de comunicación, por su parte, han adquirido un grado de desarrollo tal que constituyen una fuerza dominante en la selección y sucesión de los cambiantes centros de atención e interés de la opinión pública. Cuentan con una rápida difusión, tienen un enorme poder de convocatoria, ejercen una gran influencia modeladora de criterios, actitudes y comportamientos, y ofrecen, de modo indiscriminado, modelos de referencia muy poco consistentes.
Posibilidades y nueva evangelización
14. Todos estos factores son signo y causa de un radical cambio de mentalidad respecto al valor de lo recibido por herencia y tradición. Esto ha repercutido de manera significativa en los lugares de la transmisión de la fe: la familia, la escuela, el ambiente, e incluso, en grupos de identidad eclesial. De ahí que el papa Benedicto XVI, como antes lo hiciera el beato Juan Pablo II, conscientes de esta situación, hayan convocado a toda la Iglesia a una «nueva evangelización». Se trata, en el fondo, del esfuerzo de renovación que la Iglesia, en cada una de sus comunidades y cada uno de los cristianos, está llamada a hacer para responder a los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, al anuncio y testimonio de la misma. Más allá de la resignación, el lamento, el repliegue o el miedo, los papas alientan a la Iglesia a revitalizar su propio cuerpo, poniendo en el centro a Jesucristo, el encuentro con él y la luz y la fuerza del Evangelio. En la nueva evangelización se trata de renovación espiritual en la vida de las iglesias particulares, de puesta en marcha de caminos de discernimiento de los cambios que afectan a la vida cristiana, de relectura de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en orden a una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo.
15. Nuestra propuesta se enmarca, pues, en este contexto de nueva evangelización. Es verdad que percibimos las necesidades y que son muchas las dificultades para que la comunicación de la fe, en la tradición viva de la Iglesia, sea acogida por los niños, adolescentes y jóvenes. Somos conscientes de ello, pero como san Pablo nos atrevemos a decir: «Apoyados en nuestro Dios, tenemos valor para predicaros el Evangelio en medio de una fuerte oposición… pero quién, sino vosotros, puede ser nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra hermosa corona ante nuestro Señor… Sí, vosotros sois nuestra gloria y alegría» (1 Tes 2, 2. 19-20).
Estamos persuadidos de que, a pesar de todo, y desde una sana antropología, los niños, adolescentes y jóvenes poseen un gran depósito de bondad, de verdad y de belleza que los antivalores reseñados no pueden ocultar ni destruir. De hecho «se advierte una sed generalizada de certezas, de valores» y de objetivos elevados que orienten la propia vida. En el fondo, «se debaten entre las ganas de vivir, la necesidad de tener certezas, el anhelo de amor y la sensación de desconcierto, la tentación del escepticismo y la experiencia de la desilusión»[6]. Con todo, ellos llevan dentro de sí la búsqueda de la verdad y el ansia por el sentido último de su vida, en consecuencia, la búsqueda de Dios.
1. En la familia cristiana
16. La familia, reconocida tradicionalmente como importante transmisora de valores básicos, últimamente experimenta también cambios profundos, no solo en su estructura, sino en sus relaciones interpersonales. Los lazos y relaciones familiares han mejorado en espontaneidad y libertad, pero han perdido densidad, hondura y estabilidad. Para bien o para mal, cada uno de los miembros de la familia tiene un mayor margen de autonomía e independencia personal en sus opciones y decisiones desde temprana edad. Es verdad que la familia sigue siendo un ámbito de referencia altamente reconocido y valorado por sus miembros, pero no ejerce sobre ellos la influencia determinante de otros tiempos, en especial si no se asume con responsabilidad el cultivo de sus potencialidades frente a otras esferas de influencia.
Sensibilidades y respuestas diversas
17. Reconocemos que muchos padres se interesan y comprometen en la educación de sus hijos, pero experimentan gran dificultad en la comunicación de los valores y criterios que ellos consideran referencias importantes para su vida personal y social. Asimismo, padres y madres creyentes experimentan la misma dificultad a la hora de transmitir la fe a sus hijos. En este sentido detectamos diversas sensibilidades: la de aquellos padres que, por respetar la libertad de sus hijos, creen que proponer la fe o invitar a ella a sus hijos contradice dicha libertad; otros padres consideran que la práctica religiosa y los hábitos morales son un camino fundamental para la comunicación de la fe, e incluso se esfuerzan en inculcarlos a sus hijos, pero pronto se ven perplejos y desbordados por el abandono de la práctica religiosa y la contestación de los principios morales cristianos que descubren en los más jóvenes; en otras familias se percibe el descuido de todo lo religioso, una escasa valoración práctica por el cultivo de la vida cristiana y, más en concreto, un debilitamiento de los vínculos de pertenencia a la Iglesia. No podemos entrar aquí en tantos y diversos casos de familias desestructuradas y situaciones complejas que tanto dificultan la propuesta de la fe.
Sin embargo, acogemos con agradecimiento a Dios y tantos hombres y mujeres, padres y madres de familia que, solos o en matrimonio, se esfuerzan por vivir en coherencia con su fe en Jesucristo y su adhesión a la Iglesia, haciendo de su vida un servicio generoso y humilde a la sociedad. Ellos, a pesar de las dificultades, se preocupan por comprender la fe, la comparten con otros creyentes y dan testimonio de ella. Hay padres y madres que para educar a sus hijos en la fe buscan formarse adecuadamente; los hay también que, para asumir un papel más activo, se ofrecen y capacitan como catequistas en las comunidades parroquiales; y los hay, finalmente, que para poder asumir desde la fe compromisos de servicio a los demás, ahondan en su propia condición de creyentes y discípulos de Jesús, el Señor.
18. En medio de las sensibilidades reseñadas, es de constatar con alegría y esperanza que son muchas las familias españolas que envían y acompañan a sus hijos a la parroquia para la catequesis y la recepción de los sacramentos de iniciación cristiana; y son mayoría las familias que cada año optan libremente por la formación religiosa de sus hijos en la escuela. Los padres confían y necesitan de la Iglesia para la educación de sus hijos. Por todo ello, hemos de hacer el máximo esfuerzo en ayudar, servir y acompañar a la familia, «objeto fundamental de la evangelización y de la catequesis de la Iglesia»[7].
2. En la catequesis parroquial
19. La catequesis es un proceso de profundización en el conocimiento y vivencia de la fe que se desarrolla a partir de una adhesión fundamental a Jesucristo, a quien se ha llegado a descubrir, al menos de manera inicial, como revelación de Dios y centro de unificación de nuestra propia vida. En este sentido, y en función de los destinatarios, hay procesos catequéticos de infancia, de adolescencia, de jóvenes y de adultos.
Catequesis y catequistas al servicio de la iniciación cristiana
20. Reconocemos y agradecemos el esfuerzo grande y la entrega generosa de tantos catequistas, sacerdotes, laicos y religiosos. Constituyen uno de los mejores frutos de nuestras comunidades y grupos apostólicos. Comprobamos con satisfacción cómo la catequesis va mejorando en muchos casos en sus distintas dimensiones: en la exposición del mensaje cristiano, en la iniciación a la oración, en el estímulo a la escucha de la Palabra, en la sencillez y hondura, a la vez, de las celebraciones, en las propuestas de vida cristiana, en la invitación al seguimiento de Cristo, etc. En sus diversos procesos de la catequesis se cuenta con catequistas capacitados, catecismos renovados y materiales adecuados. En ellos participan niños, adolescentes, jóvenes y adultos que crecen en la fe y llegan a una digna madurez cristiana.
21. No obstante, quienes trabajan en la catequesis con los niños y los jóvenes destacan la dificultad que encuentran para contribuir eficazmente con estos procesos a la deseada iniciación cristiana. Muchas veces, en el origen de esta dificultad está la relación entre dichos procesos y la celebración de los sacramentos. La Iglesia celebra los sacramentos que suponen, expresan y acrecientan la fe y, en consecuencia, un serio proceso de formación y preparación, mientras que muchos de los convocados desean el rito sacramental principalmente por su relieve social. Este desajuste entre la propuesta de la Iglesia y el deseo de muchos candidatos constituye un serio problema pastoral.
La situación actual reclama con urgencia el desarrollo de una nueva evangelización en todos los ámbitos educativos y en todas las edades. En esta nueva etapa el anuncio misionero y la catequesis, junto con la educación religiosa escolar y la acción educativa de la familia constituyen una clara prioridad.
De la indiferencia a la confianza
22. Es de subrayar también que muchos cristianos adultos, a veces con un pasado de formación y práctica religiosa, pero inmaduros en su fe, experimentan el desconcierto originado por los profundos cambios sociales y culturales de nuestro tiempo. Algunos aprovechan la oportunidad de grupos de inspiración catecumenal, de oración y formación cristiana, para profundizar y renovarse en su vida de fe; otros, por el contrario, viven manteniendo débilmente los rescoldos del pasado, sin acertar a revitalizar su vida creyente, dejándose deslizar hacia actitudes de abandono e indiferencia religiosa. Hay también entre nosotros un número creciente de hombres y mujeres que se plantean con sinceridad cuestiones fundamentales en su vida buscando respuestas a sus dudas de fe; pero muchas veces no llegan a encontrar a quien dirigirse en busca de ayuda y apoyo, pues más allá de respuestas prefabricadas a cuestiones que nadie se plantea necesitan de una acogida reposada y dialogante, servicial y desinteresada por parte de creyentes, laicos, religiosos o sacerdotes, que les orienten en su camino de fe.
3. En la enseñanza escolar
23. Los centros educativos, en sus distintos niveles, contribuyen de manera significativa al proceso de socialización de los niños y jóvenes. Son depositarios de la confianza de los padres y de la sociedad en la tarea de comunicar los valores más relevantes de la cultura, desarrollando de modo progresivo las capacidades físicas, intelectuales y morales de los alumnos. En este proceso educativo la enseñanza de la religión y la escuela católica tienen la misión de integrar la dimensión religiosa de la persona y, más en concreto en nuestra cultura, la tradición de la fe cristiana. 
La enseñanza religiosa, un derecho y un deber
24. Constatamos, sin embargo, cómo en la sociedad actual la aportación de los centros de enseñanza al desarrollo personal de sus alumnos se ve muy limitada y condicionada por otras influencias, de manera especial en lo que se refiere a la educación moral y religiosa. Además, en el marco del sistema educativo actual no se desarrolla, salvo honrosas excepciones, una formación en principios y valores éticos o morales fuera de la asignatura de religión. La enseñanza religiosa escolar es una apuesta por la integración de la cultura religiosa católica en el conjunto de las ciencias humanas, que no debe confundirse con la catequesis. A pesar del esfuerzo de la Iglesia en las últimas décadas por cuidar el derecho y deber de padres y alumnos católicos a la enseñanza religiosa en la escuela, así como en preparar a un profesorado capacitado y en elaborar los programas adecuados, las dificultades legislativas y administrativas, la indiferencia e infravaloración por parte de padres y alumnos, y hasta el menosprecio que la enseñanza religiosa experimenta entre los conocimientos científicos y sociales, hacen de ella un medio que, siendo importante, es insuficiente para trasmitir la fe.
Humanismo y tecnología
25. Es de notar, también, cómo los profundos cambios afectan a la función social, que desde siempre han venido desarrollando las instituciones de enseñanza. Aunque felizmente hoy acceden a los diversos niveles educativos amplios sectores de la sociedad, puede constatarse una pérdida de influencia de la escuela frente al peso de otras instancias en la transmisión de la cultura. La cultura predominante se ha tecnificado, modificando de raíz los presupuestos doctrinales en la formación de los alumnos. De una concepción humanista se ha pasado a un aprendizaje de las ciencias y la tecnología. La educación no se concibe ya solo, ni principalmente, como educación para el perfeccionamiento personal del individuo, sino, ante todo, como una preparación para la vida profesional. La crisis en la transmisión de valores y saberes, así como el empeño excesivo por unas metodologías donde prima el activismo, han sido determinantes en la evolución de la educación. A ello hay que unir el empeño por la deconstrucción de lo existente, que ha llegado a desechar todo valor que pudiera ser considerado como tradicional o antiguo. Así, el esfuerzo, la memoria, el sacrificio y, sobre todo, el sentido de la vida han sido eliminados de la educación escolar. En este contexto, la dimensión trascendente de la persona humana, elemento fundamental de la educación integral, resulta anacrónico, cuando no es excluido y combatido en el quehacer escolar. Como consecuencia, la enseñanza religiosa pasa a un segundo o tercer plano en el aprendizaje.
26. Con todo, el profesor de religión católica tiene demasiados frentes y retos a los que atender para que su enseñanza sea la que la Iglesia le ha encomendado. Es de justicia reconocer su dedicación y entrega y, a la vez que reiteramos nuestro apoyo y cercanía, ofrecemos este mensaje del papa Benedicto XVI: «Quisiera reiterar a todos los exponentes de la cultura que no han de temer abrirse a la Palabra de Dios; esta nunca destruye la verdadera cultura, sino que representa un estímulo constante en la búsqueda de expresiones humanas cada vez más apropiadas y significativas»[8].


II. Responsables de la coordinación en la transmisión de la fe

27. Transmitir o comunicar la fe es responsabilidad propia de todos los creyentes de cualquier edad y condición. Podemos decir que se trata de una tarea de corresponsabilidad entre los pastores de la Iglesia, padres de familia, catequistas, profesores, animadores de grupos, etc. Todo el que hace de la fe el eje y centro de su vida no puede menos de sentir el deseo de compartir con los demás aquello que reconoce como un verdadero tesoro. Sí, todos somos corresponsables en la transmisión de la fe, tanto a nivel personal como comunitario, aunque no todos estemos llamados a desarrollar las mismas tareas. Los laicos cristianos tienen un papel especial e insustituible en la comunicación de la fe en la familia y en los ambientes; los religiosos y profesores desarrollan su tarea con el testimonio y a través de la cultura, más aún si son profesores de religión católica; los sacerdotes y catequistas a través de los diversos procesos de iniciación cristiana en las parroquias. Y aquí sí que necesitamos una coordinación y corresponsabilidad.
En comunión al servicio de la misión
28. En este empeño educativo común es fundamental la comunión en la vida y misión de la Iglesia particular para trabajar juntos, para «formar una red», para testimoniar nuestra unión con el Señor y entre nosotros, bajo la autoridad del obispo, maestro de la fe y principal dispensador de los misterios de Dios. Los obispos reciben del Señor la misión de enseñar y de anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A ellos les está confiado el ministerio pastoral, es decir, el cuidado general y diario de los fieles de su Iglesia particular. El obispo es maestro auténtico por estar dotado de la autoridad de Cristo[9].
En la Iglesia particular el obispo es «el moderador de todo el ministerio de la Palabra». Al obispo le están confiados el cuidado, la reglamentación y la vigilancia de la catequesis, así como la responsabilidad última en la diócesis para autorizar la enseñanza de las materias relacionadas con la transmisión de la fe y sus contenidos; esta enseñanza abarca la clase de religión y moral católica, tanto en la escuela católica como en la escuela estatal y en otras de iniciativa social. En consecuencia, solo corresponde al obispo la «missio canonica». El Directorio Apostolorum successores contempla la acción pastoral de los colaboradores del obispo en el ministerio de la Palabra y ofrece el ordenamiento general que el obispo ha de hacer de dicho ministerio, incluyendo orientaciones precisas sobre su responsabilidad en la catequesis, en la enseñanza religiosa y en la escuela católica[10].
29. Así pues, conforme a la voluntad del Señor y bajo la guía de los apóstoles y de sus sucesores, los obispos, los hijos de la Iglesia, colaboran en la tarea de la evangelización según su propia vocación y ministerio recibido. Los ministros ordenados, las personas de especial consagración y los fieles cristianos laicos, que trabajan en el ámbito concreto de la Iglesia particular, participan en la misma y única misión de la Iglesia universal. La comunión viva de la Iglesia se hace visible en la rica variedad de ámbitos en que los cristianos nacen a la fe, se educan en ella y la viven, como son, de modo privilegiado, la familia, la parroquia y la escuela. «Porque Cristo es quien vive en su Iglesia, quien por medio de ella enseña, gobierna y confiere la santidad, Cristo es también quien de varios modos se manifiesta en sus diversos miembros sociales»[11].
30. Para cumplir su misión, la Iglesia ofrece a todos sus fieles «el camino firme y sólido para participar plenamente en el misterio de Cristo»; asimismo, les ofrece firmeza y seguridad en la verdad «en virtud del mandato expreso, que de los apóstoles heredó el orden de los obispos con la cooperación de los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia»[12]. La Iglesia católica es maestra de verdad; su misión no es otra que anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana. «La conservación integra de la revelación, Palabra de Dios contenida en la Tradición y en la Escritura, así como su continua transmisión, está garantizada en su autenticidad»[13]. Corresponde, pues, al Magisterio de la Iglesia la función de interpretar auténticamente la Palabra de Dios y todo el ministerio que de ella depende. El encuentro con Cristo, objetivo primordial en la transmisión de la fe, se manifiesta en la escucha de la Palabra y en la fracción del pan. Por ello, las dimensiones bíblica y eucarística deben impregnar nuestra tarea.
En la parroquia
31. A la hora de poner en práctica estas orientaciones, tiene una responsabilidad básica la parroquia, encomendada a uno o varios sacerdotes bajo la autoridad del obispo, en cuyo ministerio han sido llamados a participar. Los sacerdotes, junto con toda la comunidad parroquial, están llamados a poner en práctica el proyecto educativo que la diócesis elabore, con un equipo formado por responsables de catequesis, familia, movimientos, escuela católica y enseñanza religiosa escolar, conforme a sus circunstancias, medios y posibilidades.
En el arciprestazgo
32. En este sentido, una de las vías más eficaces para dicho proyecto podría ser la programación y la acción conjunta en el arciprestazgo. En él, las condiciones sociales, educativas y religiosas confluyen y hacen posible una propuesta adecuada de evangelización a través de la parroquia, la familia, los grupos y la escuela, como expresión de la fraternidad presbiteral y como espacio para vivir la comunión y la corresponsabilidad en la misión entre los presbíteros, religiosos y laicos comprometidos. La comunión entre todos los agentes favorece la solidaridad ante los problemas y la búsqueda de soluciones. «Los pastores de la Iglesia, a ejemplo de su Señor, deben estar al servicio los unos de los otros y al servicio de los demás fieles. Estos, por su parte, han de colaborar con entusiasmo con los maestros y los pastores»[14].
En corresponsabilidad
33. Sin rebajar ninguna de las responsabilidades pastorales sobre esta tarea, es conveniente y necesario indicar lo propio de cada cual. Cada uno de los agentes de la transmisión de la fe han de ser testigos de la Iglesia, en total comunión de fe, de actitudes y de esperanzas, bajo la acción del Espíritu Santo, que actúa mediante la gracia y concede a todos el aceptar y creer la verdad. Todos ellos se necesitan mutuamente, tanto más cuanto mayores son las dificultades e influencias que han de superar en el noble ejercicio de la educación. En este sentido, la formación de los agentes de pastoral educativa es vital para que dicha coordinación pueda ser eficaz.
La escuela católica
34. A este respecto, la escuela católica, por su misión, sus medios y sus agentes debe ser responsable, estar disponible e, incluso, tener protagonismo en las orientaciones que aquí presentamos. Ella cumple su misión basándose en un proyecto educativo, que pone el Evangelio como centro y referente en la formación de la persona y para toda la propuesta cultural. «El contexto socio-cultural actual corre el peligro de ocultar el valor educativo de la escuela católica, en el cual radica fundamentalmente su razón de ser y en virtud del cual ella constituye un auténtico apostolado»[15].
La escuela católica debe ser un referente educativo no solo en su acción formativa, sino en el testimonio de las personas consagradas y profesores cristianos laicos. Este testimonio solo será eficiente si se realiza dentro de la espiritualidad de comunión eclesial. La autoridad del obispo en la escuela católica no afecta tan solo a la catequesis y a la vigilancia sobre la clase de religión, sino a la salvaguarda de su identidad y organización, incluso cuando la escuela católica es promovida por institutos religiosos. «Compete al obispo el derecho de vigilar y visitar las escuelas católicas establecidas en su territorio, aun las fundadas y dirigidas por miembros de institutos religiosos; asimismo le compete dar normas sobre la organización general de las escuelas católicas; tales normas también son válidas para las escuelas dirigidas por miembros de esos institutos, sin perjuicio de su autonomía en lo que se refiere al régimen interno de esas escuelas»[16].
Una espiritualidad de comunión
35. Hemos de tener presente que en la sociedad actual es fundamental para la transmisión de la fe la presencia activa y testimonial de comunidades cristianas renovadas, espiritualmente vigorosas, unidas y conscientes del tesoro que poseen y de la misión que les incumbe. Nos referimos, sí, a las parroquias, pero también a las comunidades religiosas, especialmente las dedicadas a la educación de niños y jóvenes, sin olvidar a los sacerdotes, a los catequistas, a los padres, a los profesores cristianos y a los profesores de religión y moral católica, a las asociaciones de padres, etc. La transmisión de la fe nos pide a todos que «antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. La espiritualidad de comunión significa, ante todo, una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado»[17]. La autonomía del educando en su proceso formativo, el desvalimiento de los jóvenes sin los necesarios referentes educativos y la ausencia de valores morales y cristianos, nos instan a la promoción y compromiso de las comunidades cristianas en pro de la formación religiosa.
36. Nuestra propuesta de coordinación educativa se enmarca en el documento de la Conferencia Episcopal sobre la iniciación cristiana[18]. No se pretende ahora proponer un nuevo camino paralelo a dicho documento, sino de servir y complementar a la acción catequética propuesta allí. La iniciación cristiana es elemento fundamental y prioritario de toda acción evangelizadora de la Iglesia, pero no debe ser confundida con la totalidad del proyecto evangelizador. Las acciones coordinadas de la catequesis, la familia, la escuela católica y la enseñanza religiosa escolar, cooperan, sirven y completan el proceso de iniciación cristiana para niños, adolescentes y jóvenes.
37. Dicha propuesta pretende aportar elementos para la elaboración de un «proyecto educativo que brote de una visión coherente y completa del hombre, como puede surgir únicamente de la imagen y realización perfecta que tenemos en Jesucristo»[19]. Este proyecto hace referencia a la educación plena e integral que tiene su raíz en el mismo hombre, llamado a vivir en la verdad y en el amor. En dicho proyecto, la educación debe potenciar, motivar y facilitar lo mejor de cada alumno, sus potencialidades, su identidad, sus raíces y el sentido último de su vida. «La educación en la fe debe consistir, antes que nada, en cultivar lo bueno que hay en el hombre». El ser humano recorre en su vida un camino de búsqueda y comprensión de sí mismo: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo (…) debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad (…) acercarse a Cristo»[20].
38. La acción formativa de la Iglesia debe estar presente en toda edad y en todos los ámbitos educativos, si bien aquí no abordamos específicamente lo que concierne a la transmisión de la fe a los adultos. Es necesario conseguir una sinergia mayor «entre las familias, la escuela y las parroquias para una evangelización profunda y para una animosa promoción humana, capaces de comunicar a cuantos más posibles la riqueza que brota del encuentro con Cristo»[21].

III. El servicio de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe

39. La transmisión de la fe forma parte del proceso global de la evangelización pero sin confundirse con él. Puede estar presente en cualquier momento de este proceso, pero se distingue de otras actividades específicas como la catequesis, la liturgia o la oración. Dicha transmisión tiene en cuenta los agentes, los destinatarios, los fines propios, los contenidos fundamentales, los modos y medios posibles, así como los ámbitos competentes en la educación cristiana. En una primera aproximación, pretendemos ofrecer los rasgos básicos que identifican y distinguen el despertar religioso en la familia, la acción catequética en la parroquia y la enseñanza religiosa en la escuela; en consecuencia, aquellos elementos que contribuyen y facilitan un trabajo común de coordinación.
1. El despertar religioso en la familia
40. La fe necesita un clima y, para la gran mayoría, la familia es el ámbito en el que las complejas relaciones, que establecemos en la vida cotidiana, afectan a lo más profundo de nuestra persona, porque tocan directamente lo más íntimo de nosotros mismos. Los valores más profundos y los bienes más valiosos los compartimos en el marco de la vida familiar. Es ahí donde estamos llamados a compartir el tesoro de la fe. Muchos podemos afirmar que en nuestra familia aprendimos a rezar y a fiarnos de Dios. Hoy es necesario, antes que nada, cuidar en las familias el despertar religioso de los hijos y acompañar adecuadamente los pasos sucesivos del crecimiento de la fe.
La familia, primera escuela e iglesia doméstica
41. En efecto, la familia es la primera escuela y la «iglesia doméstica». Los padres son los principales y primeros educadores. Ellos son el espejo en el que se miran los niños y adolescentes. Ellos son los testigos de la verdad, el bien y el amor; de ahí su gran responsabilidad en el crecimiento armónico de sus hijos. La iniciación en la fe cristiana es recibida por los hijos como la transmisión de un tesoro que sus padres les entregan, y de un misterio que progresivamente van reconociendo como suyo y muy valioso. Los padres son maestros porque son testimonio vivo de un amor que busca siempre lo mejor para sus hijos, fiel reflejo del amor que Dios siente por ellos. La familia cristiana se constituye así en ámbito privilegiado donde el niño se abre al misterio de la transcendencia, se inicia en el conocimiento de Dios, comienza a acoger su Palabra y a reconocer las formas de vida de los que creen en Jesús y forman la Iglesia.
42. Los acontecimientos más importantes de la vida familiar, especialmente las fiestas cristianas, cobran un valor transcendente para el sentido religioso de la vida. De ahí que a las familias les esté encomendada esta gran misión en el despertar religioso de los hijos: «Uno de los campos en los que la familia es insustituible es ciertamente el de la educación religiosa, gracias a la cual la familia crece como “Iglesia doméstica”»[22]. La experiencia de amor gratuito de los padres, que ofrecen de manera incondicional a sus hijos la propia vida, prepara ya para que el don de la fe, recibido en el bautismo, se desarrolle de manera adecuada. Se «dispone así a la persona para que pueda conocer y acoger el amor de Dios Padre manifestado en Jesucristo, y a construir la vida familiar en torno al Señor, presente en el hogar por la fuerza del sacramento»[23].
43. La propia vivencia de fe en la familia, como testimonio cristiano, será el medio educativo más eficaz para suscitar y acompañar en el crecimiento de esa fe a los hijos, pues en la familia cristiana se dan las condiciones adecuadas para que se pueda vivir la fe en el día a día. Es la misma fe celebrada en los sacramentos, que son acontecimientos significativos en la historia de la familia, de modo especial la Eucaristía dominical, y en la oración, expresión de fe y ayuda a la integración de fe y vida[24].
Contenidos básicos de la fe
44. Como tal «Iglesia doméstica», la función educadora de la familia no se queda en el solo testimonio, de por sí imprescindible, sino también en la presentación de los contenidos de la fe y la debida adecuación a la edad de sus hijos: «La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual de su personalidad desde un punto de vista cristiano y eclesial»[25]. Son básicos: la educación en el respeto y amor a Dios, los fundamentos de la fe cristiana, los principios morales que surgen del Evangelio y que aportan un verdadero discernimiento entre el bien y el mal, y un espíritu de fe que impregna toda la vida familiar cristiana.
Valores y virtudes
45. La familia debe ser también el marco propicio donde se descubran, asuman y practiquen las virtudes cristianas, más aún en medio de un ambiente social desfavorable. «La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma»[26]. Y esto se adquiere por repetición de actos y por la gracia de Dios; su práctica va construyendo una personalidad armónica de tal manera que el ejercicio de una virtud llama y promueve otras virtudes, como son las teologales, que informan y motivan a las morales. «Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino»[27]. Las distintas dimensiones que conforman la virtud, como son el conocimiento, la afectividad y la práctica, deben ser tratadas y coordinadas desde los ámbitos escolares, parroquiales y familiares, coordinados adecuadamente.
46. La educación en valores, por otra parte, debe tener en cuenta que el valor en sí se constituye en referente de la persona a la hora de buscar criterios para actuar. El concepto de «valor» es particularmente susceptible de una interpretación relativista de la vida moral, y la percepción de los valores depende cada vez más de su vigencia en la sociedad y la cultura. Por ello, es necesario juzgar a la luz de la fe «aquellos valores que gozan hoy de la máxima consideración y ponerlos en conexión con su fuente divina. Pues estos valores, en cuanto proceden de la inteligencia con que Dios ha dotado al hombre, son excelentes; pero, a causa de la corrupción del ser humano, muchas veces se desvían de su recto orden de modo que necesitan purificación»[28]. En este sentido, es indispensable presentar los valores en sus raíces más profundas, con las razones que fundamentan su ser y con la continua verificación de su influencia en los comportamientos de los hijos. Conviene tener en cuenta que los valores se conforman y desarrollan desde las distintas dimensiones (neuronal, cognitiva, afectiva y comportamental). La coordinación exige una distribución de las responsabilidades de cada ámbito educativo, teniendo en cuenta sus peculiaridades.
La vocación al amor
47. El amor es «la vocación fundamental e innata de todo ser humano»[29]. La educación, por lo tanto, está orientada a formar a la persona para que sea capaz de vivir la expresión plena de la libertad: entregar la propia vida con el don sincero de sí misma[30]. El lugar propio donde la persona recibe y comprueba la autenticidad del amor es la familia, cuya misión consiste en «custodiar, revelar y comunicar el amor»[31]. En el clima de confianza propio del hogar, los hijos reciben la experiencia fundamental de ser amados y son instruidos de modo natural para aprender el significado del don del sí mismos. «La familia es la primera y fundamental escuela de socialización como comunidad de amor. Ello se lleva a cabo mediante la educación con confianza y valentía enlos valores esenciales de la vida humana»[32].
48. La familia creyente aporta, por un lado, una especial y auténtica comunicación de valores y virtudes humanas, como son la educación en la corresponsabilidad, el servicio a los demás, comenzando por la misma familia, o el respeto a las diferencias, empezando por los propios hermanos; y, por otro lado, aporta una comunicación de valores y virtudes cristianas, como son el perdón, la comprensión, el amor a la verdad, la alegría del compartir, la solidaridad y la caridad ante el dolor, la pobreza y la soledad. Dicha transmisión de valores y virtudes humanas y cristianas en la familia tiene un doble fundamento: el amor de Dios y el amor de los padres. «El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor»[33].
Padres y pedagogos
49. Por todo ello, son los padres los verdaderos pedagogos; ellos son quienes conducen al hijo de la mano hacia el bien; quienes pueden iniciar en la experiencia cristiana y hacer significativo el mensaje de Jesús. «En virtud del ministerio de la educación, los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más, rezando con ellos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo eucarístico y eclesial de Cristo, mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente padres»[34]. Su aportación como iniciadores de la experiencia de fe y del encuentro con Cristo constituye las claves del primer anuncio. Los niños deben saber sobre Jesucristo lo más esencial, de modo entrañable y asequible a su edad; lo que aprenden, quieren verlo realizado en su familia y gustan de practicarlo y testimoniarlo.
Educar para el amor
50. Después, a medida que crecen, sobre todo en los años primeros de la adolescencia, surge, por imperativo de la propia naturaleza, el deseo de autonomía personal que los adolescentes comparten con otros compañeros. Es entonces cuando se dan los primeros síntomas de alejamiento de la familia. Es en este momento cuando la ayuda de los padres es vital y decisiva; la cercanía del sacerdote, el catequista o el profesor es indispensable al presentar el rostro amable de la Iglesia y el amor de Cristo. Los esposos tienen ahí su vocación propia de ser, el uno para el otro y ambos para sus hijos, testigos de la fe y del amor de Cristo.
A este respecto, consideramos que uno de los elementos negativos contra el amor en familia es la banalización de este y su interpretación reductiva. La educación para el amor, como don de sí mismo, constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación afectiva clara y delicada. Dentro de la educación en las virtudes, adquiere una importancia especial la educación en el amor, que integra y dirige adecuadamente los afectos para que la sexualidad signifique y se exprese en autenticidad[35]. «En este contexto es del todo irrenunciable la educación para la castidad como virtud, que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el “significado esponsal” del cuerpo. Más aún, los padres cristianos reserven una atención y cuidado especial, discerniendo los signos de la llamada de Dios a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo, que constituye el sentido de la sexualidad humana. Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales, como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana»[36].
Educar es un servicio
51. Ciertamente, la acción educativa de la familia es «un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo»[37]. En resumen, «la catequesis familiar es, en cierto modo, insustituible, sobre todo: 
— por el ambiente positivo y acogedor,— por el atrayente ejemplo de los adultos,— por la primera y explícita sensibilización de la fe y— por la práctica de la misma»[38].
52. Con los últimos pontífices señalamos que «la familia debe ser un espacio donde el Evangelio es trasmitido y desde donde este se irradia»[39]. En dicha transmisión, la Palabra de Dios ha de ocupar un lugar privilegiado, dando a conocer a los niños aquellos personajes más importantes, las palabras y hechos de Jesús más cercanos a cada edad. Hemos de dar a la familia la debida confianza en su quehacer educativo, pues «la tarea educativa de la familia cristiana tiene, por esto, un puesto muy importante en la pastoral orgánica»[40]. La mutua colaboración entre familia, parroquia y escuela hará posible una eficaz formación integral de los hijos. 
Es imprescindible y urgente facilitar a las familias materiales adecuados para la formación y educación de la fe en todas las edades. Asimismo, es necesario preparar catequistas y profesores que sirvan a este objetivo y faciliten con su saber, entrega y testimonio, el servicio a la fe en la familia. 
2. La acción catequética en la parroquia
53. El trasfondo del panorama espiritual en España tiene su origen en una cultura pública que se aleja decididamente de la fe cristiana y camina hacia un «humanismo inmanentista». Tal humanismo envuelve e impregna casi todos los aspectos importantes de la vida de nuestros conciudadanos y es una causa fundamental de la misma emergencia o urgencia educativa, especialmente en lo que se refiere a la comunicación de la fe. No nos resulta sorprendente que la pregunta crucial de los pastores y sus colaboradores sea: ¿cómo hacer un creyente, hoy?
¿Cómo se hace un cristiano, hoy?
54. Hemos de reconocer que para la Iglesia, en el contexto europeo, la respuesta no es en absoluto diáfana ni evidente. Desde los años anteriores al concilio Vaticano II, la acción pastoral de la Iglesia está encontrando dificultades cre-cientes para engendrar en la fe a las nuevas generacio-nes. El ambiente familiar resulta tibio o, al menos, insuficiente. La enseñanza religiosa apenas logra que la fe de sus alumnos resista ante las diversas concepciones de la vida vigen-tes en la sociedad. La catequesis infantil y juvenil es en muchas ocasiones algo semejante a una débil corriente de aire fresco en medio de la canícula. La iniciación a la fe que reciben hoy muchos bautizados desde la cuna resulta un proceso discontinuo, incompleto y muy débil para asegurarles consistencia y coherencia cristiana.
Modelo: el catecumenado
55. La Iglesia tuvo durante siglos de paganismo ambiental un proceso de iniciación sólido, bien trabado y completo, que asumía a los candidatos a las puertas de la fe, los acompañaba a lo largo de varias etapas y los conducía a una fe adulta. Tal iniciación ofrecía eficazmente a las nuevas generaciones de cristianos una adhesión firme a Jesucristo, una vinculación estable a la Iglesia, una ver-tebración de los contenidos doctrinales del mensaje cristiano, un programa de conducta moral, una dirección para el compromi-so cristiano y una experiencia de oración individual y litúrgica. La atmósfera que rodea hoy a nuestras generacio-nes infantiles y juveniles es muy propicia para engendrar una tupida indi-ferencia religiosa. Solo una iniciación cristiana de muchos qui-lates puede asegurar, bajo la continua acción de la gracia, la emergencia de cristianos del siglo XXI.
56. Dicha iniciación «se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para transformarlo en Él»[41]. Esta inserción en el misterio de Cristo va unida a un itinerario catequético que ayuda a crecer y madurar la vida de la fe. Pues «la catequesis es elemento fundamental de la iniciación cristiana y está estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación»[42]. Mediante la catequesis que precede, acompaña o sigue a la celebración de los sacramentos, el catequizando descubre a Dios y se entrega a Él; alcanza el conocimiento del misterio de la salvación, afianza su compromiso personal de respuesta a Dios y de cambio progresivo de mentalidad y de costumbres; fundamenta su fe acompañado por la comunidad eclesial.
57. En la situación actual, todo el proceso de iniciación cristiana exige una atenta reflexión sobre su significado y su forma de realización. A este respecto, valoramos la renovación catequética en nuestra Iglesia que, a pesar de lagunas y deficiencias que hay que subsanar, va dando frutos positivos. Estos frutos se notan de modo significativo en la catequesis parroquial, a la que nos referimos aquí como servicio a la transmisión de la fe. Más aún, en el proyecto que nos ocupa, dicha catequesis tiene un papel fundamental, además de la dimensión educativa que conllevan la liturgia y las otras acciones eclesiales. 
Catequesis de iniciación
58. En el proceso de conversión y adhesión a Jesucristo es necesario situar la catequesis dentro de la acción evangelizadora de la Iglesia: «El primer anuncio tiene el carácter de llamar a la fe; la catequesis el de fundamentar la conversión, estructurando básicamente la vida cristiana; y la educación permanente, en la que destaca la homilía, el carácter de ser alimento constante que todo organismo adulto necesita para vivir»[43]. Por ello, sin la catequesis de iniciación, «la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda. Sin ella, la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y confusa»[44]. En efecto, la catequesis se propone fundamentar y ahondar la adhesión personal a Cristo y la maduración de la vida cristiana. La catequesis no es una cuestión de método, sino de contenido, como indica su propio nombre: se trata de una comprensión orgánica (cat-echein) del conjunto de la revelación cristiana. Así, la catequesis hace resonar en el corazón de todo ser humano una sola llamada, siempre renovada: «Sígueme». Atendiendo a su etimología, podemos decir que la catequesis consiste en ayudar a que el mensaje resuene en el corazón del oyente para convertirlo en creyente y transformarlo en discípulo y testigo.
El primer anuncio
59. La catequesis parroquial recoge el despertar religioso que ha surgido en el seno de la familia, aunque  no debe suponerse siempre, pues en muchos casos dicho despertar se circunscribe al mero conocimiento de elementos religiosos del entorno. Por ello, concierne a la parroquia promover ese primer anuncio de llamada a la fe. En todo caso, lo que la catequesis aporta es «una fundamentación a esa primera adhesión a Jesucristo»[45]. Esta relación entre iniciación cristiana familiar y catequesis parroquial es básica. El niño adquiere en la familia la vivencia del amor de Dios y al prójimo; después la parroquia lo recibe en la comunidad que, retomando esa vivencia inicial y acogiéndola con esmero, tratará de arraigarla y fundamentarla, procurando su maduración en la catequesis, «en la comunión eucarística, donde está incluido a la vez el ser amados y amar a los otros»[46], y en la comunión con los hermanos, a fin de «hacer del catecúmeno un miembro activo de la vida y misión de la Iglesia. La fe cristiana es una fe eclesial»[47]. 
La primera síntesis de fe
60. La catequesis de la iniciación cristiana se presenta como catequesis integral, en la cual su dimensión cognoscitiva se enriquece «con una iniciación en la vida evangélica, con una iniciación en la oración, en la liturgia y en la responsabilidad pastoral y misionera de la Iglesia»[48]. La catequesis es así un «elemento fundamental de la iniciación cristiana y está estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al Bautismo, sacramento de la fe. «La finalidad de la acción catequética consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe»[49], «poniendo a uno no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo»[50]. «En síntesis, la catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo meramente circunstancial u ocasional; por ser formación para la vida cristiana, desborda, incluyéndola, a la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en lo común para el cristiano, sin entrar en cuestiones disputadas ni convertirse en investigación teológica. En fin, por ser iniciación, incorpora a la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo tiempo, tareas de iniciación, de educación y de instrucción»[51]. La comunión entre instituciones y agentes de la educación cristiana al servicio de la transmisión de la fe, pasa necesariamente por la comunidad de fe, fuente de los auxilios necesarios para ser sal de la tierra y luz del mundo.
Objetivos
61. Así pues, resumiendo, podemos decir que la catequesis parroquial se propone ofrecer y lograr los siguientes objetivos:
  • Una iniciación orgánica en el conocimiento del misterio de Cristo y del designio salvador de Dios.
  • Una iniciación en la vida evangélica, una vida nueva según las bienaventuranzas.
  • Una enseñanza de los principios de la moral y una adecuada pedagogía de las virtudes y de los valores.
  • Una iniciación en la experiencia religiosa, en la oración, la vida litúrgica y sacramental.
  • Una iniciación en el compromiso apostólico y misionero.
  • Una integración progresiva en la comunidad cristiana.
62. Estos objetivos de la catequesis solo se realizarán de manera adecuada si se capacita bien a los catequistas en el conocimiento, desarrollo y aplicación de cada uno de ellos; formarlos mucho y bien para que puedan afrontar los desafíos que la cultura moderna presenta a la fe cristiana. Su función en la transmisión de la fe constituye un verdadero ministerio eclesial, pues «el ministerio catequético tiene en el conjunto de los ministerios y servicios eclesiales, un carácter propio que deriva de la especificidad de la acción catequética dentro del proceso de la evangelización»[52]. Es un servicio eclesial fundamental en la realización del mandato misionero de Jesús.
Agentes pastorales parroquiales
63. El proyecto de coordinación será eficaz si es asumido por cada uno de los ámbitos competentes en la transmisión de la fe, teniendo en cuenta que es la parroquia la que debe asumir el protagonismo de dicha coordinación. «En ella se vive la comunión de fe, de culto y de misión con toda la Iglesia (…). En ella están presentes todas las mediaciones esenciales de la Iglesia de Cristo: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los sacramentos, la oración, la comunión en la caridad, el ministerio ordenado y la misión. (…) Las parroquias deben crecer espiritual y pastoralmente para ser, como les corresponde, puntos de referencia privilegiados para los que se acercan a la Iglesia de Cristo y quieren vivir como cristianos»[53]. La liturgia viva, cuidada y propuesta en todas las edades y acciones educativas, constituye una participación en la admirable escuela de la Palabra y de la Eucaristía, en los signos y en la presencia viva de Jesucristo en su Iglesia. Poner en práctica esta acción educativa exige una preparación cualificada de sacerdotes, catequistas y profesores. Su urgencia demanda que esta preparación ocupe un lugar privilegiado en la formación permanente de todos los agentes de educación religiosa.
64. El eslabón que une la catequesis con el bautismo es la profesión de fe: la adhesión madura a la persona de Jesucristo, «obsequium fidei». Dicha adhesión se lleva a cabo de manera progresiva a través del catecumenado postbautismal, en estrecha vinculación a los sacramentos de la iniciación[54]. Es necesario anunciar y facilitar a los niños, adolescentes y jóvenes, mediante itinerarios catequéticos adecuados, el encuentro con el Señor. Un encuentro que conlleva «promover la intimidad personal con Jesucristo y el testimonio comunitario de su verdad, que es amor, y que es indispensable en las instituciones formativas católicas (…) Mientras hemos buscado diligentemente atraer la inteligencia de nuestros jóvenes, quizá hemos descuidado su voluntad»[55].
65. Los adolescentes y jóvenes, cuando se sienten respetados y tomados en serio en su libertad, se interesan por los grandes retos, sobre todo cuando los ven plasmados en referentes de confianza en la misma fe. Cuando esas propuestas son exigentes, razonables y responden a sus anhelos más profundos, se muestran dispuestos a dejarse interpelar y orientar su vida. Hay muchos jóvenes que buscan hoy a alguien que les ayude a encontrar el sentido de la vida, la integridad de la fe y la autenticidad de aquellos que presentan el mensaje de Jesucristo.
3. La enseñanza religiosa en la escuela
66. Podemos afirmar que la enseñanza religiosa escolar está al servicio de la evangelización, es decir, es una mediación eclesial al servicio del reino de Dios. Lo peculiar de la enseñanza religiosa escolar consiste en una presentación del mensaje y acontecimiento cristianos en sus elementos fundamentales, en forma de síntesis orgánica y explicitada de modo que entre en diálogo con la cultura y las ciencias humanas, a fin de procurar al alumno una visión cristiana del hombre, de la historia y del mundo, y abrirle desde ella a los problemas del sentido último de la vida.
El saber sobre la fe
67. A este respecto, hemos de cuidar que dicha mediación eclesial al servicio del reino de Dios se adapte adecuadamente al marco escolar que tiene sus características propias. La religión no es solo una realidad interior, aunque para el creyente esto sea lo decisivo; la religión ha sido a lo largo de la historia, como lo es en el momento actual, un elemento integrante del entramado colectivo humano y un ineludible hecho cultural. El patrimonio cultural de los pueblos está vertebrado por las cosmovisiones religiosas, que se manifiestan en el sistema de valores, en la creación artística, en las formas de organización social, en las manifestaciones y tradiciones populares, en las fiestas y el calendario. Por ello, los contenidos fundamentales de la religión dan claves de interpretación de las civilizaciones. Y si la religión es un hecho cultural importante que subyace en el seno de nuestra sociedad, es evidente que su incorporación a la escuela enriquece y es parte importante del bagaje cultural del alumno. Frente a algunas voces discordantes sobre la presencia de la religión en la escuela, señalamos algunos motivos que autorizan su presencia. A saber:
Comprender la civilización
68. La enseñanza de la religión es necesaria para comprender la civilización europea en la que estamos sumergidos. Es tarea propia de la escuela ofrecer a los alumnos elementos para situarse ante la cultura que los envuelve y para discernirla adecuadamente, asimilando lo positivo y declinando lo negativo. Sin un conocimiento adecuado de la religión es misión imposible comprender nuestra civilización. Para conocer la filosofía, la literatura, el arte, las costumbres populares, las fiestas y los valores morales de la civilización que hemos heredado no hace falta creer en la religión católica, pero sí es preciso comprender la religión.
Unidad interior del alumno
69. La enseñanza de la religión en la escuela, bien realizada, favorece la unidad interior del alumno creyente. En la escuela, el alumno que ha heredado la fe en la familia y en la parroquia, va adquiriendo saberes nacidos de las ciencias naturales y de las ciencias humanas. Una persona va madurando cuando todos estos saberes establecen un diálogo dentro de sí y comienzan a gestar en su interior una síntesis. El alumno percibirá que la fe que ha recibido es compatible con las ciencias que va aprendiendo.
 Motivos, valores y caminos
70. La enseñanza de la religión en la escuela enriquece al alumno que la recibe en tres aspectos importantes para la persona humana: le brinda motivos para vivir (por qué y para qué), le ofrece valores morales a los que adherirse y le indica caminos para orientar su comportamiento. En efecto, la enseñanza religiosa ofrece un para qué vivir, o sea, motivos; ofrece unos valores morales que se derivan de la fe, por ejemplo: si somos hijos de Dios, los demás no son seres extraños, molestos, competidores, sospechosos, arbitrarios, sino hermanos y amigos; y ofrece normas de comportamiento en la familia, en la sociedad, en el trabajo, etc. Es verdad que esto se debe hacer en la familia y en la parroquia, pero también en la escuela, puesto que esta no solo está para instruir, es decir, ofrecer conocimientos y habilidades, sino para educar. Y educar es transmitir motivos, valores y pautas de comportamiento. Esta transmisión, siempre respetuosa y propositiva, no es algo extraño a la escuela, sino algo muy en consecuencia con su naturaleza. Al menos cuando se trata de alumnos que por sí o por sus padres quieren recibirlos en la escuela.
71. Además de lo dicho, la escuela es el ámbito donde el alumno va conformando su personalidad en relación a sus compañeros, mirando al profesor como referente y asimilando críticamente el saber que se le transmite. Es un tiempo crucial para el desarrollo personal, por más que vaya bajando el influjo de la escuela frente a la influencia de los medios de comunicación, el ambiente y los compañeros; de aquí la importancia de la transmisión de la fe en el ámbito escolar. «El ingreso en la escuela significa para el niño entrar a formar parte de una sociedad más amplia que la familia, con la posibilidad de desarrollar mucho más sus capacidades intelectuales, afectivas y de comportamiento»[56]. En este proceso educativo, y a pesar de dificultades diversas, se puede y se debe integrar la dimensión religiosa de la persona.
72. La enseñanza religiosa se presenta como saber sobre la doctrina y moral católicas, que desarrolla, junto a otras, la capacidad trascendente de la persona, el sentido último de la vida y da respuesta a la cultura, a fin de integrar el saber de la fe en el conjunto de los demás saberes[57]. Su naturaleza y finalidad se desarrolla y se cumple mediante la transmisión a los alumnos de «los conocimientos sobre la identidad del cristianismo y de la vida cristiana, que capacita a la persona para descubrir el bien y para crecer en la responsabilidad»[58].
Dimensión evangelizadora
73. Siguiendo las orientaciones de Benedicto XVI, hemos de subrayar que la enseñanza religiosa, «lejos de ser solamente una comunicación de datos fácticos, informativa, la verdad amante del Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida, es performativa»[59]. Por ello, esta materia no se puede reducir a un mero tratado de religión o de ciencias de la religión, como desean algunos; debe conservar su auténtica dimensión evangelizadora de transmisión y de testimonio de fe[60]. Por ello, los profesores deben ser conscientes de que la enseñanza religiosa escolar ha de hacer presente en la escuela el saber científico, orgánico y estructurado de la fe, en igualdad académica con el resto de los demás saberes, haciendo posible el discernimiento de la cultura que se transmite en la escuela y respondiendo a los interrogantes de los alumnos, en especial a la gran pregunta sobre el sentido de la vida.
74. No podemos olvidar que la enseñanza religiosa escolar se inserta, desde su especificidad, dentro de los elementos básicos de la acción evangelizadora de la Iglesia. En este sentido, «el mandato misionero comporta varios aspectos, íntimamente unidos entre sí: “anunciad” (Mc 16, 15), “haced discípulos y enseñad”, “sed mis testigos”, “bautizad”, “haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización»[61]. Todo esto define el marco para la acción coordinada de la educación cristiana al servicio a la transmisión de la fe.
75. Dentro de este rico conjunto de elementos evangelizadores, la enseñanza religiosa ha de asumir, de manera muy especial, «el anuncio y la propuesta moral» del Evangelio[62]. El anuncio para que los alumnos conozcan, fundamenten o fortalezcan su adhesión inicial a Jesucristo suscitada en la familia o se inicien en ella; y los principios que fundamentan la propuesta moral y las virtudes cristianas para ejercitarse así en la praxis del bien común y del amor a todos, especialmente a los pobres y necesitados. La enseñanza religiosa escolar sirve a la familia y a la catequesis en cuanto presenta una síntesis orgánica y sistemática de la fe. Constituye una aportación específica al desarrollo de las capacidades espirituales, religiosas y morales y, en consecuencia, a la fundamentación de los valores morales, las virtudes cristianas y la opción por el bien y la verdad.
Las grandes preguntas
76. Las grandes preguntas del ser humano, a las que la enseñanza religiosa pretende responder, carecerían de respuesta sin la referencia a Dios y su salvación: «Sin su referencia a Dios el hombre no puede responder a los interrogantes fundamentales que agitan y agitarán siempre su corazón con respecto al fin y, por tanto, al sentido de su existencia»[63]A partir de la síntesis de fe, se pretende «descifrar la aportación significativa del cristianismo, capacitando a la persona para descubrir el bien y para crecer en la responsabilidad, para afinar el sentido crítico y aprovechar los dones del pasado a fin de comprender mejor el presente y proyectarse conscientemente hacia el futuro»[64].  
La respuesta
77. Todo ello pide, como objetivo educativo, la respuesta adecuada de la fe que busca entender, «fides quaerens intelectum», y el explícito sentido de la vida cristiana. A su vez, la enseñanza religiosa fundamenta una serie de valores que dan sentido y estructuran la acción humanizadora de la religión católica «ofreciendo algunas dimensiones de carácter ético y moral que nacen de las relaciones entre la fe y la cultura, y entre la fe y la vida»[65]. Dicha acción tiene como modelo y fundamento la Palabra, la Vida y la Persona de Jesucristo con toda su vitalidad, actualidad y capacidad de respuesta. Sería muy pobre la educación que se limitara a dar nociones, informaciones y valores, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la Verdad que guía la vida. Es necesario «ayudar a los jóvenes a ensanchar los horizontes de su inteligencia abriéndose al misterio de Dios en el que se encuentra el sentido y la dirección de nuestra vida, superando los condicionamientos de una racionalidad que solo se fía de lo que puede ser objeto de experimento y cálculo. Es lo que llamamos la «pastoral de la inteligencia»[66]. Serán los profesores quienes, por su protagonismo en la escuela, junto con los padres y la comunidad parroquial, sirvan a la formación religiosa católica, y no solo los profesores de religión, sino todos los profesores cristianos[67].

Escuela católica y profesorado cristiano
78. Es necesario que la escuela católica se comprometa con este proyecto: «La acción educativa de la Iglesia a través de la escuela católica, además de vincularse a la formación plena, entendida como desarrollo perfectivo de las capacidades básicas del alumno, propone una educación integral del mismo, tratando que todas las capacidades puedan ser integradas armónicamente desde la luz del evangelio que fundamenta una cosmovisión integradora de la personalidad»[68]. Tanto las personas consagradas como los profesores cristianos laicos ejercen, dentro de la comunidad educativa, «un ministerio eclesial» al servicio de la diócesis y en comunión con el obispo[69]. «La enseñanza de la religión en la escuela a cargo de docentes clérigos y laicos, sustentada en el testimonio de los docentes creyentes, debe conservar su auténtica dimensión evangélica de transmisión y de testimonio de fe»[70]. La escuela católica, junto a la familia y la parroquia, lleva a cabo un objetivo primordial: promover la unidad entre la fe, la cultura y la vida. El presente documento pretende facilitar el logro de este objetivo cuyo cumplimiento depende en gran parte de la escuela católica.
4. Propuesta de objetivos comunes
79. Nuestra propuesta tiene como finalidad la educación en la fe de niños, adolescentes y jóvenes para llevarles al encuentro con Jesucristo y su Evangelio, en el seno de la Iglesia. Para ello proponemos algunos objetivos y medios que sirvan a la reflexión personal y comunitaria, así como a la coordinación de los ámbitos y agentes comprometidos en la transmisión de la fe en un proceso educativo. Es imprescindible trabajar sobre objetivos que orienten y organicen una acción común; estos surgen de los elementos básicos y comunes a la acción evangelizadora de la familia, la parroquia y la escuela.
Análisis de la realidad
80. Hemos de partir de un análisis objetivo y sincero, que abarque todos los elementos que conforman y determinan la educación de nuestros destinatariosDicho análisis debe realizarse mediante «una lectura realista y completa de los signos de este tiempo a fin de desarrollar una presentación persuasiva de la fe»[71]. Esta lectura, que es una aportación común de la catequesis y de la enseñanza escolar, será un buen servicio para la familia, en cuanto análisis crítico de la situación cultural y su influencia en los hijos.
Los objetivos que proponemos pretenden responder a aquellos elementos que conforman la personalidad como son la identidad del ser, el sentido de la vida o la dignidad de la persona. En este sentido, entendemos que Jesucristo ilumina, plenifica y da sentido a la vida. Por ello, el objetivo primordial de la educación en la fe es dar a conocer y llevar al encuentro de Jesucristo. Con el papa Benedicto XVI nos preguntamos: «¿cómo proponer a los más jóvenes y transmitir, de generación en generación, algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes?»[72]. Desde siempre y en cada lugar, las nuevas generaciones de hombres y mujeres se han preguntado y se preguntan por su identidad y su destino. Buscan y esperan una respuesta que les indique el camino, que les oriente hacia el final, que les proponga medios para fundamentar la vida con valores perennes. En Jesucristo «se abre para el hombre la posibilidad de recorrer el camino que lo lleva hasta el Padre (cf. Jn 14, 6), para que al final Dios sea todo para todos (1 Cor 15, 28)»[73]. Y así lo reconoce el concilio Vaticano II: «Realmente el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado»[74].
Dar razón de nuestra fe
81. Es vital, pues, «dar razón de nuestra fe», presentar el amor vivo que llena la vida y potenciar la esperanza fundamentada en Jesucristo. A las nuevas generaciones se les debe ayudar a librarse de prejuicios generalizados y a darse cuenta de que el modo cristiano de vivir es gozoso, realizable y razonable. Por ello, más que enseñar conocimientos religiosos desde claves académicas, «se trata de dar a conocer el verdadero rostro de Dios y su designio de amor y de salvación a favor de los hombres, tal como Jesús lo reveló»[75]. A su vez, «al haberse confiado a la Iglesia la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, ella misma descubre al hombre el sentido de su propia existencia»[76]. El encuentro personal con Jesús es clave para desvelar y sustentar nuestra existencia cotidiana. La llamada de Jesús nos invita a conformarnos y transformarnos en Él. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), como una casa que está construida sobre cimientos firmes. Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra[77], dejándose plasmar por Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo, configurados con Cristo. «No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)»[78].
La dignidad humana
82. Uno de nuestros objetivos es educar a los niños, adolescentes y jóvenes para ser críticos con el ambiente en el que se mueven, que valoren su dignidad de personas, dejando de ser un número más, y aportándoles propuestas seguras, contrastadas y garantizadas por la palabra, la vida y la persona de Jesucristo. Los cristianos, al reconocer en la fe su auténtica dignidad, son llamados a llevar adelante una vida digna del Evangelio. Dios Padre, infinitamente perfecto, ha creado al hombre para hacerle partícipe de su vida misma. De ahí que la dignidad humana esté enraizada en haber sido creado «a imagen y semejanza de Dios». Esta es una de la claves fundantes de la antropología cristiana.
Un proyecto de vida
83. Otro de los factores que caracterizan el proceso educativo de la persona es encontrar sentido a su vida, mediante el descubrimiento de una fuerza vital que satisfaga los anhelos y esperanzas más profundas que anidan en el corazón humano. Se trata de un proyecto de vida en torno al cual organiza y orienta toda su existencia y comportamiento. Los cristianos, en comunión con la Iglesia, creemos que Jesucristo, como Dios y Hombre verdadero, es quien da sentido a nuestra vida. El encuentro con Jesucristo, el Hijo de Dios, proporciona un dinamismo nuevo a la existencia. Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, que es la Luz del mundo. La unión con Él lleva consigo negarse a sí mismos, pues «el que quiera a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí» (Mt 10, 37). La relación con Él no queda reducida a una mera relación entre discípulo y maestro. Jesucristo no dice yo os enseño el camino, sino «yo soy el Camino». Camino significa que Dios vino a nosotros en Cristo y, en Él, la persona está dirigida íntegramente a Dios, de tal manera que el motivo más profundo de la acción del cristiano es Jesús mismo.
Formación doctrinal
84. La respuesta cristiana a la cultura emergente y determinante, hoy, en los educandos, no sería eficaz sin una sólida formación doctrinal, que facilite la profesión de la verdad y el ejercicio del testimonio. Esta formación conlleva, como elemento de coordinación en la enseñanza y la catequesis, la asimilación de una síntesis de fe persuasiva, adecuada a la edad, sistemáticamente estructurada, que facilite la respuesta a la cultura y oriente al encuentro con Jesucristo. Esta formación afecta a la personalidad propia y a la de los demás, pues la exigencia del seguimiento a Cristo conlleva una llamada al amor. A este amor responde el hombre amando a Jesucristo, muerto y resucitado, amando a Dios, nuestro Padre, y amando a los hombres, nuestros hermanos: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14, 15). Y así, «estrechamente unidos en el amor mutuo alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y el perfecto conocimiento del misterio de Dios que es Cristo» (Col 2, 2). Él nos revela las riquezas de su gloria y nos ilumina para gustar a Dios, que es amor. Este es el principio y fin de toda formación religiosa: anunciar a Jesucristo, facilitar su conocimiento, a sabiendas de que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro de un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida»[79].
 La fe como encuentro
85. Cuando Jesús habla del amor fraterno que ha de unir a los hijos de Dios, el sentido del mismo lo fundamenta en su persona, pues «la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega»[80]. Más aún, Jesús mismo dice que «a quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10, 32). Es el anuncio personal del cristiano que proclama su amor a Dios y a los hombres en virtud de un mandato recibido y, aunque se encuentre solo, está unido por profundos vínculos invisibles, los espirituales, a la actividad evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia es la realidad histórica permanente donde el Padre, en Jesucristo, por la fuerza de su Espíritu se nos manifiesta; dentro ella resuena, una y otra vez, la Voz que llama, que convoca, y la Presencia a la que se invoca. El Señor es el fundamento de esa realidad, Él es quien da sentido y plenitud a la vida, aquí, «ayer, hoy y siempre». Por ello, el proyecto de educación que proponemos en orden a la transmisión de la fe dependerá de la adecuada relación con Él.
Objetivo general:
«Transmitir la fe de la Iglesia a los niños, adolescentes y jóvenes en la familia, la parroquia y la escuela».
Objetivos específicos:
  • Elaborar un itinerario básico y complementario de educación en la fe, en cada una de las etapas de desarrollo formativo, como marco común para las distintas instituciones educativas.
     
  • Analizar los elementos de la cultura contemporánea, que buscan determinar la personalidad de niños, adolescentes y jóvenes, confrontar la influencia de los contravalores que conlleva, y ofrecer alternativas emanadas del Evangelio.
     
  • Promover el conocimiento de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida; motivar el encuentro y la intimidad con Él por medio de la oración; y animar al seguimiento personal, acogiendo la vocación a la que cada uno sea llamado: el laicado cristiano, la vida consagrada o el ministerio ordenado.
     
  • Fundamentar la educación en valores y virtudes a partir de la Persona, Palabra y Vida de Jesucristo, y ofrecer aquellas que, de acuerdo con la edad, determinan la dimensión moral de los destinatarios.
     
  • Analizar y responder a las cuestiones fundamentales propias de la infancia, adolescencia y juventud, desde las diversas concepciones de la vida y ofrecer la especifica del humanismo cristiano.
     
  • Promover y facilitar la incorporación a la comunidad que cree, vive, celebra y testimonia la fe, por medio de convocatorias comunes a las familias, parroquias y escuelas.
     
  • Iniciar a los niños, adolescentes y jóvenes en la oración personal y comunitaria, aportando materiales y medios a las familias para que practiquen en el hogar y participen en la misa dominical de la parroquia.
Nuestra propuesta está pidiendo, a su vez, cuatro líneas prioritarias de acción: a) la revitalización de una profunda pastoral familiar; b) la prioridad y urgencia de formación y acompañamiento espiritual de catequistas; y c) una efectiva formación pastoral de los profesores cristianos y de religión.

IV. Elementos al servicio de la transmisión de la fe en la familia, la parroquia y la escuela

86. En el fondo de nuestro planteamiento, se trata de articular un proyecto común de coordinación, respetando las peculiaridades de cada uno de los ámbitos educativos. Las dimensiones de la familia, de la catequesis y de la enseñanza religiosa escolar responden a las capacidades del individuo y facilitan un proyecto orgánico y sistemático al servicio de la transmisión de la fe. A la hora de elaborar un itinerario adecuado a la edad de los destinatarios, es imprescindible conocer y coordinar las confluencias y peculiaridades de la catequesis parroquial, la formación religiosa en familia y los programas de la enseñanza religiosa escolar, a fin de colaborar en una misma acción evangelizadora.

87. Uno de los elementos a tener en cuenta, a la hora de coordinar la educación cristiana, es el de las dimensiones específicas de cada institución y es particularmente necesario en lo que se refiere a los contenidos. Cuidando lo característico y propio, se favorece mejor lo complementario. Dichos elementos han de centrarse en torno a los tiempos, etapas y edades en los que confluye la dimensión formativa de los tres ámbitos mencionados y, sobre todo, en aquellos en los que es conveniente completar la formación religiosa. En este aspecto, y atendiendo a las orientaciones de los últimos papas, es necesario y urgente elaborar para los adolescentes y jóvenes «un itinerario de inteligencia de la fe, que les permita armonizar mejor sus conocimientos religiosos con su saber humano para que puedan realizar una síntesis cada vez más sólida entre sus conocimientos científicos y técnicos y su experiencia religiosa»[81]. Esta síntesis de fe centrada en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, debe ser el objetivo común a todos. A ello nos invita con insistencia Benedicto XVI ante la «emergencia educativa».

1. Dimensiones de la familia (los rudimentos)

88. Decíamos más arriba que, a través de la catequesis del despertar religioso, el niño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la fe, que consisten en una sencilla revelación de Dios, Padre bueno y providente, al que aprende a dirigir su corazón[82]. Es un momento importante para educar en actitudes creyentes, sobre todo en la confianza, que contribuirán a desarrollar su fe. Desde el afecto y la fantasía que le caracteriza, el niño es capaz de vivir una auténtica experiencia religiosa, original y profunda. Dada la influencia del ambiente familiar, dominante en esta etapa, es imprescindible una relación frecuente de los padres con catequistas y demás agentes de pastoral infantil. En este sentido, es conveniente que la parroquia invite, con cierta periodicidad, a encuentros y convivencias a los matrimonios y familias para ayudarles en esta tarea.
89. En este contexto se deben cuidar las siguientes dimensiones:
  • El despertar del sentido religioso del niño mediante una toma de conciencia de sí mismo y de lo que le rodea.
  • El desarrollo en el niño de su capacidad de admiración, a través de los gestos, reacciones y palabras de la familia y de la comunidad, y ayudarle a descubrir a Dios Padre.
  • El acceso del niño a la oración como diálogo con Dios, y despertar en él un conocimiento y crítica de sí mismo.
2. Dimensiones de la catequesis (síntesis de fe desde la vivencia)
90. Las dimensiones propias de la catequesis son directrices indispensables que iluminan el camino, refuerzan la vida cristiana y conforman la formación religiosa integral. Así, la catequesis que introduce progresivamente en las insondables riquezas del misterio de Dios, revelado en Cristo, trata de llevar a los hombres a cuanto la Iglesia cree, celebra, vive y ora. Es decir, dicha acción eclesial conlleva el desarrollo de las siguientes dimensiones de la fe:
  • El conocimiento de la fe (doctrina).
  • La experiencia litúrgica y sacramental (celebración).
  • La formación moral (virtudes y valores).
  • La iniciación a la oración (experiencia religiosa).
  • La educación para la vida comunitaria (la Iglesia).
  • El compromiso para la misión (la Evangelización)[83]. 
3. Dimensiones de la enseñanza religiosa escolar (síntesis de fe desde el saber)
91. Por su parte, la enseñanza religiosa escolar, desde lo que le es específico, presenta el mensaje cristiano, desarrollando las distintas dimensiones del saber, al servicio de la transmisión de la fe. Estas son:
  • La dimensión teológica y científica del saber religioso (síntesis de la doctrina católica).
  • La dimensión trascendente de la persona (sentido último de la vida).
  • La dimensión humanizadora (concepción cristiana de la persona).
  • La dimensión ético-moral (principios y valores).
  • La dimensión cultural e histórica (relación fe-cultura).
Y así, tanto las distintas dimensiones como las que les son propias confluyen en los conceptos básicos y se diferencian en sus finalidades y consecuencias formativas. Es decir, las dimensiones son distintas, no excluyentes, y complementarias.
4. Contenidos que orientan un itinerario orgánico y sistemático
92. La coordinación puede quedar en buenos deseos. Para evitarlo, conviene programar y concretar algunos contenidos que deben ser las bases de un itinerario, y que cada diócesis puede adaptar según su situación religiosa, social y cultural. En concreto, «la Delegación Diocesana de Familia se ha de coordinar explícitamente con la Delegación de Catequesis y de Enseñanza para que se aseguren los contenidos mínimos de esta presencia y la formación especializada de las personas encargadas de darlos»[84].
La respuesta a este primer acercamiento a la formación, la encontramos ya en las exhortaciones apostólicasEvangelii nuntiandi de Pablo VI y Catechesi tradendae de Juan Pablo II. En esta última se dice que es de gran «importancia hacer entender al niño, al adolescente, al que progresa en la fe «lo que puede conocerse de Dios»; en cierto sentido: «lo que sin conocer veneráis, eso es lo que yo os anuncio»[85]:
93. Los contenidos de este anuncio son:
  • El testimonio de Dios Padre, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo, que ha amado al mundo en su Hijo y, en Él, ha dado a todas las cosas el ser, y que nos ha llamado a ser sus hijos y a heredar la vida eterna.
     
  • El misterio del Verbo de Dios hecho hombre, que realiza la salvación del hombre por su Pascua, es decir, por su muerte y su resurrección, evitando reducir a Cristo a su sola humanidad y su mensaje a una dimensión terrestre; y para que se le reconozca como el Hijo de Dios, el mediador que nos da acceso al Padre en el Espíritu.
     
  • El amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor para con Dios, su misericordia ante el pecado y su gracia para la salvación.
     
  • El amor fraterno, que procede del amor de Dios, y es el núcleo del Evangelio.
     
  • El misterio del mal y la búsqueda activa del bien.
     
  • El misterio de la Iglesia, presencia eficaz de Jesucristo y de su salvación, es una comunidad de hombres pecadores y, a la vez, santificados, que forman la familia de Dios, reunida por el Señor bajo la dirección de aquellos a quienes el Espíritu Santo constituyó pastores para apacentar la Iglesia de Dios.
     
  • Explicar que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia y de pecado, de miseria y de grandeza, es asumida por Dios, en su Hijo Jesucristo, y ofrece ya algún atisbo de la ciudad futura.
     
  • La búsqueda del mismo Dios a través de la oración y el insondable misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
     
  • Las exigencias, hechas de renuncia y también de gozo, que conlleva a lo que san Pablo llama «vida nueva», «creación nueva», ser o existir en Cristo, «vida eterna en Cristo Jesús». Este modo de vida es la de estar en el mundo pero sin ser del mundo; una vida según las bienaventuranzas y destinada a prolongarse y a transfigurarse en el más allá.
     
  • Las exigencias morales personales, emanadas del Evangelio, y las actitudes cristianas ante la vida. La búsqueda de una sociedad más fraterna y solidaria, el trabajo por la justicia y la paz.
     
  • El anuncio profético del más allá, vocación definitiva del hombre, que nos será revelado en la vida futura[86].
Este es el núcleo de contenidos de los que no podemos prescindir, pues todos ellos son elementos fundamentales a la hora de programar un itinerario de educación en la fe. Lo que sí nos corresponde es adecuarlos a cada edad, por tiempos y etapas, según los destinatarios y el contexto socio-cultural en el que viven.
5.Propuesta de un itinerario marco para la formación religiosa de los adolescentes
94. Se trata de desarrollar lo que Benedicto XVI ha llamado «pastoral de la inteligencia». Es un itinerario basado en el Catecismo de la Iglesia Católica. Somos conscientes de que, en cada edad, hay contenidos que emergen con mayor urgencia y que hay que tenerlos presentes a la hora de programar el itinerario para cada una ellas, como hacemos en el que ahora proponemos para adolescentes. La adolescencia es una edad de referentes contradictorios, por un lado, y transcendental en la construcción de la personalidad del adolescente, por el otro, en la que se han de tener en cuenta las siguientes características, que nos van a servir para los objetivos propuestos:
95. A los adolescentes les preocupa la inseguridad y la confianza, la soledad y el deseo de compañía, pero, sobre todo, la necesidad de amar y de ser amados. Todo ello lo buscan superar o realizar a través de la amistad y del grupo. Aunque acomodados en la familia y con un amplio servicio educativo, muchos adolescentes crecen pobres en ideales y en esperanza, y espiritualmente vacíos. Por ello, al descubrir algo que les asombra y supera, demandan fundamentos racionales ante su inseguridad. 
96. Por encima de la razón prima la dimensión emocional, estético-expresiva y simbólica de la vida. Les interesa mucho la diversión, las aficiones deportivas, el éxito en la canción, las emociones generadas por el deporte. El logro de estos intereses ha generado una cierta banalización de las dimensiones fundamentales de la vida, como la dignidad del ser humano y su trascendencia. 
97. Con todo, el adolescente cambia de opciones y sufre las situaciones contradictorias de las que espera comprensión por parte de los adultos. Por un lado, «se debate entre las ganas de vivir, la necesidad de tener certezas, el anhelo del amor y la sensación de desconcierto, la tentación del escepticismo y la experiencia de la desilusión»[87]; por otro, el adolescente también lleva consigo la búsqueda de la verdad, la sed generalizada de valores y la respuesta al sentido último de su vida, y, en consecuencia, la búsqueda de Dios.
98. De aquí surge la necesidad de proponer un itinerario orgánico, razonable y apreciable para esta edad. El discernimiento de las características que conforman la situación de las personas a las que va dirigido el mensaje cristiano es la primera acción responsable a la hora de concretar los contenidos adecuados. La propuesta que presentamos a continuación es un servicio de orientación, que necesariamente tendrá que ser desarrollado conforme a las circunstancias y medios de cada diócesis o grupo de trabajo.
99. Entre los contenidos de este itinerario, subrayamos los siguientes:
  • Dios Padre ha creado al hombre libremente para hacerle partícipe de su vida. La dignidad del ser humano está enraizada en su creación, «hecho a imagen y semejanza de Dios». «Viniendo de Dios y yendo hacia Dios el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios»[88]. No se trata de saber cómo ha surgido el cosmos sino, más bien, de descubrir cuál es el sentido de tal origen dado por Dios.
     
  • En todo tiempo y en todo lugar, Dios se hace cercano al hombre, le llama y le ayuda a buscarle, conocerle y amarle. «Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios»[89]. Dios Padre muestra su omnipotencia paternal por su misericordia infinita, por la adopción filial, por el perdón que da de nuestros pecados[90].
     
  • Dios Padre convoca a todos, a quienes el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. No fue Dios quien hizo el mal y la muerte. Dios constituyó al hombre en la justicia, sin embargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad levantándose contra Dios e intentando alcanzar su propio fin al margen de Dios. Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y justicia originales, no solamente para él, sino para todos los humanos. La Virgen María con su fe y obediencia colaboró a la salvación de los hombres y se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.
     
  • Para lograr la unidad de la Iglesia, el Padre Dios envió a su Hijo como Redentor y Salvador. Nuestra salvación procede de la iniciativa de Dios, que envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. La redención de Cristo consiste en que Él ha venido a dar su vida en rescate por todos. Jesús cumplió la misión expiatoria que justifica a muchos, cargando con las culpas de ellos. La victoria sobre la esclavitud del pecado, obtenida por Cristo crucificado y resucitado, nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado. Los discípulos de Jesús deben asemejarse a Él, hasta que Él crezca y se forme en ellos. El reino de Dios se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Jesucristo. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad. Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles.
     
  • Dios llamó a todos a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción por el Bautismo, herederos de su vida. Cristo, cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos. El Espíritu Santo que Cristo derrama sobre sus miembros construye, anima y santifica la Iglesia. La Iglesia es, en este mundo, sacramento de salvación, signo e instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres. La misión del Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar a la asamblea para el encuentro con Cristo, recordar y manifestar a Cristo a la comunidad de los creyentes, hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador, y hacer fructificar el don de la comunión de la Iglesia.
     
  • Para que esta buena noticia resonara en todo el mundo, Jesucristo envió a sus Apóstoles dándoles el mandato de anunciar el evangelio con la seguridad de que Él estaría siempre con ellos. Hoy, la Iglesia católica anuncia la totalidad de la fe, administra la plenitud de los medios de salvación, es enviada a todos los pueblos, abre sus puertas a todos los hombres y abarca todos los tiempos; por su propia naturaleza es misionera.
     
  • Este tesoro de la fe ha sido guardado y transmitido fiel e íntegramente por los Apóstoles y sus sucesores, los obispos. Cada uno de ellos son, por su parte, principio y fundamento visible de la unidad en sus Iglesias particulares. Los obispos, ayudados por los presbíteros, tienen la misión de enseñar la fe auténtica, de celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía, y de cuidar de su Iglesia como verdaderos pastores.
     
  • Todos los que han acogido esta llamada del Señor son enviados, también, a anunciar su Palabra (credo), celebrar la fe (liturgia), vivir como hermanos (moral) y orar al Padre (oración)[91]. La miseria humana atrae la compasión de Cristo, que ha querido cargarla sobre sí, identificándose con los más pequeños de sus hermanos. Por eso podemos afirmar que, cuando servimos a los pobres y a los enfermos, somos el perfume de Cristo.
     
  • Jesucristo nos precede en el reino glorioso del Padre para que nosotros vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente. Al final de los tiempos retribuirá a cada hombre según sus obras.
6. Referencias a la psicología de esta edad
100. Nos parece conveniente y necesario tener presentes algunas de las características propias de la adolescencia, pues el mensaje cristiano es sembrado en una tierra abonada de elementales necesidades y de sorprendentes posibilidades. Ofrecemos las referencias siguientes:
  • Libertad: la libertad se realiza en el amor. Dios es amor y, en Él, el hombre adquiere su libertadQuien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu» (cf. Gál 5, 16). Libertad y amor coinciden; por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a rivalidades y conflictos[92].
     
  • Confianza: La mutua confianza motiva el enorme deseo de saber y comprender; este se manifiesta en las continuas preguntas e insistentes peticiones por parte de los adolescentes. La mera información no propicia la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida.
     
  • Amistad: Los adolescentes, más vulnerables al creciente individualismo propiciado desde la cultura actual, que tiene como consecuencia inevitable el debilitamiento de los vínculos interpersonales y la disminución del sentido de pertenencia, podrán experimentar la belleza y la alegría de ser y sentirse Iglesia, así como la de encontrar buenos amigos en ella, frente a la soledad al que están expuestos con el uso excesivo de las técnicas de comunicación[93].
     
  • Compañía: Nuestros adolescentes y jóvenes están desprotegidos ante las dificultades. Es constatable la fragilidad y el interés propio en estas edades. La capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos. Es necesario que la formación cristiana responda a sus preguntas sobre el dolor, el mal y la muerte, que cuestionan y necesitan luz en medio de sus dudas y oscuridades. La Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo puede responder a muchos de sus interrogantes.
     
  • Celebración: Todo itinerario formativo debe ayudar a sus destinatarios a crecer y madurar en un verdadero sentido de pertenencia a la comunidad parroquial. El centro de la vida de la parroquia es la Eucaristía, y en particular la celebración dominical. Si la unidad de la Iglesia nace del encuentro con el Señor, no es secundario que se cuide mucho la adoración y la celebración de la Eucaristía, permitiendo que los que participan experimenten la belleza del misterio de Cristo.
101. Estas propuestas no pretenden ser una programación nueva y distinta, paralela a la que se desarrolla en la catequesis, el grupo o la enseñanza religiosa escolar. Son itinerarios cuyos contenidos pueden ser comunes a la enseñanza o la catequesis, acentuando, en cada etapa y en cada ámbito correspondiente, aquellos aspectos en los que es necesario incidir más, ya sea por su deficiencia, necesidad o insuficiente desarrollo.


V. Medios y modos para la coordinación en la transmisión de la fe

102. La coordinación de tareas entre la familia, la parroquia y la escuela tiene como objetivo concertar esfuerzos e inquietudes y unir personas para conseguir un objetivo común: la transmisión de la fe católica. Las dificultades estriban, muchas veces, en la ausencia de una formación religiosa adecuada, así como en el mutuo desconocimiento de aquellos elementos que intervienen en el proceso de dicha transmisión en cada uno de los ámbitos educativos. Por ello, es imprescindible encontrar y contar con responsables de catequesis, enseñanza religiosa y pastoral familiar para conocer los proyectos educativos, distribuir tareas y adquirir compromisos en orden a elaborar un proyecto común; un proyecto que, a la luz de la nueva evangelización, pide una nueva sensibilidad, un nuevo esfuerzo misionero y una nueva propuesta de fe.
1. Situaciones a tener en cuenta en las distintas edades
103. Podemos constatar que la educación religiosa en la infancia es significativa en nuestro país, al menos desde el punto de vista cuantitativo. Son muchas las familias que solicitan los sacramentos de iniciación para sus hijos y reciben las correspondientes catequesis. Puede ser una oportunidad de la gracia de Dios para que los padres puedan reencontrarse con la fe y con la Iglesia. Asimismo, es apreciable en estas edades, y a pesar de todo, la solicitud de la enseñanza religiosa en la escuela. Y es importante, también, tener en cuenta la influencia social de los acontecimientos religiosos del entorno y la presencia cultural de la religión, que afectan sensiblemente en estas edades. En efecto, los años de la infancia son de gran trascendencia para la iniciación a la fe, pues el despertar religioso sitúa a los niños ante un mundo en el que la imagen de Dios Padre puede dar sentido a todo lo que les rodea. El niño percibe el lugar que ocupa Dios en sus padres, en su familia y en su hogar. Nunca será suficiente repetir que son necesarios agentes de pastoral y materiales adecuados para ayudar a los padres en esta entrañable tarea.
Agentes y materiales
104. En este sentido, es de agradecer, una vez más, la dedicación y entrega de tantos padres, catequistas y profesores al servicio de la educación cristiana. Sin embargo, las circunstancias actuales que rodean la vida de los niños y sus familias nos urgen a una preparación integral de agentes, teniendo en cuenta cuatro dimensiones: humana, intelectual, espiritual y pastoral. Dichos agentes, para llevar a cabo el ministerio eclesial que se les ha encomendado, están llamados a ser: expertos en humanidad, expertos en la fe de la Iglesia y expertos acompañantes en el camino de aquellos que les han sido confiados. Asimismo, reconocemos, también, que se dispone de instrumentos suficientes que ayudan al despertar religioso. En primer lugar, los catecismos de iniciación, que son documentos de fe, y, también, todos aquellos materiales que responden, tanto a los diseños curriculares y sus correspondientes programas.
Infancia media
105. Entendemos que, en este proceso de tiempo, existen unos años, de seis a nueve aproximadamente, en los que se nos ofrece una mayor posibilidad de coordinación. Es el tiempo de catequesis de iniciación sacramental, en el que la parroquia hace un gran esfuerzo en la transmisión de la fe y en el cuidado del grupo de catequizandos; la enseñanza religiosa escolar informa sobre la síntesis de fe, presente en el currículo oficial; y la familia se esfuerza por completar la educación cristiana de los hijos. A este respecto, conviene hacer un esfuerzo grande de coordinación en orden a los objetivos y contenidos, de modo que los contenidos no se repitan, o en su caso, tengan un desarrollo complementario, de manera que los tres ámbitos puedan colaborar eficazmente en la transmisión de la fe. Es muy conveniente que padres, catequistas y profesores programen celebraciones conjuntas con los niños, donde ellos puedan celebrar la comunión de fe y de vida con quienes están ayudándoles en su crecimiento y maduración.
Infancia adulta
106. En las edades posteriores, entre los diez y doce años aproximadamente, es necesario un replanteamiento conjunto en orden a favorecer la síntesis de fe. Se hace necesaria una catequesis orgánica y sistemática que, coordinada con el currículo escolar de religión católica, se centre en los objetivos correspondientes y puedan ser compartidos con la familia y el grupo de referencia. La parroquia tiene en este momento un papel mayor de responsabilidad en cuanto al proceso de continuidad por la recepción de los sacramentos y en la coordinación de los catequistas, padres y profesores.
Adolescencia
107. Un cuidado especial nos merecen los adolescentes, cuyas edades oscilan entre los doce y dieciséis años. Los expertos nos dicen que en estos años se va forjando la personalidad a fuerza de experiencias, búsquedas, dudas e ilusiones. De ello ya hemos hablado antes. Es una etapa de la vida a la que debemos dedicar un mayor esfuerzo de evangelización. Ante la búsqueda del sentido de la vida, los adolescentes necesitan referentes personales, modelos que orienten esa búsqueda. Solo Jesucristo puede llenar sus expectativas, anhelos e inquietudes. Nuestro proyecto de coordinación debe tener en cuenta estos elementos para formular una propuesta de contenidos que orienten, clarifiquen y den respuesta cristiana a sus interrogantes, proyectos y esperanzas.
108. Es un momento propicio para coordinar la acción catequética de la parroquia, con la acción formativa de la escuela y con la participación de los padres. Esta etapa necesita, urgentemente, un proyecto educativo cristiano. La Iglesia, madre y maestra, con especial cuidado por estos hijos suyos, se dispone a trabajar en dicho proyecto.
2. La urgencia del testimonio cristiano de los padres, catequistas, profesores y alumnos
109. El testimonio de los padres conlleva que cada hogar se convierta en espacio de escucha comunitaria de la Palabra de Dios, de la oración en familia, del testimonio de amor mutuo y de la práctica sacramental de los padres. La oración es uno de los rasgos que definen e identifican a toda comunidad cristiana y, por tanto, a la familia, «iglesia doméstica».
Maestros y testigos
110. En el despertar religioso, la iniciación en la oración es un sencillo y amoroso diálogo con Dios, es ponerse ante Él, presente entre nosotros, con quien es posible dialogar. Orar con los hijos es tratar con Dios y comunicarle nuestros problemas, necesidades, alegrías y esperanzas. Así concreta Benedicto XVI esta acción educativa de los padres: «Con el don de la vida los padres reciben todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de trasmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios»[94].
111. El testimonio cristiano de padres, profesores y catequistas redunda en los niños, adolescentes y jóvenes, y es un referente para ellos; dicho testimonio es motivado por aprendizaje, pues lo que trasmiten es la fe de la Iglesia, que ellos, a su vez, han recibido y, en su nombre, la transmiten con autoridad y ejemplaridad. Al dar razón de su fe (1 Pe 3, 15), testifican su propia identidad y les ayudan a descubrir la plenitud del ser humano realizada en Jesucristo, el Hombre nuevo[95]. Él es la clave para comprender el misterio del hombre, Él es quien da sentido a toda vida y toda realidad.
3. Medios y servicios mutuos
112. La propuesta de educación cristiana que hacemos es un medio de evangelización que necesita de la acogida y del servicio especialmente de la parroquia, de sus sacerdotes y de los catequistas. La parroquia crea comunidad y sirve a la comunidad de personas que profesan la fe. La parroquia alimenta y sustenta el testimonio de catequistas, padres, profesores cristianos y alumnos a través de la catequesis y de los sacramentos, fundamentalmente la Eucaristía. La acción educativa de la fe en la escuela y en la familia sería ineficaz si los padres y profesores, junto con los catequistas, no dieran testimonio de comunión y de una comunidad que ora, celebra y ama. La parroquia debe asumir, una vez más, la responsabilidad de ser el motor de esta coordinación deseada.
En la parroquia
113. En este sentido, escuela y familia esperan de la catequesis parroquial la iniciación en la fe, en la vida litúrgica, en la oración personal y comunitaria, la integración en las celebraciones de la comunidad, la manifestación y testimonio de la unión de todos en la misma fe, en el mismo amor y en la acción caritativa y social, en el esfuerzo por servir, mantener y realizar una verdadera comunidad eclesial con Jesucristo como centro. La formación cristiana no tendrá continuidad si no va acompañada de la práctica religiosa. No pueden arraigarse la enseñanza y la catequesis que se presenta a niños y adolescentes si no se encuentran regularmente con Cristo, que transforma desde el interior su ser y su actuar.
En la familia
114. La familia, además de la educación en virtudes y valores por la palabra y el ejemplo de los padres, puede contrastar, evaluar y corregir el desarrollo de los mismos en sus hijos, y su aplicación en casos y circunstancias concretas. La educación en este ámbito se orienta, en muchas ocasiones y por la demanda de las circunstancias vitales del entorno familiar, a la adquisición de virtudes y valores evangélicos. Los padres deben ser informados de aquellos contenidos y métodos a través de los cuales los hijos puedan conocer, asumir y ponerlos en práctica. Así, por ejemplo, la dimensión afectivo-sexual deberá estar presente en el proceso educativo de la fe; por ello, «la delegación diocesana de Pastoral Familiar tendrá la responsabilidad de revisar los materiales que se utilicen y de ayudar, mediante expertos, a la adaptación pedagógica y la capacitación de los catequistas, y demás agentes, que enseñen estos temas»[96]. La familia necesita de ayuda ante las influencias negativas que determinan el crecimiento armónico de sus hijos hacia el bien, la verdad y la auténtica libertad. A su vez, la escuela y la parroquia esperan de la familia que sea un espacio donde se respiran valores cristianos. La familia está llamada a ser hogar, escuela y taller de fe[97].
En la escuela
115. Los profesores cristianos y de religión católica necesitan también de la parroquia que les acoja como creyentes, pues, en ella, alimentan su fe y la celebran y, desde ella, la testimonian. El profesor de religión, por su parte, que enseña y anuncia la fe en nombre de la Iglesia, necesita el apoyo de la comunidad parroquial. Además, una de las garantías que un profesor puede presentar ante el obispo diocesano, junto a su necesaria preparación teológica y aptitud pedagógica, al ofrecerse como profesor de religión, es su vinculación y servicio a la comunidad cristiana de referencia.
En comunión para la misión
116. Los catequistas, profesores y padres, interrelacionados, han de ofrecer un testimonio coherente y concorde con los valores que la enseñanza religiosa propone y fundamenta, así como han de valorarse positivamente en aquello que cada uno realiza según su función. Es necesario crear modos, espacios y tiempos para el encuentro y celebración de la fe entre los integrantes de la comunidad educativa. La parroquia ha de cuidar, en el marco de una pastoral de conjunto, esta dimensión y facilitar a todos su participación.
117. Para la realización de este proyecto no podemos olvidar las escuelas de padres. Es conveniente y necesario crearlas o potenciarlas, bien desde las propias familias, desde los centros de enseñanza o desde las mismas parroquias. Estas escuelas son imprescindibles para llevar a cabo los objetivos que hemos enunciado. Revisando la experiencia habida en cada diócesis, la escuela católica y los profesores de religión pueden prestar una encomiable ayuda en este servicio.

Conclusión

118. Invitamos a todas las instituciones implicadas a colaborar en este proyecto al servicio de la transmisión de la fe. Formar a las nuevas generaciones siempre ha sido una labor ardua, pero gratificante. En las circunstancias actuales que nos toca vivir, podemos afirmar que es una tarea difícil, pero apasionante. Hoy, necesitamos educadores en la fe que sean maestros y testigos; o, mejor, testigos para ser maestros. Percibimos, en general y con prudencia, cómo aumenta la demanda de una educación llevada por profesionales con vocación de servicio, que den testimonio[98]. Confiamos en los católicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, apasionados en la noble tarea de la educación y dispuestos a ofrecer lo mejor de sí mismos al servicio de la formación integral de niños, adolescentes y jóvenes, siguiendo los criterios del Evangelio y como miembros de la Iglesia. Junto a estas reflexiones y orientaciones, os ofrecemos también nuestro apoyo y estímulo de pastores, conscientes que más allá de cualquier duda o dificultad, incluso ante la tentación de querer apoyarnos en nosotros mismos, tenemos un valedor en quien hemos puesto toda nuestra confianza: Jesucristo, el Maestro, el Señor.
119. Deseamos que esta propuesta de coordinación sea acogida con esperanza al servicio de la comunión para la misión en el contexto de la nueva evangelización. Desde nuestra experiencia, hemos optado por la mayor concreción posible que haga viable la coordinación en los contenidos fundamentales, los objetivos generales y específicos, así como las acciones más asequibles en los correspondientes ámbitos educativos. Posee los elementos necesarios para ser eficaz. Requiere un trabajo conjunto de todos los agentes implicados en la educación en la fe para adecuarlo a las circunstancias de cada diócesis, desarrollarlo y asumirlo como propio en cada parroquia, en cada escuela y en cada familia. Es una ocasión para fomentar, de nuevo, la educación cristiana a todos los niveles y ofrecerla como alternativa a otras. La Conferencia Episcopal Española estudiará las posibilidades de un proyecto educativo católico que contemple una visión coherente, armónica y completa del hombre, con objetivos, acciones y medios adecuados, y que sirva como marco de referencia para todas las instituciones educativas católicas.
120. Agradecemos a todos vuestra disponibilidad, servicio y entrega en la hermosa misión de ofrecer el Evangelio a las nuevas generaciones. Estamos convencidos de que todo aquello que sembramos con esperanza y alegría, expresión de nuestra vivencia y testimonio cristianos, dará su fruto allí, donde, como y cuando el Espíritu Santo quiera. 
En palabras del beato Juan Pablo II, somos conscientes de que «está en juego el futuro de la transmisión de la fe y su realización»[99]. Ponemos este proyecto en manos de la Virgen María, catequista de Jesús en Nazaret, maestra de la fe, animadora de la esperanza y, sobre todo Madre, testimonio vivo del amor de Dios. Que Ella, experta en la acción del Espíritu Santo, nos aliente y acompañe en la realización de este proyecto, viviendo contentos por dentro y contagiando por fuera la belleza de la fe.

Madrid, 25 de febrero de 2013


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[1] Secretariado Nacional de Catequesis, Por una formación religiosa para nuestro tiempo, en Jornadas Nacionales de España (Madrid 1966); Id., La educación en la fe del pueblo cristiano en España, hoy, en XVII Asamblea Plenaria del Episcopado Español (Madrid 1973); Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones astorales sobre la Enseñanza Religiosa Escolar (Madrid 1979); Id., El religioso educador. Identidad y misión hoy en la Iglesia (Madrid 1982); Id., La catequesis de la comunidad (Madrid 1983); Id, El sacerdote y la educación (Madrid 1987); Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones (Madrid 1999); Id., La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad. Instrucción pastoral (Madrid 2001).
[2] Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana (29.5.2008).
[3] Benedicto XVI, carta apostólica Porta fidei, n. 10.
[4] Benedicto XVI, Porta fidei, n. 10.
[5] Cf. Ratzinger, J., Convocados en el camino de la fe (Salamanca 2002), pp. 301-302.
[6] Benedicto XVI, visita pastoral a Brescia, Discurso en el auditorio Vitorio Montini (8.11.2009).
[7] Juan Pablo II, Discurso inaugural del Sínodo de Obispos (1980).
[8] Benedicto XVI, Verbum Domini (Roma 2010), n. 109.
[9] Cf. concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen gentium, nn. 25-27.
[10] Congregración para los Obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos Apostolorum succesores (Roma 2004), nn. 123-134.
[11] Pío XII, carta encíclica Mystici Corporis, cap. 3.º.
[12] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes divinitus, n. 5.
[13] Congregración para el Clero, Directorio General para la catequesis, n. 44.
[14] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 32.
[15] Congregración para la Educación Católica, La Escuela Católica en los umbrales del Tercer Milenio (Roma 2002), n. 10.
[16] CIC, c. 806.
[17] Juan Pablo II, carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 43.
[18] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones (Madrid 1998).
[19] Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana (28.5.2009).
[20] Juan Pablo II, carta encíclica Redemptor hominis, n. 14.
[21] Benedicto XVI, Homilía en las primeras vísperas de la fiesta de Santa María, Madre de Dios (31.1.2008).
[22] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 16.
[23] Congregración para el Clero, ibíd., n. 66.
[24] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España, (Madrid) n. 60.
[25] Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 39.
[26] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1803.
[27] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1804.
[28] Cf. concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, n. 11.
[29] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 11.
[30] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la  Iglesia en España, n. 34.
[31] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la  Iglesia en España., n. 63.
[32] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 37.
[33] Ibíd., n. 36.
[34] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 39.
[35] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la  Iglesia en España, nn. 89-90.
[36] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 37.
[37] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 39.
[38] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 178.
[39] Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 71.
[40] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 40.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1275.
[42] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 66.
[43] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 57.
[44] Ibíd., n. 64.
[45] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 63.
[46] Juan Pablo II, exhortación apostólica Christifideles laici, n. 14.
[47] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, n. 60.
[48] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, n. 80.
[49] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 66.
[50] Ibíd., 80.
[51] Ibíd., 68.
[52] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 219.
[53] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones (Madrid 1998). n. 33.
[54] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1231.
[55] Benedicto XVI, Discurso a la Universidad católica en Washington (17.4.2008).
[56] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 179.
[57] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones pastorales sobre la Enseñanza Religiosa Escolar (Madrid 1979).
[58] Benedicto XVI, Discurso a los docentes de religión católica (25-IV-2009).
[59] Benedicto XVI, carta encíclica Spe salvi, n. 2.
[60] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal Polaca en visita “ad limina” (26.11.2005).
[61] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 46.
[62] Juan Pablo II, carta encíclica Veritatis splendor, n. 107.
[63] Benedicto XVI, Discurso en la Universidad Gregoriana de Roma (13.XI.2006).
[64] Benedicto XVI, Discurso a los profesores de religión en la escuela italiana (23.4.2009).
[65] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones (Madrid 1998). n. 37.
[66] Benedicto XVI, Discurso a la asamblea diocesana de Roma (11.6.2007).
[67] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones para la pastoral educativa escolar en las diócesis (Madrid), n. 9.
[68] Conferencia Episcopal Española, La escuela católica, oferta de la Iglesia en España para la educación en el siglo XXI (Madrid), n. 23.
[69] Cf. Congregación para la Educación, Las personas consagradas y su misión en la escuela (28.X.2002), n. 42.
[70] Benedicto XVI, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal Polaca en visita “ad límina” (26.XI.2005).
[71] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Estados Unidos en visita “ad limina”, (28.5.2004).
[72] Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea de Roma (11.6.2007).
[73] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 20.
[74] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 22.
[75] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 23.
[76] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 41.
[77] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a la Jornada Mundial de la Juventud, 2011.
[78] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 2.
[79] Juan Pablo II, exhortación apostólica Christifideles laici, n. 1.
[80] Ibíd., n. 14.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Francia en visita “ad limina” (20.2.2004), n. 4.
[82] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, n. 36.
[83] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, nn. 5-92.
[84] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, n. 84.
[85] Juan Pablo II, exhortación apostólica Catechesi tradendae, n. 29.
[86] Cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, nn. 26-29.
[87] Benedicto XVI, Visita pastoral a Brescia, Discurso en el auditorio Vittorio Montini (8.11.2009).
[88] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 44.
[89] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 46.
[90] Ibíd., n. 207.
[91] Cf. CCE, nn. 1-49, 207, 1691, 284, 413-420, 455, 511, 666, 868, 1112, 2449.
[92] Cf. Benedicto XVI, Ángelus en la Basílica de S. Pedro (27.6.2010).
[93] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea Eclesial de la diócesis de Roma (26.5.2009).
[94] Benedicto XVI, Homilía a las familias en Valencia (9.7.2006).
[95] Concilio Varicano II, Gaudium et spes, n. 22.
[96] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España, n. 92.
[97] Cf. Juan Pablo II, carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 33.
[98] Cf. Benedicto XVI, Discurso en el auditorio Vittorio Montini, Brescia (8.XI.2009).
[99] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Francia en visita “ad limina” (20.II.2004), 3.