Corpus
Christi: la Fiesta del Amor
Celebramos el próximo domingo IX del
Tiempo Ordinario, la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo. Es la fiesta del Corpus Christi que la Iglesia universal conmemora
desde 1264, en tiempos del papa Urbano IV. Es, asimismo, la fiesta del Amor y
en la que Jesús cumple su promesa de estar siempre entre nosotros. La Iglesia,
plena de alegría, muestra por calles y plazas ese extraordinario milagro: un
Dios y Redentor nuestro permanece con nosotros bajo las especies de Pan y Vino.
Y celebramos, igualmente, el Día del Amor en el que también se sale a las
calles a pedir oraciones y ayudas por nuestros hermanos más necesitados.
El
jueves siguiente a la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra
la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. Se celebró por vez
primera en Lieja en 1247 a instancias de una religiosa, Juliana de Mont-Cornillon.
En una visión en 1208, el Señor le hizo comprender, según ella, la laguna de
una fiesta anual para honrar el sacramento del altar. La fiesta, fue extendida
en 1269 por el papa Urbano IV a toda la Iglesia latina.
Pocas
fiestas hay tan entrañables en el calendario para el pueblo cristiano como la
de Corpus Christi, que litúrgicamente celebraremos el próximo domingo. En todos
los pueblos y ciudades de España está profundamente arraigada. La secularización
no la ha dañado sustancialmente, aunque necesitamos darle un realce y un
esplendor si cabe mayor incluso que el que ha tenido en épocas anteriores de
máximo esplendor. Es un día para adorar al Señor y confesar públicamente con
los labios y el corazón, la fe en Jesucristo, Hijo único de Dios, centro y
clave de todo lo creado, raíz de nuestra esperanza, fundamento último para el
edificio del mundo y de la sociedad, piedra angular de la Iglesia.
Cuando
tantos cristianos pretenden vivir la fe como en la clandestinidad o en el
anonimato, cuando no pocos ocultan sus convicciones, es necesario que los
cristianos manifestemos en público esa fe, sin arrogancia alguna, pero con
firmeza y respeto para todos. No podemos acomplejarnos de la presencia real de
Cristo, Evangelio vivo de Dios, fuerza de salvación para todo el que cree. No
podemos ni debemos ocultar lo que Jesús nos dice que proclamemos en las calles,
«desde las terrazas»: su amor sin límites, el amor de Dios entregado a los
hombres en su cuerpo, en su persona para la vida del mundo. No podemos ni
debemos ocultar ni silenciar al que es el Hijo de Dios venido en carne, luz
para todo hombre, camino, verdad y vida, reconciliación y paz, salvación para
todo hombre y alivio para quien acude a Él.
El
día de Corpus los cristianos celebramos la presencia real del Cuerpo de Cristo
en la Eucaristía, recorremos las calles y las plazas de nuestros pueblos y
ciudades adorando al Santísimo Sacramento del Altar, en el que está real y
verdaderamente presente Cristo vivo, el «Amor de los amores» entregado por
nosotros. Cristo vive para siempre y está realmente presente con toda su
persona y su vida, con todo su misterio y con todo su amor redentor, en el pan
y en el vino de la Eucaristía. ¿Cómo vamos a dejar de proclamar en público y
por todas las partes, como haciendo partícipes a todos los que nos vean pasar o
se agolpen al paso del Señor, que Dios está ahí, que Dios nos ama a todos y a
cada uno de los hombres? ¿Cómo no proclamar, a plena luz y ante las gentes, el amor
de Dios que nos ha hecho hijos suyos, queridos, uniéndonos al Hijo Unigénito,
Jesucristo?
La procesión del Santísimo
Sacramento propiamente dicha aparece esporádicamente a fines del siglo XIII
(Angers, Colonia) y se propagó a lo largo de los siglos XIV y XV. En el siglo
XV fue aceptada en Roma. Durante siglos, fue el principal punto de confluencia
de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe,
reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del movimiento
protestante, y la cultura, han contribuido a dar vida a muchas y signicativas
expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eucaristía.
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JOLABE