Páginas

viernes, 22 de marzo de 2013

AUDIENCIA PAPA FRANCISCO CON CUERPO DIPLOMATICO


Excelencias,

Señoras y señores:

Agradezco sinceramente a vuestro decano, el Embajador Jean-Claude Michel, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y os acojo con gozo en este intercambio de saludos, simple pero intenso al mismo tiempo, que quiere ser idealmente el abrazo del Papa al mundo. En efecto, por vuestro medio encuentro a vuestros pueblos, y así puedo en cierto modo llegar a cada uno de vuestros conciudadanos, con todas sus alegrías, sus dramas, sus esperanzas, sus deseos.
Vuestra numerosa presencia es también un signo de que las relaciones que vuestros países mantienen con la Santa Sede son beneficiosas, son verdaderamente una ocasión de bien para la humanidad. Efectivamente, esto es precisamente lo que preocupa a la Santa Sede: el bien de todo hombre en esta tierra. Y precisamente con esta idea comienza el Obispo de Roma su ministerio, sabiendo que puede contar con la amistad y el afecto de los Países que representáis, y con la certeza de que compartís este propósito. Al mismo tiempo, espero que sea también la ocasión para emprender un camino con los pocos Países que todavía no tienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, algunos de los cuales –se lo agradezco de corazón– han querido estar presentes en la Misa por el inicio de mi ministerio, o enviado mensajes como gesto de cercanía.

1. ESCENAS DE LA PASIÓN

1. LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN

Señor:
Eres vitoreado y aclamado como Rey. ¡Hosanna el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Entras en la ciudad de Jerusalén en medio de las alabanzas y de la popularidad de la gente. Tu entrada a Jerusalén no fue por casualidad ni por capricho tuyo. Sino que lo hiciste para cumplir la voluntad perfecta de Dios Entraste en Jerusalén montado sobre un asno. Para cumplir con la Palabra de los Profetas te humillaste a sí mismo entrando sobre un borrico. De la manera más humilde. Pudiste haber entrado en la ciudad acompañado de una hueste de ángeles y con gran sonido de trompetas, pero entraste humilde, y cabalgando sobre un asno.

- “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”, nos dijiste. Sin embargo una gran multitud te aclama: ¡Hosanna en las alturas! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Tu viniste para dar vida y libertad a toda la humanidad. Tú viniste para vivificar nuestra alma marchita mediante tu preciosa sangre derramada sobre la cruz, y para que pudiéramos recibir de ti la bendición de una vida abundante.