ICONO BÍBLICO DE ENSEÑANZA CRISTIANA
Los
hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, conocidos como
“los carmelitas”, aparecen en el último tercio del siglo XII en Palestina, en
las laderas del Monte Carmelo, lugar donde habían transcurrido algunos de los
episodios vividos por el insigne profeta Elías (Cf. 1 Re 18, 20-46).
Aunque
se discute el significado preciso del término “carmelo” (en árabe significa
“jardín” y en hebreo “viña/viñedo de Dios”), suele relarcionársele con la
belleza, la prosperidad, la fertilidad y la felicidad. La comunidad de
cristianos que allí nació con la finalidad de “vivir en obsequio de Jesucristo
y servirle con corazón puro” (Regla 2), comenzó muy pronto a reunirse en torno
a una pequeña capilla erigida en honor a la Madre de nuestro Señor Jesucristo y
a quien reconocieron como “la Señora del Lugar”.
Esta
advocación expresaba sin duda la devoción que aquellos primeros carmelitas
profesaban a la Virgen María como “Nuestra Señora del Monte Carmelo”, conocida
posteriormente como la Virgen del Carmen,
Uno
de los muchos beneficios otorgados por la Virgen del Carmen a aquellos que se
refugian bajo su manto es el que se recibe contemplando su imagen, ya que ésta
se convierte, en cada uno de los elementos que la componen en un permanente
recuerdo de los aspectos esenciales que caracterizan la vida cristiana. Tales
elementos encuentran su fundamento o apoyo en las Sagradas Escrituras, tal y
como queremos iluminar en esta reflexión.
1.-
LA NUBECILLA
Tomada
de (1 Re 18, 44-46). La nubecilla fue el presagio del final de la sequía que
estaba asolando a Israel desde hacía más de tres años. Los Padres de la Iglesia
aplicaron este símbolo a María, considerándola la mujer que hace “llover” sobre
la humanidad el Agua Viva, ya que de ella nace Jesucristo, el Salvador del
mundo de cuyo seno brotan los “ríos de agua viva” del Espíritu Santo (Cf. Jn 4,
19; 7, 37-39).
La
nubecilla nos recuerda, por tanto, que en cuanto cristianos vivimos bajo la
nube divina que derrama sobre nosotros toda su bendición, esto es: a Jesucristo
y, por su medio, el Agua Viva del Espíritu Santo, del que hemos sido hechos
partícipes a través del bautismo y de la confirmación.
2.-
LA LUNA
La
luna, en sus fases, señala el cambio, el paso del tiempo. La Virgen del Carmen,
que tiene la luna bajo sus pies (Cf. Ap12, 1), se manifiesta como aquella que
supera las dificultades y vicisitudes de los tiempos; como aquella que ya no
está sometida al cambio y al desmoronamiento temporal, sino que es estable y
eterna porque participa de modo permanente de la presencia de Dios y de la
comunión con Él.
La
luna bajo los pies de la Virgen María se convierte en el firme recuerdo de que
sólo en Cristo se nos asegura la Vida Eterna, la vida temporal sin llanto ni
lágrimas, ni dolor, vida de gozo pleno en la comunión de amor con Dios y los
Santos (Cf. Jn 15, 11; Ap. 7, 14-17).
3.-
EL SOL O LA LUZ RESPLANDECIENTE
El
sol es el lucero mayor creado por Dios para regir el día (Gn.1, 16), y separar
claramente la luz de la oscuridad. En el Apocalipsis, la “mujer vestida de sol”
será la primera gran señal que percibe el vidente (Ap. 12, 1). El “estar
vestida de luz resplandeciente” expresa, simbólicamente que Dios mismo es el
que cubre a María con su gratuidad y belleza cumpliendo fielmente sus promesas.
En
la imagen de la Virgen del Carmen, el Hijo se encuentra en los brazos de su
Madre, tras haber sido dado a luz, haber sido arrebatado al Cielo por medio de
su pasión, muerte y resurrección, y haber sido establecido por Dios Padre como
Señor del cielo y de la tierra (Cf. Ap.12,5; Mt. 28, 18).
El
sol o luminosidad resplandeciente que envuelve a la Virgen del Carmen nos
recuerda que debemos dejarnos amar por Dios en su Hijo, entregándonos de todo
corazón, como María, al cumplimiento de su voluntad, puesto que el amor divino
embellece, ilumina y transforma en luz gloriosa toda la oscuridad provocada por
nuestra debilidad y miseria.
4.-
LA CORONA DE DOCE ESTRELLAS
La
corona expresa, simbólicamente, que María ha sido coronada por Dios como Reina
y Señora de todo lo creado, de toda la humanidad y, en particular, de la
Iglesia.
Las
“doce estrellas” que puntean su corona (Cf. Ap. 12,1) la presentan como Reina
del pueblo de Dios; un pueblo que hunde sus raíces en los doce patriarcas de Israel
y que encuentra su pleno desarrollo en el Nuevo Testamento sobre la base de los
doce Apóstoles del Cordero (Cf. Ap. 21, 12.14). Por eso la figura de María pasa
a representar simbólicamente al único pueblo de Dios: la Iglesia.
5.-
ESTRELLA DEL MAR
La luna,
el sol y la corona de doce estrellas presentan a María, que lleva en sus brazos
a Jesús, como “la señal grande que aparece en el cielo” (Cf. Ap. 12, 1) para
guiar a aquellos que se encuentran en medio delo mar, ajetreados por las olas
del Mal o sumergidos en el más profundo abatimiento, en la más oscura
desesperanza y soledad del “desierto” al que las circunstancias de la vida
pueden haberlos conducido. Ella es el faro que conduce al puerto deseado que es
su hijo Jesucristo y, en Él, al Padre celeste, que es el descanso definitivo de
nuestras almas (Cf. Mt. 11,28-30).
Por
todo esto, la Virgen del Carmen ha llegado a ser considerada la patrona del
mar, de los pescadores y marineros, quienes se confían a ella en medio de sus
trabajos, duros y peligrosos, en medio del mar inmenso por el que navegan,
6-
LAS SANDALIAS
Las
alpargatas o sandalias que calza la Virgen del Carmen simbolizan su aspecto
misionero, la dimensión de mensajera de la Buena Noticia. En ella se cumple la
palabra del profeta: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero
que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice
a Sión: Ya reina tu Dios” (Is. 52, 7).
Esta
dimensión evangelizadora de María, su celo por anunciar el Evangelio de la paz
(Cf. Ef. 6, 15), la muestra cuando va a visitar con prontitud a su pariente
Isabel, acercándola al Señor que ya latía en su vientre (Cf. Lc. 1, 38-43).
María, en efecto, la “teóforos”, porque lleva en su seno encarnada la Palabra
de Dios: Jesucristo.
María
se manifiesta así como un auténtico profeta, una sierva de la palabra del Señor
sobre la que da testimonio (Cf. Lc. 1, 38), recordándonos, de este modo, que
nuestra unción bautismal nos hace partícipes de la dimensión profética de
Cristo (Cf. Ap. 12,17; 19,10).En Él somos enviados a proclamar el Evangelio
como testigos suyos a todos los rincones del mundo (Cf. Mt. 28, 19-20; Mc.
16.15).
7.- EL
HÁBITO MARRÓN
El
hábito de color marrón de la Virgen simboliza esa condición humilde de María
que le hace ser una necesitada integral de Dios en todo momento y
circunstancia. El hábito marrón nos recuerda, por tanto, nuestra pequeñez, el
aceptar que somos simples criaturas a quienes Dios ama hasta el extremo.
8.-
LA CAPA BLANCA
Ya
desde el Antiguo Testamento, el color blanco se vincula a Dios y simboliza su
trascendencia y divinidad (Cf. Dn. 7,9). En el Nuevo Testamento se asocia a
Cristo (Cf. Mt. 17, 2; Ap. 1, 18), siendo el color propio del Resucitado y de
aquellos que están vinculados a Él. Vestir de blanco como los 24 ancianos del
Apocalipsis (Ap.4, 4), los mártires (Ap. 6,11) o los salvados (Ap. 7, 9-13),
significa participar de la misma situación que vive Jesús resucitado, de su
trascendencia, de su santidad y de su gloria.
La
capa blanca que viste la Virgen del Carmen manifiesta su unión con Dios y con
Jesús. Este color expresa el haber sido cubierta María con la “sombra” del
Espíritu Santo, es decir, con su gracia y potencia (Cf. Lc. 1,35), y haber
permanecido fiel a la gracia recibida.
9.-
EL ESCAPULARIO
El
escapulario evidencia el cuidado maternal de María. Podríamos decir que el
escapulario simboliza el “cordón umbilical” a través del cual el “hombre nuevo”
es alimentado por Dios.
Reclama
el escapulario crecer en las virtudes imitando a María en el seguimiento fiel
de Jesús hasta la cruz (Cf. Jn.19, 25-27).
10. –
EL HIJO, JESÚS
Jesús
es el centro, la razón y la meta de todo lo dicho. Sin Él nada es María. Sin Él
nada somos nosotros. Él es el don y la donación de Dios al hombre.
Él
es el Camino que nos conduce al Cielo (la Pascua de nuestra salvación); la
Verdad del Dios misericordioso y fiel que cumple todas sus promesas y concluye
victorioso todas sus obras y proyectos; y la Vida que nos une al Padre en
comunión de amor y gozo (Cf. Jn.14,3.6.23; 15, 19-11).
Tal
y como hemos ido comprobando a lo largo de esta reflexión, la figura de María,
bajo la advocación de la Virgen del Carmen, es un ejemplo, un paradigma extraordinario
de nuestra vida cristiana, de aquello a lo que estamos llamados a ser y vivir.
Su santidad, su pureza , su caridad, su total entrega , su señorío, su dicha,
la muestran envuelta en una belleza singular, única, que atrae, enamora y
transforma a cuantos a ella se acogen para el bien, para lo bueno, puesto que
ella siempre conduce a la unión con Cristo nuestro Señor y Dios (Cf. Jn.
20,28).
(Fuente consultada: Escapulario del Carmen).
(Fuente consultada: Escapulario del Carmen).
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JOLABE