SENTIDO DEL ADVIENTO
Las Normas
Universales sobre el Año Litúrgico y el Calendario precisan el sentido del Adviento: “El tiempo de Adviento tiene una doble índole:
es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se
conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el
tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación
de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. Por estas dos razones el
Adviento se nos manifiesta como el tiempo de una expectación piadosa y alegre”
(NUALC 39).
El sentido central, por tanto, como el de
todo el año litúrgico, es celebrar
a Cristo. Esto ha de tenerse
muy presente siempre en toda consideración acerca del espíritu del Adviento.
Cualquier debilitamiento de ese espíritu afecta al sentido mismo de la liturgia
y al pensamiento de la Iglesia, y será un peligro para una correcta
espiritualidad. El buen enfoque de la espiritualidad es esencial en la vida cristiana. De
hecho, la liturgia misma queda vacía de su genuino sentido si no llega a ser
vivencia espiritual.
Ahora bien, la centralidad de Cristo implica
un puesto privilegiado de María en todos los aspectos de la vida cristiana:
doctrina, celebración y vivencia (dogma, culto y comportamiento).
Doctrinalmente, el sentido radical de María
en la Iglesia lo da el hecho de que ella es Madre del Verbo Encarnado. El
principio fundamental de la Mariología es que María
es Madre de Dios. En torno a
ese principio se estructura todo el estudio sobre la Virgen María.
Por lo mismo, el culto refleja y es testigo
de esa realidad. A María la honramos ante todo por ser la Madre de Dios. Así la
ve la liturgia, que contempla variados aspectos de lo que es María, pero todos
en torno a su función de Madre de Dios.
Es interesante recordar que María entró en el culto litúrgico
por un motivo distinto del de los demás santos. Entre los santos los primeros
venerados fueron los mártires. En el aniversario de su martirio los fieles acudían
a celebrar la asamblea junto a su sepulcro o al lugar de su martirio. La Virgen
entró en forma distinta: aparece en la liturgia al celebrar a Cristo. No se
podía celebrar la Encarnación sin que estuviera presente aquella en la cual se
había encarnado. No se podía celebrar el Nacimiento de Jesús sin expresar de
quién nacía. Cosa similar en la Presentación de Jesús al templo y en toda la
infancia de Jesús. Luego, en forma similar, se la vio junto a la Cruz del Hijo
por un título o motivo más profundo que el de los demás que lo acompañaron en
ese momento. En forma similar, María no podía desentenderse de la misión de su
Hijo cuando éste creció y ya no fue dependiente de ella y de José. La madre,
unida en cuerpo y en espíritu al Hijo, no podía dejar de estar presente en los
sucesivos misterios del Hijo.
Tan medular es la Virgen María en el
cristianismo, que el Cristo que existe tiene su ser humano con sus
características básicas, recibidas de su Madre.
De lo dicho se desprende que, entre las variadas fiestas o
celebraciones marianas, no todas tienen la misma importancia. No es comparable el significado de una
aparición, por mucha devoción que se le tenga, con un misterio de la historia
de María. No se puede poner en el mismo plano a la Virgen de tal pueblo o grupo
por un favor atribuido a ella, que con lo relativo a su misión junto al Hijo.
Por esa unión con su Hijo, la veneración de
la Iglesia está centrada en el papel que María tuvo y tiene en la historia de
la salvación de todo el género humano. Eso se expresa no sólo en fiestas, sino
en la liturgia diaria. En todas las Plegarias eucarísticas hacemos memoria de
“La Virgen Madre de Dios” al dirigirnos al Padre. Lo mismo en la Liturgia de
las Horas en himnos, antífonas, lecturas bíblicas y de diversos autores desde
la antigüedad hasta nuestros días.
Te invito a ver este pequeño vídeo sobre la
Virgen y el Adviento…
(Fuente consultada: Blog Aquilino de Pedro, con nuestro agradecimiento).
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JOLABE