Leyendo
los Evangelios descubrimos como, más allá de los dolores, la vida de María está
marcada por el sufrimiento y las dificultades propias de la condición humana:
vive pobremente en Nazaret; es madre soltera (pues se ve en la angustia de
tener que comunicar a José que se ha quedado embarazada sin su concurso); da a
luz en un establo; experimenta la persecución y la emigración; no siempre
entiende la misión de su Hijo y tiene que ver sufrir y morir a su Hijo
querido. Aún así, también vivió momentos de serenidad y de alegría: se alegra
con Isabel; goza dando vida a su Hijo; disfruta de la boda en Caná; se goza con
la Resurrección…
Esto
explica también por qué en la Edad Media se desarrolló la devoción a las siete
alegrías de María, frente a la de los siete dolores.
En
esta clave, María no es sólo “icono vivo del Evangelio del sufrimiento”, sino
también madre y modelo de salud, y no sólo para los enfermos, sino también para
los sanos. María representa de forma ejemplar un estilo de vida saludable como persona,
como mujer y como creyente.
Desde
el primer momento, ella confía plenamente en Dios y se deja llevar por su plan
de salvación; fue la “llena de gracia” y también de humanidad; “felicitada por
todas las generaciones”, aceptó al mismo tiempo su condición de criatura, de
“humilde sierva”; se relacionó sanamente con Dios con una fe liberadora y
enriquecedora; estuvo expuesta, como todos, a condicionamientos, pero fue
libre, con una gran libertad interior; sufrió, pero se sintió dichosa; estuvo
entera al pie de la Cruz y supo esperar contra toda esperanza; vivió en una
humilde aldea, pero desde allí mostró un modelo de nuevas relaciones familiares
y fraternas. María realizó plena y sanamente su condición de mujer y de
creyente.
Es
más, porque María se sintió desde el principio amada por Dios –“el Señor ha
mirado la humillación de su sierva, y desde ahora me llamarán dichosa, porque
el Todopoderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc. 1, 48-49) - , pudo y supo
amar a los demás.
Es
la experiencia de ser/sentirse amado la que hace posible que uno pueda amar,
pueda vivir esa misma experiencia con quien tiene a su lado. Esta vivencia
intensa de AMOR resulta para María fundante de su fe, su vida y su acción. Y
también en ella debemos vernos nosotros llamados a dejarnos amar por Él, para
poder amar de verdad a los demás, en especial a los más necesitados, como hizo
María.
Por
eso es importante no sólo tenerla como modelo o acudir a ella en la enfermedad
o en los momentos de sufrimiento, sino tomarla como modelo y madre en la salud,
en la vida diaria, para asumir sus mismas actitudes de mujer creyente que se
abandona confiadamente en Dios y “participa mediante la fe en el desconcertante
misterio de Cristo” y de la vida.
(Fuente
consultada: Jesús Martínez Carracedo, Ed. Sal Terrae).
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JOLABE