En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús "sabiendo que el
Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía'" pero
que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos,
se arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida
incansable.
San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas lo
que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó a
hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten en alimento
su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y esperar su venida al
final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.