Mis queridos hermanos y hermanas: cada año, el Día de la
Iglesia Diocesana se ofrece como ocasión para vigorizar
nuestro sentimiento de pertenencia al Pueblo de Dios que
peregrina en Huelva y en este momento concreto. En una
comunidad concreta como nuestra diócesis de Huelva nacimos a una
nueva vida por el bautismo y fuimos insertados en Cristo. En ella somos
acogidos y crecemos alimentados por la Palabra que se nos anuncia y por
la participación en los sacramentos que celebramos, de un modo especial
la eucaristía de cada domingo. También en nuestra Iglesia seguimos a Jesucristo, a quien, contando con nuestra pobreza, testimoniamos en esta
sociedad onubense.
De un modo especial, esta experiencia de la vida creyente la vivimos en
la parroquia, donde nos reconocemos como una gran familia de familias,
como os decía en la carta pastoral de comienzo del curso pastoral. Quisiera que este curso pastoral pongamos la mirada en las familias que se
acercan a nuestras parroquias, especialmente en las que lo hacen por primera vez, para que descubran en ellas el lugar donde «las familias nacen,
se encuentran y se confrontan juntas, caminando en la fe y compartiendo
caminos de crecimiento y de intercambio mutuo» (Instrumentum laboris de la XIV Asamblea General
Ordinaria, 53). Porque
la familia es un don para la parroquia, como, en esa reciprocidad, la
parroquia también es un bien para la familia.
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que, a su vez, deben encontrar en ella un ámbito donde compartir el don que son para la Iglesia. De este modo, la Iglesia les entrega el alimento y la compañía adecuados para seguir creciendo en medio de una sociedad en la que con frecuencia se sienten solas y amenazadas.
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