Me encontré, casualmente, con este relato - que me pareció estupendo – y,
como me hizo reflexionar de una manera tan positiva, he decidido compartirlo
con mis amigos/as del Blog Parroquial y de Facebook. Espero que os guste…
“Erase una vez un Rey que envió su hijo a estudiar con un gran
Maestro, con el fin de prepararlo para ser su sucesor al trono y ser un gran
líder.
Cuando el Príncipe llegó a la casa del gran Maestro, se encontró que no
tenía nada de grandioso. Era una casita modesta, ni pobre ni lujosa. Era
pequeña, cálida, cómoda para la vida del mismo; en medio de eucaliptos y con la
vista al mar. El Maestro transmitía una calma y una serenidad, que realmente
dejaba transparentar una luz en sus ojos, por haber caminado los muchos
senderos de la vida y del mundo.
Cuando tomó conocimiento de las intenciones del Rey, envió al Príncipe al
bosque. Él debería regresar después de un año y descubrir todos los sonidos
que él consiguiese escuchar en este periodo. Pasado un año, el Príncipe regresó
y, delante de Maestro dijo:
- _ Maestro, escuché el canto de los pájaros, el movimiento de las
hojas, el movimiento de las alas de las abejas y el sonido del
viento en el cielo.
Cuando el Príncipe terminó su relato, el Maestro le pidió que regresase
nuevamente el bosque, para escuchar más sonidos. Él aún no había escuchado lo
más importante. Intrigado, el Príncipe obedeció, pensando: “no entiendo… pensé
que había ya escuchado todo…”
El Príncipe pasó días y noches solo… en el bosque… escuchando, escuchando,
escuchando… pero no consiguió distinguir nada de nuevo, fuera de lo que había
ya escuchado el año anterior.
Una mañana, en la sintonía especial de la naturaleza, comenzó a escuchar
nuevos sonidos, diferentes a todos los ya escuchados. Cuánto más atención
daba a los sonidos, nuevos él los descubría.
- - Estos deben ser los sonidos que el Maestro quería que escuchase, pensó el
Príncipe. Así que regresó a la casa donde vivía el Maestro, quién le preguntó
de nuevo lo que había escuchado.
El Maestro, escuchó atentamente todos los nuevos sonidos que le Príncipe
consiguió escuchar y respondió:
_ Escuchar lo inaudible, es tener la calma precisa para transformarse en un
gran líder.
- Solamente cuando conseguimos escuchar el corazón de las personas, sus
sentimientos mudos, sus miedos no confesados y sus quejas
silenciosas, comenzamos a comunicarnos con el otro. Lo que el otro me dice
sin decir, lo que las personas procuran comunicarme, más no encuentran
palabras que las ayuden.
Una buena comunicación tiene que ver, con la posibilidad de poder
escuchar más de lo que hablan y comprender; al final de cuentas, no es
necesario apagar la luz del otro para hacer brillar la nuestra”.
(Texto: Nomís Simón).
NOTA: Contempla el vídeo a pantalla completa y, sobre todo, escucha sus sonidos--->
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José Lagares