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miércoles, 14 de agosto de 2013

SAN ESTEBAN, PRIMER MÁRTIR


«Te damos gracias, Señor, por la abundancia de tus misericordias, pues nos salvas por el nacimiento de tu Hijo y nos llenas de júbilo por el triunfo de tu mártir san Esteban». Esta oración que la Liturgia del día de san Esteban dirige a Dios, presentando unidos a su Hijo y a su primer mártir, expresa por qué desde la antigüedad se celebra la fiesta de san Esteban justo a continuación del día de Navidad. No es una coincidencia casual. Con toda intención la Iglesia une estas dos celebraciones para enseñarnos que el Hijo de Dios ha venido a nuestra casa terrena para que los hijos de los hombres vayamos a la casa celestial. Si san Esteban, el primero de los mártires, al igual que todos los que vinieron después, muere con la mirada fija en lo alto, lleno de esperanza cierta, es porque Jesucristo, el Hijo de Dios, ha bajado a las entrañas de María y ha nacido en Belén de Judá, en nuestra tierra.

Por primera vez oímos hablar de san Esteban en los Hechos de los Apóstoles, con ocasión de un desacuerdo surgido en la primera comunidad cristiana de Jerusalén: «Los griegos murmuraban contra los judíos porque en la distribución cotidiana sus viudas estaban siendo descuidadas». Los Apóstoles, reservándose para ellos el ministerio de la Palabra, eligieron siete hombres de buena reputación, «llenos de Espíritu y de sabiduría». La asamblea aprobó la propuesta y eligió a Esteban y a otros seis que, por su servicio de las mesas, fueron llamados «diáconos» (servidores).

Siendo Esteban hombre de gran ciencia y lleno de gracia, no esquivaba la controversia con los judíos de la Sinagoga. El punto central de las disputas era la misión salvadora de Cristo y la superación de la Ley de Moisés. De hecho, su denuncia ante el Sanedrín fue por «haber blasfemado contra Moisés y contra Dios».  En su proceso se le imputaron dos crímenes: haber despreciado la Ley y los ordenamientos mosáicos, y también haber rechazado el Templo. Evidentemente, en la predicación de Esteban aparecía una visión cristiana católica que superaba el «nacionalismo» hebreo.

Esteban respondió apelando a las Escrituras. El diácono recordó al auditorio del Sanedrín la historia de la salvación que Dios había realizado desde el principio con el pueblo hebreo: de Abrahán a los Patriarcas, de Moisés a David, todo se sucedió para preparar la venida del Justo, el Mesías Jesús, Hijo de Dios Salvador. Cuando Esteban proclamó su fe en Jesucristo, verdadero Dios, la reacción del Sanedrín fue brutal, y lo condenó a muerte. De este modo, Esteban se convirtió en el primer testigo («mártir», en griego) que selló con su sangre su fe en Jesucristo.

Se ha calculado que el año del martirio de san Esteban fue el 31 ó el 32, en una fecha cercana a una festividad judía, porque el libro de los Hechos habla de la presencia en Jerusalén de muchos forasteros. La descripción de los últimos instantes de la vida terrena de san Esteban es sugestiva y muy elocuente: «Oyendo los ancianos y los letrados sus palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, y dijo:
“Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”. Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los presentes, dejando sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Luego, cayendo, lanzó un grito: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y dicho esto, expiró».

Es patente el paralelismo de las palabras de Esteban con las del mismo Cristo en la cruz. No debemos extrañarnos, no es una casual coincidencia: es un signo lleno de fuerza de lo que afirmaba san Pablo, aquel joven que aprobaba la muerte de Esteban y que más tarde se encontraría con Cristo resucitado: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Y así es, Cristo está vivo en los miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia.

El libro de los Hechos de los Apóstoles no precisa el lugar donde sucedió la lapidación de san Esteban, sólo dice, genéricamente, que aconteció «fuera de la ciudad». Las excavaciones realizadas a comienzos de siglo por el dominico padre Lagrange, en la «Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa» de Jerusalén, a unos 300 metros al norte de la puerta de Damasco, han sacado a la luz los restos de la basílica del siglo V dedicada a san Esteban, recordando el lugar de su martirio. Sobre ella, se ha construido la actual basílica de san Esteban, adyacente al monasterio de los padres dominicos.

(Fuente consultada Alfa y Omega)
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JOLABE