La obra redentora y santificadora de Jesucristo se perpetúa y realiza, según su expresa voluntad en cuanto a su aplicación a cada alma en particular, no de una manera independiente y aislada, sino dentro de la corporación o sociedad instituida por Él, anunciada en su predicación del Reino de Dios, establecida con la elección de los apóstoles a quienes confirió el poder de administrar su gracia, rubricada con su sublime sacrificio de la Cruz, alimentada con los Sacramentos y fortalecida con la infusión del Espíritu Santo. Esto es, en la Iglesia, su Cuerpo Místico.
Todos los fieles formamos con Cristo un sólo Cuerpo, que es su Iglesia, de la cual Él es la cabeza, el Espíritu Santo es el Alma, la Gracia y la Caridad, la vida nosotros somos los miembros. Y María, que es Madre del Cristo físico, el cual es la Cabeza inseparable del Cuerpo Místico, y tiene por fuerza que ejercer su maternidad sobre Él.
Nada hay tan antiguamente probado en la doctrina católica como el que la Bienaventurada Virgen María sea llamada Madre de los hombres. Título que confiere ciertamente una gran prerrogativa a la Virgen en el orden sobrenatural, según la cual la vida espiritual de la gracia santificante se comunica a todos los hombres por la Virgen María, por una acción que justamente puede llamarse maternal.