La Medalla Milagrosa de la Virgen
María llegó a nuestro mundo con una promesa: que quien la llevara al
cuello con confianza recibiría grandes gracias. Su sorprendente historia
ocurrió en París, Francia, en el año 1830.
Sor Catalina Labouré
La novicia Sor Catalina
Labouré vivía en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad de San Vicente
de Paul. La noche del 18 de julio, a eso de las 11:30 p.m., oyó que alguien la
llamaba por su nombre. Era su Ángel de la Guarda que le decía: "Sor Labouré, Sor Labouré ven a la
capilla. Allí te espera la Santísima Virgen." El pequeño niño la
condujo a la capilla.
Catalina se puso a rezar y pronto escuchó un
ruido como el roce de la seda. Entonces vio a la Virgen María sentada al lado
del altar. Catalina se arrodilló ante ella y con las manos en las rodillas de
la Virgen, la oyó decir: "Hija
mía, Dios quiere encomendarte una misión... tendrás que sufrir, pero lo
soportarás porque lo que vas a hacer será para la Gloria de Dios. Serás
contradecida, pero tendrás gracias. No temas". Esta fue la
primera de tres apariciones.