El espíritu de familia recorre la tierra, de norte a sur,de este a oeste.Es como una música que está presente en el corazón de los pueblos. Ni las guerras, ni las crisis ni los fracasos pueden apagar su sonido ni destruir su belleza. Hay algo dentro de cada uno de nosotros, algo esencial, recibido gratuitamente, que nos vincula a los demás. ¡Caminamos juntos ! Como todo don, lo podemos alimentar o lo podemos descuidar; pero nunca desaparece de nuestra conciencia íntima. ¡Somos familia!
El espíritu de la familia florece siempre que nos sentimos vinculados a otras personas, del modo que sea, y confiamos en ellas. Puede haber familia en una comunidad cristiana que se reúne para orar. Puede haber familia en el grupo de trabajadores de una fábrica que, a base de encuentros en el monótono día a día, de desconocidos que eran se van haciendo amigos. Puede haber familia en los alumnos de una clase que se ven crecer, unos a otros, en estatura y en sabiduría. Puede haber familia en los que leen las noticias del mundo y se conmueven con sentimientos parecidos. Puede haber familia en los enfermos que comparten habitación en un hospital y se dan mutuamente consuelo. En los amigos y amigas que nos alimentamos de la Eucaristía y cultivamos la amistad con Jesús.
Pero hay una familia especial en la que solemos pensar.Está formada por los padres, los hijos, los hermanos y abuelos. En ella todo se vive con mucha hondura: el gozo y el dolor, el nacimiento y la muerte, los momentos buenos y los no tan buenos. A pesar de todos los pesares y aceptando que todas las familias tienen fallos, en ningún otro sitio como en la familia se da el perdón sin límites,la belleza de la ternura, el amor generoso y gratuito, el empeño diario de llenar de sentido la vida de los demás, ese alegrarse de que a los otros les vaya bien.