jueves, 1 de marzo de 2012

CREDO APOSTÓLICO


El Credo es un símbolo de la fe en el cual se articula toda la creencia de la Iglesia. Los dos símbolos mas importantes son: el Símbolo de los Apóstoles, que es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma y el Símbolo niceno-constantinopolitano, fruto de los dos primeros Concilios Ecuménicos de Nicea (325) y de Constantinopla (381), y que sigue siendo aún hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.
Cuando proclamamos nuestra fe, lo hacemos con el Credo y su contenido debe no solo recitarse, sino llevar con cada palabra el verdadero sentimiento de nuestro corazón.

Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra,
Creo que existe y reconozco un Dios que nos ha creado a nosotros y a todo el universo, Reconocemos que El es lleno de poder, Sabiduría y Amor; El es el autor de todo lo que existe.
Jesús lo confirma en el NT: “es el único Señor” (Mc. 12, 29). 
Por lo anterior, al profesar a Dios único, todopoderoso y creador de todo, mis acciones, palabras, hechos y en general mi ser, debe cerrar la posibilidad a que cualquier cosa o persona que no sea Dios mismo, desvíe mi atención de El.

y en Jesucristo su Único Hijo, Nuestro Señor,
Cuando se menciona el nombre de Jesús en esta frase y al ser el verbo de la misma, expresamos que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo; Mesías, ungido; único Hijo engendrado de Dios, que eternamente está unido a El; es la Palabra de Dios, hombre verdadero y Dios verdadero. Al llamarlo nuestro “SEÑOR” reconocemos que El ha recibido poder sobre toda la creación.
Jesús, ha sido enviado al mundo “para dar testimonio de la Verdad” (Jn. 18, 37), que es re-afirmar al mundo lo que Dios es y quiere. Al ser hijo de Dios, hace parte de su esencia divina y verdad eterna. De esta manera lo reconocemos.

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen,
En esta parte de nuestra proclama de fe, reconocemos y creemos que la Palabra de Dios hizo carne (encarnación), volviéndose hombre para el propósito de nuestra salvación. Jesús es concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la Santísima Virgen María (misterio). De esta manera decimos creer que Jesús el hijo de María, es el hijo de Dios.
Jesús encarnado, está compuesto de alma racional y de cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad; “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado” (Hb. 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad y, por nosotros y nuestra salvación, nacido en estos últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad».
En cuanto a María, al mencionarla en nuestra profesión de fe, reconocemos que por la gracia de Dios, permaneció sin pecado personal durante su existencia. Ella es la «llena de gracia» (Lc. 1, 28). También reconocemos en María la obediencia libre que tiene a Dios, pues cuando el ángel le anuncia que va a dar a luz «al Hijo del Altísimo» (Lc. 1, 32), ella da libremente su consentimiento «por obediencia de la fe» (Rm. 1, 5).
En este sentido, vemos la pureza total de Jesús, al creer en un Dios encarnado (Divinidad de su esencia), en una mujer limpia de pecado y obediente al Padre (carne limpia).

padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, 
Padecer es vivir el sufrimiento. De esta manera reconocemos que Jesús, hijo de Dios, renuncia a toda su Divinidad para poder sufrir por y como nosotros. Creemos entonces que El tomó sobre si mismo el castigo que nuestros merecían y solo El pago el precio de la debido por nuestros pecados y murió como cualquier ser humano.
Jesús que como hombre (carne) y como Dios con amor, padece por el mundo, proclamado en esta parte del Credo, debe ser nuestro único camino de salvación, ejemplo de vida para amar a Dios padre y motivo para morir en esta vida y nacer a la verdadera vida eterna.
Por lo anterior, proclamar nuestra fe en la muerte y resurrección de Jesús, es declarar al mundo nuestra disposición de cargar con el la cruz, morir al pecado y nacer a la presencia de Dios.

descendió a los infiernos,
Jesús no termina su misión muriendo y resucitando, entre estos dos momentos creemos que fue al lugar donde todos aquellos que no habían recibido su redención, se encontraban esperando su liberación. Con esto, nos comprometemos a mantener las puertas del infierno cerradas, a no tocarlas ni abrirlas, pues nuestras puertas meta deben ser las del Cielo.

al tercer día resucitó de entre los muertos;
Creer en la resurrección de Jesús, es manifestar nuestra fe completa en el misterio pascual. Jesús venció la muerte por el poder de Su resurrección. Los tres días son un signo para los creyentes, una confirmación de la santidad de sus palabras. El destruyó la muerte porque no tenia pecado y la muerte es el precio por nuestros pecados. El murió para que nosotros podamos vivir eternamente a través de Su resurrección.
La Resurrección es la culminación de la Encarnación. Se constituye en prueba de la divinidad de Jesús, confirma todo lo que hizo y enseñó y realiza todas las promesas divinas en nuestro favor. Es el principio de nuestra resurrección.

subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso;
Decimos en esta parte que somos creyentes de la fidelidad de Jesús, Quien esta sentado a la derecha de Dios como Rey de Reyes y Señor de Señores, allá El prepara un lugar para nuestras almas y envía el Espíritu Santo para darnos Esperanza y Confianza en El.

desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Jesús nos prometió un regreso, su segunda venida, por ello expresamos aquí nuestra convicción sobre ese regreso en Gloria. Sabemos que después de muertos a esta vida seremos juzgados y también creo en el Juicio Final para todo el mundo.

Creo en el Espíritu Santo,
Con esta proclama, reconocemos la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo quien nos ha hecho templos de su Gloria. El Espíritu Santo es Dios nuestro abogado, maestro y consolador. El es el Espíritu de Amor y de Paz del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo “ha sido enviado a nuestros corazones” (Ga. 4, 6), a fin de que recibamos la nueva vida de hijos de Dios.
Con esta parte, junto con las dos primeras, reconocemos a Dios trino y uno.


en la Santa Iglesia Católica,
Jesús fundo Su Iglesia sobre Pedro la roca, y que esta Iglesia todavía esta firme por el poder de Sus palabras a través de sucesión apostólica hasta el día de hoy; reconocemos entonces que nosotros debemos de someternos a las enseñanzas del Magisterio de la Una, Santa Iglesia: Católica, Apostólica y Romana.
Reconocer a la Iglesia en toda su dimensión nos compromete a trabajar en ella, pues somos parte integral de la misma bajo una sola cabeza, Cristo.

en la Comunión de los Santos,
La Iglesia es el cuerpo de Cristo, El es cabeza y nosotros somos los miembros. Por Gracia de Dios permanecemos en su Espíritu y entramos en comunión con las almas de aquellos quienes ya han ido ante El. Los que ya han partido, siendo en su vida terrenal Iglesia, son ahora Iglesia del cielo.
Así confirmamos nuevamente que lo que somos como hombres terrenos, seremos cuando por la muerte, debamos integrarnos a la iglesia celeste que alaba a Dios en el cielo.

en el perdón de los pecados,
Al reconocernos pecadores y que el pecado nos aleja de nuestro fin, la patria celestial, debemos buscar el perdón de los mismos. Por ello decimos que todos los pecados cometidos, excepto aquellos cometidos en contra del Espíritu Santo pueden ser perdonados, pues Jesús es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Afirmamos en este frase que reconocemos el poder de perdonar los pecados dado por Cristo a los Apóstoles y continuado por sucesión apostólica a todos los Sacerdotes Católicos y Ortodoxos, en el Sacramento de la Penitencia donde nosotros somos reconciliados con Dios.

en la resurrección de la carne, y en la vida eterna. Amén.
Esta última frase, sella nuestra firme creencia en las palabras de Jesús: "Yo te levantaré en el ultimo día.". Al terminar con el AMEN, puntualizamos que lo dicho así es y así será.

REFLEXIÓN FINAL
Comprender que el Credo no es solo un juego de palabras, sino una síntesis de todo lo que nuestra vida siente y alberga al creer en Dios, su obra y su amor, debe ir mas allá de la proclama. Cada palabra dicha debe meditarse a profundidad y con todo lo que ella contiene. Actuar como lo que decimos es vivir como Dios quiere.

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