lunes, 9 de mayo de 2016

MAYO, EL MES DE LA VIRGEN MARÍA: MODELO ANTE EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO


Leyendo los Evangelios descubrimos como, más allá de los dolores, la vida de María está marcada por el sufrimiento y las dificultades propias de la condición humana: vive pobremente en Nazaret; es madre soltera (pues se ve en la angustia de tener que comunicar a José que se ha quedado embarazada sin su concurso); da a luz en un establo; experimenta la persecución y la emigración; no siempre entiende la misión de su Hijo y tiene que ver sufrir y morir a su Hijo querido. Aún así, también vivió momentos de serenidad y de alegría: se alegra con Isabel; goza dando vida a su Hijo; disfruta de la boda en Caná; se goza con la Resurrección…

Esto explica también por qué en la Edad Media se desarrolló la devoción a las siete alegrías de María, frente a la de los siete dolores.

En esta clave, María no es sólo “icono vivo del Evangelio del sufrimiento”, sino también madre y modelo de salud, y no sólo para los enfermos, sino también para los sanos. María representa de forma ejemplar un estilo de vida saludable como persona, como mujer y como creyente.

Desde el primer momento, ella confía plenamente en Dios y se deja llevar por su plan de salvación; fue la “llena de gracia” y también de humanidad; “felicitada por todas las generaciones”, aceptó al mismo tiempo su condición de criatura, de “humilde sierva”; se relacionó sanamente con Dios con una fe liberadora y enriquecedora; estuvo expuesta, como todos, a condicionamientos, pero fue libre, con una gran libertad interior; sufrió, pero se sintió dichosa; estuvo entera al pie de la Cruz y supo esperar contra toda esperanza; vivió en una humilde aldea, pero desde allí mostró un modelo de nuevas relaciones familiares y fraternas. María realizó plena y sanamente su condición de mujer y de creyente.

Es más, porque María se sintió desde el principio amada por Dios –“el Señor ha mirado la humillación de su sierva, y desde ahora me llamarán dichosa, porque el Todopoderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc. 1, 48-49) - , pudo y supo amar a los demás.

Es la experiencia de ser/sentirse amado la que hace posible que uno pueda amar, pueda vivir esa misma experiencia con quien tiene a su lado. Esta vivencia intensa de AMOR resulta para María fundante de su fe, su vida y su acción. Y también en ella debemos vernos nosotros llamados a dejarnos amar por Él, para poder amar de verdad a los demás, en especial a los más necesitados, como hizo María.

Por eso es importante no sólo tenerla como modelo o acudir a ella en la enfermedad o en los momentos de sufrimiento, sino tomarla como modelo y madre en la salud, en la vida diaria, para asumir sus mismas actitudes de mujer creyente que se abandona confiadamente en Dios y “participa mediante la fe en el desconcertante misterio de Cristo” y de la vida.

(Fuente consultada: Jesús Martínez Carracedo, Ed. Sal Terrae).

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JOLABE