martes, 23 de octubre de 2012

HOMILIA DEL SR. OBISPO DE HUELVA EN LA CORONACION DE NTRA. SRA. DEL VALLE


Queridos Sr. Cura Párroco, Sacerdotes concelebrantes y Diáconos. Querido Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Hermandad de Nuestra Señora del Valle. Querido Sr. Alcalde de La Palma del Condado y Autoridades presentes. Queridos representantes de Hermandades e instituciones. Queridos hermanos y hermanas todos, y, especialmente, queridos hermanos, mayores y enfermos, que seguís esta celebración, a través de la televisión desde vuestras casas. Os saludamos con todo afecto.

1. Una fiesta por el triunfo de María.
Rebosantes de júbilo, nos hemos reunido en esta hermosa plaza de La Palma del Condado, para coronar canónicamente la venerada imagen de la Virgen del Valle, nuestra Madre y Patrona. Después de un largo período de intensa preparación, el Señor nos ha concedido llegar a este precioso momento, en el que la comunidad cristiana de La Palma expresa, con este acto de la coronación, todo su amor y su ternura hacia su Madre, la Virgen del Valle, y le ofrece el signo de veneración y gratitud de todas las generaciones de palmerinos, que han sentido y experimentado la singular protección de la Virgen María en sus vidas, cuando el “ pueblo imploraba clemencia, y la Virgen Madre clemencia otorgó”, como cantan, o cómo cantáis, en el día de su fiesta, el 15 de agosto. 
Os invito a todos a que recojáis, en este momento, las lágrimas que habéis puesto en las manos de María, las sonrisas que con Ella habéis compartido, los deseos que le habéis presentado, la gratitud que sentís por su presencia en cada uno de vosotros y en vuestras familias.
Es un día de fiesta, de fiesta de fe y alegría, de fiesta de acción de gracias, en el que reconocemos las maravillas que Dios ha realizado en la pequeñez de su esclava. María dijo “me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 49). Aquí estamos cumpliendo esa profecía de María. Todas las generaciones, de hijos e hijas de La Palma del Condado, mirando a María, continúan haciendo eco a las palabras de Isabel: ¡Dichosa tú, que has creído, porque lo te ha dicho el Señor se ha cumplido ya! (cfr. Lc. 1, 45). María escuchó las palabras del ángel, que le anunciaban que el Hijo de sus entrañas, el Hijo del Altísimo, reinaría sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendría fin (cfr. Lc 1, 33). La Virgen acogió estas palabras con profunda humildad y se puso a disposición del Señor, haciéndose su esclava: “Aquí está la esclava del Señor” (cfr. Lc 1, 38). Y el Señor, a la esclava, la hizo reina, y a la Virgen, la hizo Madre. El Señor que “ensalza a los humildes” (cfr. Lc 1, 52), ha hecho partícipe de su gloria a la que supo compartir la Pasión de su Hijo, estando de pié junto a su Cruz (cfr. Jn 19, 25); a la que supo recorrer con fidelidad el camino de la fe; a Ella, le ofreció la corona de Gloria que no se marchita (cfr. I Cor 9, 25).
Nuestro encuentro, queridos hermanos y hermanas, es una fiesta por el triunfo de María, nuestra Madre. Aquí en la tierra coronamos su imagen como signo visible de la gloria que Dios le ha otorgado. Ella participó del triunfo de su Hijo, como señala el Concilio Vaticano II: “la Virgen Inmaculada [...] terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y ensalzada como Reina del Universo, para que se asemejara más a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte” (Lumen gentium nº 59).
Todo lo que la Palma ha vivido, a lo largo de más de seis siglos, aflora ahora en este acto de coronación, en la que nos unimos al cielo por el triunfo de María. Esta fiesta, que celebramos jubilosos, es también una llamada: a crecer como hijos de la Virgen María, que es para nosotros imagen y figura de la Iglesia (cfr. Lumen gentium nº 65), y es modelo que debemos imitar.

2. Vosotros sois mi corona: una comunidad renovada, rica en buenas obras que promueve la paz.
Por eso: ¡Vosotros sois la mejor corona! una comunidad renovada, rica en buenas obras, que promueve la paz, la alegría, la reconciliación y el servicio al pobre y al humilde. ¡Vosotros debéis ser esa preciosa corona que rodee siempre las sienes de nuestra queridísima Madre! La fiesta de la coronación nos hace tomar conciencia de que la mayor corona somos nosotros mismos, si con la ayuda de Dios y su maternal protección, llegamos a ser con Ella una comunidad renovada, siempre fiel al Evangelio.
Una comunidad iluminada constantemente por la Palabra de Dios, esa Palabra que María guardaba en su corazón (cfr. Lc 2, 51) y cumplía en su vida. Una comunidad rica en buenas obras: las obras de misericordia, que hacen brillar más que el oro a quien sirve a los pobres y desvalidos. Los hijos de La Palma tenéis ejemplos magníficos, que debéis siempre recordar, como a D. Manuel Siurot,“el maestro de niños pobres”, cuyo proceso de beatificación queremos iniciar. ¡Brille así vuestra vida delante de los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, alaben al Padre que está en el Cielo! (cfr. Mt 5, 16).
Una comunidad que alimenta su comunión en la Eucaristía, una comunidad que, como decía San Pablo, sabe renunciar a los ídolos de este mundo, para convertirse al Dios vivo y verdadero, y vivir de acuerdo con las enseñanzas de su Hijo. ¡Muéstranos a Jesús, Virgen del Valle!, a los que peregrinamos por este valle de lágrimas: que sea un valle de alegría, de esperanza y de paz.

3. El Espíritu Santo, María y la misión de la Iglesia.
Hermanos y hermanas, hoy coronamos a la Virgen María, en un día en que toda la Iglesia celebra el Domingo Mundial de la Propagación de la Fe. La imagen de la Virgen va rodeada siempre y en su corona por esos fulgores, que indican que la persona que está llena de Dios irradia luz, irradia paz, irradia bondad. Ella nos dice hoy a nosotros que hagamos lo que Cristo nos diga (cfr. Jn 2, 5), que seamos testigos de la fe.
Y Jesús, en este Domingo del DOMUND, en el que recordamos a todos nuestros misioneros que están esparcidos por todo el mundo, recordamos que también nosotros estamos llamados a ser misioneros en nuestro mundo. Como el Padre me ha enviado, dijo Jesús, así os envío yo (cfr. Jn 20, 21). Quizá nosotros nos sintamos muy pobres, muy pequeños, y como María podamos preguntar ¿y cómo será eso? (cfr. Lc 1, 34) , pues la misma respuesta que el ángel dio a María, nos la da también a nosotros: Recibid el Espíritu Santo (cfr. Jn 20, 22).
El Espíritu Santo que hizo fecunda a la Virgen María, hará fecunda a la Iglesia en su misión, si de la mano de María caminamos siempre fieles al Evangelio, dando testimonio con una vida coherente, a quien se encuentre con nosotros en este valle, de tanta tristeza tantas veces, pero que si lo recorremos siguiendo los pasos de Jesús, llegaremos a recibir la palma de la victoria que Dios nos entregará con María.
Que así sea.

La Palma del Condado, 23 de octubre de 2011

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