martes, 26 de marzo de 2013

2. ESCENAS DE LA PASIÓN

2. LA ÚLTIMA CENA

Señor Jesús:
Es la hora del degüello del cordero pascual y de tu muerte; es la hora de tu sangre derramada, y tu carne compartida. Queremos sentarnos a tu mesa y compartir tu amistad; beber tus cuatro copas y comer tus panes ázimos. Una vez más, Cordero que quita el pecado mundo, queremos sentir la verdad del Misterio que se renueva cada momento y aceptar los dones que tu nos ha preparado para siempre. La cena de aquel Jueves Santo, en víspera de tu pasión y dolor se inscribe no en el pasado de aquel año en que tu moriste sobre la cruz, sino en la perenne presencia de un Misterio que da sentido a nuestras vidas. Atrás quedarán las lágrimas de nuestra esclavitud.

Esta es la Ultima Cena de la historia. Qué hermosos regalos nos dejaste en aquella noche de entrañas cordiales y traición. Nos regalaste la Eucaristía. El pan y el vino en tus manos se nos dan como cuerpo y sangre tuyos, memorial de tu pasión y por lo tanto presencia, ofrenda sacrificial y banquete de comunión.
Tu no te has quedado en el pasado. Te nos has infiltrado en el presente, eres compañía perenne de nuestro camino. Tan frágil es el signo sacramental y tan lleno de sentido, pues es presencia personal tuya, para que no se nos borre de la memoria tu entrega, para que no tengamos excusa de olvidarte porque te fuiste de entre nosotros. Para que la intimidad de aquella noche de pasión, pueda ser revivida cada día y dé sentido a nuestra vida.

Pascua de cada día. Y una vez al año, la memoria de aquella Última Cena, la noche en que tu ibas a ser entregado, tu mismo voluntariamente se nos entregaste. Aquella noche, constituiste sacerdotes a los apóstoles, los capacitaste para hacer presente el misterio mismo de la pascua tuya: Haced esto como memorial mío. Era un don, como el de la Eucaristía. Era una gracia, al servicio de esa presencia, que sólo en tu nombre se puede evocar y actualizar. Y un nuevo regalo: El don del mandamiento del amor. Tan nuevo que lo estrenaste tu; tan original que lo hiciste típicamente tuyo. Y le diste la medida máxima, hasta dar la vida por nosotros.

Nos revelaste un estilo de vida, un signo evidente de nuestra vinculación a ti. Lo proclamaste santo y seña de tus discípulos. Un amor que viene de la Eucaristía, por imitación en la entrega y por la efusión de su Espíritu de amor, sin el cual no seríamos capaces de amar.

Señor Jesús: Gracias por tantos detalles para con el hombre.
Amén.

(De Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista)
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JOLABE