domingo, 17 de marzo de 2013

PRIMER ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Hermanos y hermanas, buenos días.
Tras el primer encuentro del miércoles pasado, hoy puedo dirigirles nuevamente mi saludo a todos. Y me alegra hacerlo en el domingo, en el día del Señor. Para nosotros los cristianos, esto es hermoso e importante: reunirnos el domingo, saludarnos, hablar unos con otros, como ahora aquí, en la plaza. Una plaza que, gracias a los medios de comunicación, tiene las dimensiones del mundo.
En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera (cf. Jn 8,1-11), que Jesús salva de la condena a muerte. Conmueve la actitud de Jesús: no oímos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino solamente palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (v. 11). Y, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. «Grande es la misericordia del Señor», dice el Salmo.

V DOMINGO DE CUARESMA MISA PRESIDIDA POR EL PAPA FRANCISCO


Es hermoso esto: Jesús solo en el monte, orando. Oraba solo (cf. Jn 8,1). Después, se presentó de nuevo en el Templo, y todo el pueblo acudía a él (cf. v. 2). Jesús en medio del pueblo. Y luego, al final, lo dejaron solo con la mujer (cf. v. 9). ¡Aquella soledad de Jesús! Pero una soledad fecunda: la de la oración con el Padre y esa, tan bella, que es precisamente el mensaje de hoy de la Iglesia, la de su misericordia con aquella mujer.
También hay una diferencia entre el pueblo. Todo el pueblo acudía a él; él se sentó y comenzó a enseñarles: el pueblo que quería escuchar las palabras de Jesús, la gente de corazón abierto, necesitado de la Palabra de Dios. Había otros que no escuchaban nada, incapaces de escuchar; y estaban los que fueron con aquella mujer: «Mira, Maestro, esta es una tal y una cual... Tenemos que hacer lo que Moisés nos mandó hacer con estas mujeres» (cf. vv. 4-5).
Creo que también nosotros somos este pueblo que, por un lado, quiere oír a Jesús pero que, por otro, a veces nos gusta hacer daño a los otros, condenar a los demás. El mensaje de Jesús es éste: La misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia. Pero él mismo lo ha dicho: «No he venido para los justos»; los justos se justifican por sí solos. ¡Bah!, Señor bendito, si tú puedes hacerlo, yo no. Pero ellos creen que sí pueden hacerlo... Yo he venido para los pecadores (cf. Mc 2,17).