1. Un cristiano, en el verano, no esconde ni guarda su fe como
quien deja en el armario el abrigo de invierno. Somos cristianos siempre y, por lo
tanto, nuestra comunión con Cristo ha de ser consciente y constante.
2. La vida cristiana no se sostiene solamente en el “ser buenos”. Bondadoso, al cien por cien, sólo Dios. Por ello mismo este tiempo es propicio para no olvidar a Dios y ser rostros vivos de su presencia. Las prisas son enemigas de la caridad sin ruido.
3. Sin oración, un cristiano, es un molino paralizado. Muchos de nuestros fracasos y deserciones se deben a que hemos roto la “línea” telefónica con el Señor. La oración nos hace fuertes, nos clarifica, nos hace reflexionar y llevar a cabo la voluntad del Padre.