sábado, 29 de junio de 2013
ESTUDIO DEL PADRENUESTRO
En la oración del Señor, a
la invocación inicial: «Padre Nuestro, que estás en el Cielo», siguen siete
peticiones. «Las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del
Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la
voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas
peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado
y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal»
(Catecismo, 2857).
El Padre Nuestro es el
modelo de toda oración, como enseña Santo Tomás de Aquino: «La oración
dominical es la más perfecta de las Oraciones... En ella, no sólo pedimos todo
lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene
desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también
forma toda nuestra afectividad».
Primera
petición: Santificado sea tu nombre
La santidad de Dios no puede
ser acrecentada por ninguna criatura. Por ello, «el término “santificar” debe
entenderse aquí (…), no en su sentido causativo (sólo Dios santifica, hace santo),
sino sobre todo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una
manera santa (…). Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos
en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra
humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en “el benévolo
designio que él se propuso de antemano” para que nosotros seamos “santos e
inmaculados en su presencia, en el amor” (cfr. Ef 1, 9.4)» (Catecismo, 2807).
Así pues, la exigencia de la primera petición es que la santidad divina
resplandezca y se acreciente en nuestras vidas: «¿Quién podría santificar a Dios
puesto que Él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras “Sed santos
porque yo soy santo” (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el bautismo,
perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días
porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una
santificación incesante... Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad
permanezca en nosotros».
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