Primera
Estación
Última
Cena de Jesús con sus discípulos
La Santa Cena, (1763-Murcia) |
Y tomando pan,
después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria
mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es
la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 19–20).
Jesús,
antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor a todos los que están sentados
en su mesa. Sin excluir a ninguno: ni al traidor, ni al que lo va a negar, ni
a los que huirán. Los ha elegido como nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, llamada
a ser una.
Jesús
muere para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52). «No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por
la palabra de ellos, para que todos sean uno» (Jn 17, 20–21). El
amor fortalece la unidad. Y les dice: «Que os améis unos a otros»
(Jn 13, 34). El amor fiel es humilde: «También vosotros debéis lavaros
los pies unos a otros» (Jn 13, 14).
Unidos a
la oración de Cristo, oremos para que, en la tierra del Señor, la Iglesia viva
unida y en paz, cese toda persecución y discriminación por causa de la
fe, y todos los que creen en un único Dios vivan, en justicia, la fraternidad,
hasta que Dios nos conceda sentarnos en torno a su única mesa.
Segunda
Estación
El beso
de Judas
Beso de Judas, (1963-Málaga) |
«Y, untando el
pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él
Satanás» (Jn 13, 26).
«Se acercó a
Jesús… y le besó. Pero Jesús le contestó: “Amigo, a qué vienes”» (Mt 26, 49–50).
En la Cena
se respira un hálito de misterio sagrado. Cristo está sereno, pensativo,
sufriente. Había dicho: «Ardientemente he deseado comer
esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15). Y ahora,
a media voz, deja escapar su sentimiento más profundo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar»
(Jn 13, 21).
Judas se
siente mal, su ambición ha cambiado, a precio de traición,
al Dios del Amor por el ídolo del dinero. Jesús lo mira y él desvía la mirada.
Le llama la atención ofreciéndole pan con salsa. Y le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn 13, 27). El corazón
de Judas se había estrechado y se fue a contar su dinero, para después entregar
a Jesús con un beso. Y Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo reprocha,
le dice: Amigo. Si estás sintiendo en tu carne el frío de la
traición, o el terrible sufrimiento provocado por la división entre hermanos
y la lucha fratricida, ¡acude a Jesús!, que, en el beso de Judas, hizo suyas
las dolorosas traiciones.
Tercera
Estación
Negación
de Pedro
Negaciones de San Pedro, (1958-Orihuela) |
«Y saliendo afuera, lloró amargamente» (Lc
22, 62).
Un cristiano
tiene que ser un valiente. Y ser valiente no es no tener miedos, sino saber
vencerlos.
El cristiano
valiente no se esconde por vergüenza de manifestar en público su fe.
Jesús avisó a Pedro: «Satanás os ha reclamado para cribaros como
trigo. Pero yo he pedido por ti» (Lc 22, 31). «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres
veces hayas negado conocerme» (Lc 22, 34). Y el apóstol, por
temor a unos criados, lo negó diciendo: «No lo conozco» (Lc
22, 57). Al pasar Jesús por uno de los patios, lo mira…, él se estremece recordando
sus palabras…, y llora con amargura su traición. La mirada de Dios cambia
el corazón. Pero hay que dejarse mirar.
Con la mirada
de Pedro, el Señor ha puesto sus ojos en los cristianos que se avergüenzan de
su fe, que tienen respetos humanos, que les falta valentía para defender la
vida desde su inicio, hasta su término natural, o quieren quedar bien con criterios
no evangélicos. El Señor los mira para que, como Pedro, hagan acopio de valor
y sean testigos convencidos de lo que creen.
Cuarta
Estación
Jesús, sentenciado
a muerte
«Entonces se lo entregó para que lo crucificaran»
(Jn 19, 16).
La mayor
injusticia es condenar a un inocente indefenso. Y, un día, la maldad juzgó
y condenó a muerte a la Inocencia. ¿Por qué condenaron a Jesús? Porque Jesús
hizo suyo todo el dolor del mundo. Al encarnarse, asume nuestra humanidad
y, con ella, las heridas del pecado. Cargó con los crímenes de
ellos (Is 53, 11), para curarnos por el sacrificio de la
Cruz. Como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is
53, 3), expuso su vida a la muerte (Is 53, 12).
Lo que más
impresiona es el silencio de Jesús. No se disculpa, es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn
1, 29), fue azotado, machacado, sacrificado. Enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7).
En el silencio
de Dios, están presentes todas las víctimas inocentes de las guerras que
arrasan los pueblos y siembran odios difíciles de curar. Jesús calla en el
corazón de muchas personas que, en silencio, esperan la salvación
de Dios.
Quinta
Estación
Jesús
carga con su cruz
Jesús del Gran Poder, (1942-Madrid) |
«Y, cargando Él mismo con la cruz, salió al sitio llamado “de la
calavera”» (Jn 19, 17).
Cruz no
sólo significa madero. Cruz es todo lo que dificulta la vida. Entre las
cruces, la más profunda y dolorosa está arraigada en el interior del
hombre. Es el pecado que endurece el corazón y pervierte las relaciones
humanas. «Porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidas,
adulterios fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias»
(Mt 15, 19). La cruz que ha cargado Jesús sobre sus hombros para morir en
ella, es la de todos los pecados de la Humanidad entera. También los míos. Él llevo nuestros pecados en su cuerpo (1Pe 2,
24). Jesús muere para reconciliar a los hombres con Dios. Por eso hace a la
cruz redentora. Pero la cruz por sí sola, no nos salva. Nos salva el
Crucificado.
Cristo
hizo suyo el cansancio, el agotamiento y la desesperanza de los que no encuentran
trabajo, así como de los inmigrantes que reciben ofertas laborales indignas
o inhumanas, que padecen actitudes racistas o mueren en el empeño por
conseguir una vida más justa y digna.
Sexta
Estación
Jesús cae
bajo el peso de la cruz
Jesús cayó bajo
el peso de la cruz varias veces en el camino del Calvario(Tradición de la Iglesia de Jerusalén).
La Sagrada
Escritura no hace referencia a las caídas de Jesús, pero es lógico que perdiera
el equilibrio muchas veces. La pérdida de sangre por el desgarramiento
de la piel en los azotes, los dolores musculares insoportables, la tortura
de la corona de espinas, el peso del madero…, ¡no hay palabras para describir
el dolor que Cristo debió experimentar! Todos, alguna vez, hemos tropezado
y caído al suelo. ¡Con qué rapidez nos levantamos para no hacer el ridículo!
Contempla a Jesús en el suelo y todos a su alrededor riendo con sorna y dándole
algún que otro puntapié para que se levantara. ¡Qué ridículo, qué humillación,
Dios mío! Dice el salmo: «Pero yo soy un gusano, no un
hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de
mí, hacen visajes, menean la cabeza» (Sal.22, 7–8). Jesús sufre
con todos los que tropiezan en la vida y caen sin fuerzas víctimas del alcohol,
las drogas y otros vicios que les hacen esclavos, para que, apoyados en Él,
y en quienes los socorren, se levanten.
Séptima
Estación
El Cireneo ayuda a llevar la cruz
El Cirineo ayuda a llevar la Cruz (1630-León) |
Simón era
un agricultor que venía de trabajar en el campo. Le obligaron a llevar la
cruz de nuestro Señor, no movidos por la compasión, sino por temor a que se
les muriese en el camino. Simón se resiste, pero la imposición, por parte
de los soldados, es tajante. Tuvo que aceptar a la fuerza. Al contacto con
Jesús, va cambiando la actitud de su corazón y termina compartiendo la situación
de aquel ajusticiado desconocido que, en silencio, lleva un peso superior a sus débiles fuerzas. ¡Qué importante es para los cristianos descubrir
lo que pasa a nuestro alrededor, y tomar conciencia de las personas que nos
necesitan!
Jesús se
ha sentido aliviado gracias a la ayuda del Cirineo. Miles de jóvenes marginados
de la sociedad, de toda raza, condición y credo, encuentran cada día cirineos
que, en una entrega generosa, caminan con ellos abrazando su
misma cruz.
Octava
Estación
La
Verónica enjuga el rostro de Jesús
La Verónica enjuga el rostro de Jesús (1957-Jérez de la Frontera) |
«El Señor lo
guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega
a la saña de sus enemigos» (Sal 41, 3).
Le seguía
una multitud del pueblo y un grupo de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban llorando. Jesús se volvió y les dijo: «No lloréis
por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Llorad, no con
llanto de tristeza que endurece el corazón y lo predispone a producir
nuevos crímenes… Llorad con llanto suave de súplica, pidiendo al cielo misericordia
y perdón. Una de las mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de
sangre, tierra y salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó
hasta Él. Se quitó el pañuelo y le limpió la cara suavemente. Un soldado la
apartó con violencia, pero, al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado
el rostro ensangrentado y doliente de Cristo.
Jesús se
compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el paño de la Verónica deja plasmado
su rostro, que evoca el de tantos hombres que han sido desfigurados por regímenes
ateos que destruyen a la persona y la privan de su dignidad.
Novena
Estación
Jesús es
despojado de sus vestiduras
Jesús despojado de sus vestiduras (1986-Granada) |
«De la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa»
(Is 1, 6).
Mientras
preparan los clavos y las cuerdas para crucificarlo, Jesús permanece de
pie. Un despiadado soldado se acerca y, tirándole de la túnica, se la
quita. Las heridas comenzaron a sangrar de nuevo causándole un terrible
dolor. Después se repartieron los vestidos. Jesús queda desnudo ante la
plebe. Le han despojado de todo y le hacen objeto de burla. No hay mayor humillación,
ni mayor desprecio.
Los vestidos
no sólo cubren el cuerpo, sino también el interior de la persona, su intimidad,
su dignidad. Jesús pasó por este bochorno porque quiso cargar con todos los
pecados contra la integridad y la pureza, y murió para quitar los pecados de todos (Hb 9, 28).
Jesús padece
con los sufrimientos de las víctimas de genocidios humanos, donde el
hombre se ensaña con brutal violencia, en las violaciones y abusos sexuales,
en los crímenes contra niños y adultos. ¡Cuántas personas desnudadas de su
dignidad, de su inocencia, de su confianza en el hombre!
Décima
Estación
Jesús es
clavado en la cruz
Jesús clavado en la Cruz (La Crucifixión, 1885-Zamora) |
Habían conducido
a Jesús hasta el Gólgota. No iba solo, lo acompañaban dos ladrones que también
serían crucificados. Lo crucificaron; y, con Él,
a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús (Jn 19, 18).
¡Qué imagen tan simbólica! El Cordero que quita el pecado
del mundo se hace pecado y paga por los demás. El gran pecado
del mundo es la mentira de Satanás, y a Jesús lo condenan por declarar la
Verdad: su ser Hijo de Dios. La verdad es el argumento para justificar la
crucifixión. Es imposible describir lo que padeció físicamente el
cuerpo de Cristo colgando de la cruz, lo que sufrió moralmente al verse desnudo
crucificado entre dos malhechores y sentimentalmente, al encontrarse
abandonado de los suyos.
Jesús en
la cruz acoge el sufrimiento de todos los que viven clavados a situaciones
dolorosas, como tantos padres y madres de familia, y tantos jóvenes, que,
por falta de trabajo, viven en la precariedad, en la pobreza y la desesperanza,
sin los recursos necesarios para sacar adelante a sus familias y llevar
una vida digna.
Undécima
Estación
Jesús
muere en la cruz
Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, (1942-Málaga) |
«Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron
las piernas» (Jn 19, 33).
Era sábado,
el día de la preparación para la fiesta de la Pascua. Pilatos autorizó que
les quebraran las piernas para acelerarles la muerte y no quedaran colgados
durante la fiesta. Jesús ya había muerto, y un soldado, para asegurarse, le traspasó el corazón con una lanza. Así se cumplieron
las Escrituras: No le quebrarán ni un hueso.
El sol se
oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra… Es momento
sagrado de contemplación. Es momento de adoración, de situarse frente
al cuerpo de nuestro Redentor: sin vida, machacado, triturado, colgado…,
pagando el precio de nuestras maldades, de mis maldades…
Señor,
pequé, ¡ten misericordia de mí, pecador! Amén.
Jesús
muere por mí. Jesús me alcanza la misericordia del Padre. Jesús paga todo
lo que yo debía. ¿Qué hago yo por Él?
Ante el
drama de tantas personas crucificadas por diferentes discapacidades,
¿lucho por extender y proclamar la dignidad de la persona y el Evangelio de
la vida?
Duodécima
Estación
El descendimiento
de la cruz
«José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana
limpia» (Mt 27, 59).
Cristo ha
muerto y hay que bajarlo de la cruz. Acerquémonos a la Virgen y compartamos
su dolor. ¡Qué pasaría por su mente! «¿Quién me lo bajará? ¿Dónde lo
colocaré?» Y repetiría de nuevo como en Nazaret: «¡Hágase!» Pero ahora está más unida a la entrega incondicional
de su Hijo: «Todo está consumado». Entonces aparecieron José de
Arimatea y Nicodemo, que, aunque pertenecientes al Sanedrín, no habían tenido
parte en la muerte del Señor. Son ellos quienes piden a Pilatos el cuerpo del
Maestro para colocarlo en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que estaba
cerca del Calvario.
Cristo ha
fracasado, haciendo suyos todos los fracasos de la Humanidad. El Hijo del
hombre ha sido eliminado y ha compartido la suerte de los que, por distintas
razones, han sido considerados la escoria de la Humanidad, porque no
saben, no pueden, no valen. Son, entre otros, las víctimas del sida, que, con
las llagas de su cruz, esperan que alguien se ocupe de ellos.
Decimotercera
Estación
Jesús en
brazos de su madre
«Ved si hay dolor como el dolor que me atormenta» (Lam
2, 12).
Aunque
todos somos culpables de la muerte de Jesús, en estos momentos tan dolorosos
la Virgen necesita nuestro amor y cercanía. Nuestra conciencia de pecadores
arrepentidos le servirá de consuelo.
Con actitud
filial, situémonos a su lado, y aprendamos a recibir a Jesús con la ternura
y amor con que ella recibió en sus brazos al cuerpo destrozado y sin vida de
su Hijo. «¿Hay dolor semejante a mi dolor?»
Y, mientras
preparaban el cuerpo del Señor según se acostumbra a enterrar
entre los judíos (Jn 19, 40) para darle sepultura, María,
adorando el Misterio que había guardado en su corazón sin entenderlo, repetiría
conmovida con el profeta:
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado?
¡Respóndeme!» (Mq 6, 3).
Al contemplar
el dolor de la Virgen, hacemos memoria del dolor y la soledad de tantos padres
y madres que han perdido a sus hijos por el hambre, mientras sociedades
opulentas, engullidas por el dragón del consumismo, de la perversión materialista,
se hunden en el nihilismo de la vaciedad de su vida.
Decimocuarta
Estación
Jesús es
colocado en el sepulcro
Cristo yaciente, ( 1625-Segovia) |
«José de Arimatea rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro
y se marchó» (Mt 27, 60).
Por la proximidad
de la fiesta, se dieron prisa en preparar el cuerpo del Señor para colocarlo
en el sepulcro que ofrecieron José y Nicodemo. El sepulcro era nuevo, a
nadie se había enterrado en él.
Una vez colocado
el cuerpo sobre la roca, José hizo rodar la piedra de la puerta, quedando la
entrada totalmente cerrada. Si el grano de trigo no muere…
Y, después
del ruido de la piedra al cerrar el acceso al sepulcro, María, en el silencio
de su soledad, aprieta la espiga que ya lleva en su corazón como primicia
de la Resurrección.
En esta espiga
recordamos el trabajo humilde y sacrificado de tantas vidas gastadas en
una entrega sacrificada al servicio de Dios y del prójimo, de tantas
vidas que esperan ser fecundas uniéndose a la muerte de Jesús.
Recordamos
a los buenos samaritanos, que aparecen en cualquier rincón de la tierra
para compartir las consecuencias de las fuerzas de la naturaleza: terremotos,
huracanes, maremotos…
Oración
del Papa a la Virgen
Virgen de Regla, (1675-Sevilla) |
---oOo---