Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo.
La novedad consiste en que por el Bautismo, el cristiano está ya
sacramentalmente muerto con Cristo, para vivir una vida nueva; y si morimos en
la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo"
y perfecciona nuestra incorporación a Él en su acto redentor.
En la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Es el fin de la peregrinación
terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece
para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último
descanso.
El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una
ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Esto no quiere decir que no se
sienta tristeza y dolor ante la muerte propia o de un ser querido, pero, es
diferente afrontar el dolor con la esperanza de que un día volveremos a
reunirnos ante el Señor.
La
fiesta de los Fieles Difuntos, que celebraremos el próximo día 2 de Noviembre,
corresponde a una larga tradición en la fe Católica en la cual oramos por
aquellos hermanos nuestros que han pasado a un plano distinto de existencia,
ellos se encuentran en un estado de purificación llamado Purgatorio antes de
alcanzar la perfecta y santa unión con Dios para toda la eternidad. Es un
estado en el cual el alma alcanza su mayor esplendor, es decir, el esplendor de
Dios, ya que es en Dios mismo donde el alma de los difuntos se va purificando y
transformando.
La
costumbre de orar por los difuntos es muy ancestral. El libro 2º de los
Macabeos en el Antiguo Testamento dice: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios
por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (2Mac. 12, 46);
y siguiendo esta tradición, la Iglesia desde los primeros siglos ha tenido la
costumbre de orar por los difuntos.
Al
respecto, San Gregorio Magno dice: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que
no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas
que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos
las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso
ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso".
En
el pasado, esta fiesta se orientaba a la tarea de liberar a las "benditas
almas del Purgatorio." Ellas eran la "Iglesia Purgante," en
espera de que la "Iglesia Militante", es decir nosotros, hiciéramos
algo para reducir su sufrimiento y así unirse a los santos del cielo, la
"Iglesia Triunfante."
Sin
negar nuestra necesidad de ser purificados de cualquier huella de pecado, el
pasaje del Libro de la Sabiduría es muy consolador. Nos dice que los difuntos
justos se encuentran seguros en la protección de Dios; y sólo los insensatos
piensan que "su salida de entre nosotros, [es] una completa
destrucción." Lloramos su muerte, y su paso a la vida eterna la
consideramos como nuestra pérdida. Pero para aquellos que tienen fe, su
esperanza está "llena de inmortalidad." En otras palabras, la
esperanza no puede ser extinguida por la muerte.
Con
las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir
el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria
de Dios. A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer
la Santa Misa por los difuntos. Por eso la Iglesia ha instituido el 2 de
noviembre por las almas de los fieles difuntos.
La
oración en favor de los difuntos, las limosnas, las indulgencias y las obras de
penitencia les ayudan a hacer más corto el periodo de purificación para gozar
de la presencia de Dios. Nuestra oración por los difuntos también nos ayuda a
nosotros, porque los que ya están en el cielo interceden por los que estamos en
la tierra para que tengamos la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida
eterna.
En
Dios no hay lugar para el miedo sino la confianza y el valor. San Pablo nos
dice que hay que tener una esperanza enraizada en el amor de Dios. Si Cristo
murió por nosotros cuando todavía estábamos condenados por el pecado, ¿cuánto
más podremos esperar aún de parte de Dios ahora que hemos sido redimidos por la
sangre de Cristo su Hijo?
Cristo
nos invita a mantener viva la esperanza de que a nosotros o a nuestros seres
queridos se nos restaure la vida, ya que Él mismo es la resurrección y la vida.
Cristo
resucitó a Lázaro de entre los muertos pero tuvo que morir de nuevo, pero lo
que Cristo le prometió, y nos promete a nosotros, es una vida que no está
sujeta a la muerte: "...quien vive y cree en mí nunca morirá."
De los Escritos del Padre Salvador Márquez-Muñoz, párroco de la Iglesia de
San Eduardo en Little Rock.
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JOLABE