EL VALOR DE LA VIDA HUMANA
Para mí poder estar
hoy aquí es un gran regalo. Entender este regalo como algo que debe estar al
servicio de todos es algo tan misterioso y a la vez tan claro, que sólo
corresponde al Amor que Dios Padre me tiene, un Amor que veo día a día
reflejado en mi vida. En esta Vida que
hoy me siento orgulloso de poder vivir y defender de tantos males y destrucción
que le acechan.
El hombre engendra y,
simultáneamente, Dios crea; de tal modo que, en la generación, es muchísimo
mayor la obra de Dios que la obra del hombre. Dice San Agustín que Dios es
quien da vigor a la semilla y fecundidad a la madre, y sólo Él pone -creándola-
el alma. Por eso, otro padre de la Iglesia nos hace esta sugerencia bellísima:
Cuando alguno de vosotros besa a un niño, en virtud de la religión debe
descubrir las manos de Dios que lo acaban de formar, pues es una obra aún
reciente (de Dios), al cual, de algún modo, besamos, ya que lo hacemos con lo
que Él ha hecho. Así pues, la vida humana, desde su concepción posee valor
divino, sagrado.
Compartir con todos
vosotros la Verdad el Camino y la Vida, me llena de entusiasmo e iniciativa
para actuar conforme a lo que la Vida me ha dado, una conciencia a favor de
ella, una actitud de lucha por ella, y a la vez practicar el amor al prójimo
entendido en la defensa de su vida, sobre todo de aquellos mas débiles e
inocentes.
El embrión humano es algo divino en tanto que es ya un hombre en acto.
Por minúsculo que resulte a nuestra mirada, encierra una estructura grandiosa,
admirable, completísima, animada por un alma inmortal, que constituye un
macrocosmos sagrado. San Agustín queda incluso más admirado ante la formación
de un nuevo ser humano que ante la resurrección de un muerto. Cuando Dios
resucita a un muerto, recompone huesos y cenizas; sin embargo -explica ese
grande del saber teológico- tú, antes de llegar a ser hombre, no eras ni ceniza
ni huesos; y has sido hecho, no siendo antes absolutamente nada. Si dependiera de nosotros que Dios resucitase a un
muerto (pariente, amigo o desconocido), seguramente haríamos todo cuanto
estuviera en nuestro poder, por costoso que resultase. Si Dios nos dijera: haz
esto, y este hombre volverá a la vida;
sentiríamos una emoción profunda y nos hallaríamos felices de ser cooperadores de un hecho portentoso, divino. Pues aún de mayor
relieve es la concepción de un nuevo ser humano. De donde no había nada, surge
una imagen de Dios.
Todos sabemos que la vida como valor incalculable, tiene un eco
profundo y persuasivo en el corazón de cada persona, creyente e incluso no
creyente, porque, superando infinitamente sus expectativas, se ajusta a ella de
modo sorprendente.
Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre
dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo
secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su
corazón el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y
afirmar el derecho de cada ser humano, independientemente de su estado de vida,
a ver respetado totalmente este bien primario suyo.
En el reconocimiento de este derecho se fundamentan la convivencia
humana y la misma comunidad política.
El resultado al que se llega con la práctica del aborto y legalización
es dramático: si es muy grave y preocupante el fenómeno de la eliminación de
tantas vidas humanas incipientes o próximas a su ocaso, no menos grave e
inquietante es el hecho de que la conciencia misma, casi oscurecida por
condicionamientos tan grandes, le cueste cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo
referente al valor fundamental mismo de la vida humana.
A todas las personas de bien y con conciencia de hecho, que son pueblo
de vida y para la vida, os invitamos
apremiantemente desde Derecho a Vivir para
que, juntos, podamos ofrecer a este mundo nuestro signos de esperanza,
trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad y se afiance una
nueva cultura de la vida humana, para la edificación de una auténtica
civilización de la Verdad y del Amor.
¡NECESITAMOS
NACER Y VIVIR, TODOS!
El aborto se promueve con dimensión de exterminio, no ya de un sector de la población, sino de
la sociedad misma, que no ve más allá de sus narices y es incapaz de contar las
generaciones que quedan antes de su agotamiento, después de la mayor opulencia,
que ya no tendrá marcha atrás. Otros vendrán que ocuparán el lugar, pero ya no
seremos nosotros, y mucho menos nuestros hijos. La hipocresía es uno de los
mecanismos empleados para hacer digerible semejante sangría: los famosos se
fotografían con niños que viven con síndrome de Down, mientras la sociedad
consiente que tras la detección de este trastorno no se permita vivir al que
todavía no ha nacido. Fariseísmo, ceguera, mentira, todo vale para aceptar lo
inaceptable, porque el fin lo justifica: nunca antes nadie vivió tan a gusto
como nosotros, que llevamos existencias de reyes.
El precio es muy
alto, pero se silencia y se disfraza. Se habla de libertad, de
derechos sin referencia alguna a la dignidad, sin mención a lo que es el
hombre. Porque la persona no tiene valor, ya no cuentan más que unos pocos: los
que han tenido la fortuna de nacer, son fuertes, jóvenes, queridos por alguien,
y tienen dinero con el que protegerse. De momento. Los demás se encuentran en
peligro. Mañana cualquiera puede estarlo. La vida humana ya no vale nada por sí
misma. Si no aportas algo material, corres un riesgo, si nadie te dispensa su
afecto, estás sentenciado. La persona vale tanto como otro quiera, porque otro
decide hoy si mereces que vivas o no; siempre se empieza por los más débiles, y
al final se impone por completo la ley del más fuerte. Lo veremos, lo estamos
viendo.
Juan Martínez Domínguez
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