martes, 29 de julio de 2014

SACRAMENTO DE LA PANITENCIA (2)

Recapitulemos:

1.      El sacramento de la Penitencia, o Reconciliación, fue instituido por Nuestro Señor Jesucristo para borrar los pecados cometidos después del Bautismo. Por esto es un Sacramento para nuestra curación espiritual y, al mismo tiempo, es el sacramento de la conversión porque por su medio volvemos al Padre.

2.     Después del Bautismo no es posible borrar los pecados mortales cometidos y obtener el perdón de estos sin la Confesión, aunque es posible anticipar el perdón con la contrición perfecta acompañada del propósito de confesarse.

Ya explicaremos qué es esto de la constricción perfecta e imperfecta.



También habíamos expuesto dos de las escusas con las que se evita ir a la confesión pero que son graves equivocaciones consecuencia de una mala formación doctrinal o de la influencia fortísima del relativo y el protestantismo:

1º. ¿Quién es el cura para perdonar pecados?
2º. “yo me confieso con Dios directamente, ¿para qué quiero un intermediario?

Aclarados estos puntos anteriormente, nos adentramos en el resto de cuestiones que pueden asaltarnos ante el sacramento de la confesión y que generan dudas en algunos católicos.
3º. ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un pecador como yo? Porque ese pecador no es un hombre cualquiera, Cristo lo ha llamado y le ha dado el poder para perdonar pecados por medio del Sacramento del Orden. El problema no es la cantidad de pecados, es decir, si es más, menos o igual de pecador que yo. No me confieso porque el sacerdote sea santo e inmaculado, sino porque tiene el poder de perdonarme los pecados y esto le bien de dios y no de su bondad. Ojo, que le poder de perdonare pecado no depende de la santidad del sacerdote. Si esto fuera así sería terrible porque uno no sabría a quién acudir para que lo absuelva de sus pecados. De hecho, el que sea un hombre, pecador como otro cualquiera, nos facilita la confesión ya que el sacerdote sabe por sí mismo lo que es la debilidad y nos puede entender mejor.
4º. Me da vergüenza ir a confesar: bueno, esto es normal. Pero es un hecho conocido que cuanto más nos cuesta decir algo mayor es la paz interior que obtendremos una vez liberado de ese peso. También puede ser que quienes se confiesan poco sientan esta vergüenza más veces que quienes acuden a la confesión con una regularidad quincenal o mensual. Vamos, tampoco hay ningún pecado que pueda sorprender a ningún sacerdote… no olvidemos lo que habíamos comentado antes: el diablo nos quita le vergüenza para pecar y nos la devuelve multiplicada para que no nos confesemos.
5º. ¿Para qué confesarme si mis pecados son siempre los mismos? Esto no es un problema real y, además, es comprensible que nuestros defectos sean siempre los mismos. Imagínense lo terrible que sería que nuestros defectos cambiaran continuamente... Hay un ejemplo bien claro sobre la necesidad de la confesión. Cuando la ropa está sucia no esperamos a que tenga nuevas manchas para lavarla. La ropa sucia se lava, más o menos, cuando está igual de sucia. Tampoco es verdad que siempre sean los mismos pecados, son diferentes aunque sean de la misma especie. Es decir, cuando insulto a alguien, cada insulto es distinto. Tampoco es lo mismo criticar a una persona que criticar a diez, seguro que las críticas fueron distintas. Además, los pecados ya confesados fueron perdonaos y ahora se necesita el perdón de los pecados cometidos desde la última confesión.
6º. Pero es que confesarme no me sirve para nada porque sigo cometiendo los mismos pecados. La confesión abre el furúnculo de la culpa y permite que el veneno del pecado salga. La confesión es sanadora, abre nuestros corazones para recibir la gracia de Dios. Por medio de la confesión Cristo nos perdona y por medio de ellas destruye las barreras con él, entre nosotros y otras personas. Hay ocasiones en que podemos haber confesado nuestros pecados y todavía nos sentimos culpables. ¿Por qué? Es posible que el diablo esté intentando en que pensemos que no podemos salvarnos y quitarnos la certeza de haber sido perdonados por aquel que dio su vida por muchos en la cruz.  Pero también puede suceder que el Espíritu Santo nos este i dicando que si mi pecado afectó a otra persona tengo que ponerme en camino e ir a ella para pedirle perdón por el daño que le hice. Recurramos de nuevo a la analogía de la ropa sucia: sabemos que la ropa volverá a ensuciarse y por ello no dejamos de lavarla. Esto permite que la mugre no se acumule, pues del mismo modo, aunque a veces no lo percibamos, cuando entregamos todos nuestros pecados a Cristo para que nos limpie por medio del Sacramento de la Reconciliación que él ha dado a su Iglesia, por la gracia, nos va sanando y transformando.
7º. Sé que cuando salga de la iglesia volveré a pecar…esto es porque no estoy verdaderamente arrepentido. Eso depende, pero lo que Cristo me pide por medio de sus sacerdotes es que en ese momento esté arrepentido y que tenga disposición para luchar por non volver a pecar. Esto no quiere decir que no volveremos a pecar, peor lo que se me pide es que me decida con valentía a luchar poniendo freno a aquellas situaciones previas que sé que me llevan al pecado, o lo que es lo mismo, cuando veo que el patinete comienza a coger la cuesta abajo y sé que no puede frenar, apartarme lo antes posible del borde que me lleva a caer por la rampa. Pidamos a Dios que nos de su gracia y que la dejemos trabajar… él todo lo puede.
8º. ¿Y si el sacerdote piensa mal de mí? El sacerdote está para confesar, para perdonarnos. Si piensa mal, es un pecado suyo del que tiene que confesarse. Lo normal es que valore nuestra fe, nuestra lucha, tu sinceridad, tus ganas de ser mejor… la experiencia que cuentan los confesores es que el estar horas en el confesionario sólo se hace por amor a las almas y por ellos emplean el tiempo necesario para escucharte con atención. Tampoco es excusa decir que tememos que el cura le cuente a alguien mis pecados. Esto está penado con la excomunión para el sacerdote. Además, muchos han dado su vida por no querer revelar los pecados de algún fiel.
9º. Me da pereza o no tengo tiempo. Esto puede ser verdad, pero es fácil de superar, sólo hace falta ser valiente, confiar en la misericordia de Dios. Tampoco es creíble que en un mes no tengas diez o quince minutos para dedicárselos a tu amistad con Dios y confesarte. ¿Cuántas horas de televisión dedicas al día?
10º. No encuentro un cura para confesar. Aunque hay pocos sacerdotes, aún no están en extinción. Que no nos dé corte ir a la sacristía a pedir al sacerdote que nos confiese si este no está confesando aún o ya se quitó y aún hay tiempo suficiente para ello.

No hay excusa que valga. Los que se acercan a la misericordia de Dios por el Sacramento de la Penitencia, obtiene el perdón de los pecados, se reconcilia con Dios y con la Iglesia a que manchamos con nuestro pecados.

José Antonio Calvo Millán

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