"Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la
misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo
tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados.
Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones"
(LG 11).
Con frecuencia entre
los católicos aparecen aún muchas dudas sobre este Sacramento de misericordia. Esto se debe, en parte, porque en muchos
lugares se ha dejado de practicar… sí, como leen. Otra baza en detrimento de
este hermoso encuentro con la misericordia de Dios es que se ha dejado de
predicar en las parroquias las verdades de la fe y ello en favor de una
supuesta caridad vacía de la Verdad, por miedo, una vez más, a que nuestras
asambleas se vean reducidas en número, porque el número sigue importándonos.
Hay sacerdotes y
laicos que, desgraciadamente, no creen en el Sacramento de la reconciliación. Una
pena, porque como expresa el texto que encabeza esta pequeña catequesis, por la
misericordia de Dios, arrepentidos verdaderamente de todas nuestras culpas,
somos perdonados de nuestras faltas, se nos devuelve la vida de la gracia, la
amistad perdida con Dios es rehecha y a
la vez se nos reconcilia con la Iglesia a la que hemos manchado y afeado con
nuestro pecado.
El papa Francisco,
acudiendo a su experiencia personal, nos dice sobre este sacramento:
“El
sacramento de la reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a
confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que
hice y no está bien. El ícono bíblico que los representa mejor, en su profundo
vínculo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico,
donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los
cuerpos”.
Si creemos en
Jesucristo, si creemos que es Dios, que nos salvará… y todo esto basándonos en
la Sagrada Escritura, ¿por qué no creemos en este Sacramento del Perdón? ¿Jesucristo
no es Dios? Y si es Dios, ¿no puede hacer lo que quiere para nuestro bien? O,
¿es que estamos fabricando una fe de supermercado en la que voy cogiendo los
que me gusta y rechazando aquello que me toca la herida? ¿A caso no es el mismo
Jesucristo quien instituye este sacramento en Pascua?
“Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos»”.
Cuidado… son muchas
las sectas de inspiración bíblica (Testigo de Jehová, Evangélicos,
Pentecostalistas, etc.), que hacen la guerra contra la verdadera y única Iglesia
de Jesucristo atacando a este sacramento y nos incitan, con engaño, a que nos “confesemos directamente con Dios porque solo
él puede perdonar los pecados”. Pero de esto hablaremos en otra catequesis.
El amado papa
Magno, San Juan Pablo II lo trató con gran claridad y precisión: “ideas y opiniones erróneas y confusas,
presentes en la discusión teológica y entre grupos y asociaciones eclesiales”,
ideas que tienden a desconocer a Cristo como Salvador único y universal, y a
disminuir la necesidad de la Iglesia de Cristo para la salvación. Esto es un
grave error… Comentaba el Papa, de algunos que piensan y predican un supuesto “carácter limitado de la revelación de
Cristo, que encontraría un complemento en las demás religiones”, como si la verdad sobre Dios no
pudiera ser captada y manifestada en su totalidad por ninguna religión, tampoco
por el cristianismo y, ni siquiera, por el mismo Jesucristo. Pero “el santo Concilio, basado en la Sagrada
Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria
para la salvación” (LG, 14). Esta ha sido la posición de la Iglesia desde
sus comienzos y durante sus dos milenios de existencia. Sin embargo, si bien en
forma general se dice que es necesaria la pertenencia a la Iglesia Católica
para la salvación, el Catecismo explica el que “Fuera de la Iglesia no hay
salvación”. Esto debe entenderse de modo positivo, es decir, que toda salvación
viene de Cristo, que es la Cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo. Quien se
salva dentro y fuera de la Iglesia lo hace por la gracia de Cristo y por medio
de la Iglesia. Los que pertenecemos a ella, en virtud del bautismo. Los que no
pertenecen a ella por el bautismo, lo hacen en virtud de una pertenencia no
visible porque dice el Vaticano II: sin culpa por su parte no conocen la Verdad
y “buscan a Dios con sincero corazón e
intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios,
conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación
eterna” (Vat.II, LG 16 y CEC 847). En esa búsqueda de la verdad se están
ordenando, orientando su vida a Cristo y a su Esposa la Iglesia. Esto no quiere
decir que cuenten con los mismos auxilios que nosotros, plenamente incorporados
a Cristo por el Bautismo. Por lo tanto, Ellos, los no bautizados, están en una
situación deficitaria en orden a los auxilios para poder salvarse.
Pero, ¡ojo!, que quede
claro que no podrían salvarse aquéllos que, sabiendo que Cristo fundó su
Iglesia y que esta es necesaria para la salvación, no hubieran querido entrar a
ella o hubieran escogido separarse de la misma. Hablemos
más claro: para todos aquéllos que rechazan la doctrina de Cristo, que evitan
la pertenencia a la Iglesia, o que se separan formalmente o informalmente de
ella, que es el instrumento de salvación que Dios mismo nos ha dejado, y hacen
esto con pleno conocimiento y con pleno consentimiento, ponen en grave peligro
su salvación eterna.
Fíjense bien, a
Lucifer y a sus ángeles apostatas no le dio otra oportunidad porque su estado
era ya definitivo, es decir, tenía un conocimiento de Dios no total, pero sí
más perfecto que el nuestro y abusando de la libertad que Dios da a cada ser
creado por él, decidió rechazar a Dios y el solo se acarreó el estado de
condenación eterna, del cual no podrá salir nunca por mucho que nos quieran
vender eso de que Dios es misericordia y lo perdona todo. Sí, es cierto, Dios
es Misericordia y lo perdona todo, pero la vida no se la puede pasar uno
viviendo en libertinaje y de espaldas a Dios pensando que ya tendrá tiempo para
hacer las paces con el Creador… Miren que nadie sabe cuándo vendrá el Dueño de la
vida a pedirnos lo que le pertenece. Desde luego, el demonio no quiere que nos
confesemos porque en la confesión bien hecha se le entrega a Cristo las llaves
de las puertas que quedaron abiertas por el pecado, y Satanás sabe muy bien que
una vez perdonado el pecado él no podrá recordarlo en nuestra contra en el día
del Juicio Final.
Así que el
Sacramento de la Reconciliación es necesario después del bautismo porque a
pesar de haber recibido la vida nueva en el bautismo, esto no suprime la
fragilidad humana atravesada por el pecado original, lo cual nos inclina al
mal. El mismo apóstol san Juan nos dice: “Si
decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros”
(1 Jn 1,8). Además, ¿para qué nos enseñaría Jesús a orar pidiendo: “Perdona nuestras ofensas” si no
volviéramos a caer en la tentación? Hay que
leer más el catecismo de la Iglesia católica, porque se está colando en nuestra
Iglesia una teología, una manera de entender y vivir la fe propia del
protestantismo aunque algunos protestantes como Lutero se confesaron hasta el
final de sus días aunque solo fuera por calmar su conciencia.
Jesús llama a la
conversión y esta forma parte esencial del anuncio del Reino: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios
está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15). Por la fe en
la Buena Nueva y por el Bautismo se
renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los
pecados y el don de la vida nueva. Esta
llamada a la conversión que nos hace Cristo es una tarea ininterrumpida para
toda la Iglesia que “recibe en su propio
seno a los pecadores" y que siendo “santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca
sin cesar la penitencia y la renovación” (LG 8). Esto no es posible solo
con el esfuerzo humano, sino que es necesario que al corazón arrepentido o contrito
se una la gracia de Dios para que el hombre sea atraído hacia el amor gratuito
de Dios y podamos responder a aquel que nos ha amado primero.
Realmente este
Sacramento del abrazo de Dios y el hombre es hoy muy poco apreciado y quizás
sea porque los que creemos en su eficacia lo usamos con ligereza lo cual hace
que no nos aproveche la sanación que Cristo hace en nosotros por medio del
Sacramento. El demonio, dice un santo, nos quita la vergüenza para pecar y nos
la devuelve multiplicada para que nos avergüencen nuestros pecados y sobre todo
para que nos cueste confesarlos con franqueza llamando a cada cosa por su
nombre.
Las principales “escusas”
en contra de este sacramento:
1º. ¿Quién es el cura para perdonar pecados?
Realmente solo Dios perdona los pecados, pero ha querido hacerlo por medio de
la Iglesia a quien ha dado ese poder. ¿No han leído Jn 20, 23? A lo mejor el
problema es que no leemos, ni escuchamos, ni siquiera rezamos con la Palabra de
Dios. El argumento de “solo Dios perdona los pecado” hay que verlo no como lo
utilizaban los fariseos que se indignaban cuando Jesús en su vida terrena decía
que perdonaba los pecados:
“Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su
ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla.
Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: « ¡Ánimo, hijo!, tus pecados te
son perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús,
sabiendo lo que pensaban, les dijo: « ¿Por qué pensáis mal en vuestros
corazones? ¿Qué es más fácil, decir:
“Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues,
para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a
tu casa”». Se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó
sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad”.
2º. “yo me confieso con Dios directamente,
¿para qué quiero un intermediario? Buena pregunta, peor entonces, ¿cómo sabemos
que Dios ha escuchado nuestra petición de perdón? ¿es que me lo dice una voz?
No es tan sencillo. Una persona que roba y se niega a devolver lo robado si se
confiesa con Dios o por medio de un sacerdote no será perdonado hasta que
restituya lo robado. Además este argumento no es nada novedoso y ya hace 1600
años se daba. El mismo San Agustín luchaba contra quienes usaban de este
argumento afirmando el santo que Dios no dio las llaves a San Pedro sin
necesidad para atar y desatar. Este argumento, por lo tanto, es de
desconocedores de la Palbra de Dios e inutiliza la palabra de Cristo.
José
Antonio Calvo Millán