sábado, 1 de agosto de 2020

PENSAMIENTOS DEL PADRE PÍO

El Padre Pío, Francesco Forgione, o también conocido como Padre Pío de Pietreicina, nació en esa localidad de Italia en 1887, en el seno de una familia humilde y muy devota por la religión católica. Desde niño mostró que era piadoso y no tenía inconvenientes en hacer penitencias a favor de Dios.
Su salud era muy frágil, siempre estaba enfermo. Desde muy pequeño quiso ser sacerdote, tras conocer a un monje capuchino en el convento de Morcone, Fray Camilio, que pasó por su casa pidiendo limosna. Los amigos y vecinos del niño testificaron que sufría de “encuentros demoníacos” y que más de una vez lo vieron peleándose con su sombra.
A los 16 años decide convertirse en fraile. Su maestro fue el padre Tommaso, severo, pero de gran corazón, con mucha caridad a los internados. La vida allí fue muy dura, debía ayunar por períodos prolongados, y eso modificó su carácter y espíritu. Sus enfermedades fueron en aumento y nunca lo abandonarían. En 1904 pronunció sus votos temporales y se trasladó a otro convento.

En 1907 hizo sus votos permanentes y tuvo que partir hacia otro recinto, cerca del mar, algo que no le hizo bien porque su salud empeoró, por lo que tuvo que regresar. En 1910 se instaló en Benevento y en 1916 fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo, donde vivió hasta su fallecimiento en 1968, 50 años después de haber recibido su primer estigma.

Estos son algunos de sus pensamientos…

¡Bendigo a Dios que, por su gracia,
otorga santos sentimientos!
Me siento devorado
por el amor a Dios
y el amor por el prójimo.

Dios está siempre presente
en mi mente, y lo llevo impreso
en mi corazón.
Nunca lo pierdo de vista.
Es necesario cultivar con solidez
estas dos virtudes:
la dulzura con el prójimo
y la santa humildad con Dios.                                  

Sé dócil a los impulsos de la gracia,
secundando sus inspiraciones
y sus llamadas.

No te avergüences de Cristo
y de su doctrina.
En todos los acontecimientos humanos,
aprende a reconocer y a adorar
la voluntad de Dios.
Busquemos servir al Señor
con todo el corazón y
con toda la voluntad.

Nos dará siempre mucho más
de lo que merecemos.
Las cosas humanas necesitan
ser conocidas para ser amadas;
las divinas necesitan ser amadas
para ser conocidas.
¡Oh, qué precioso es el tiempo!
Felices los que saben aprovecharlo.
¡Oh, si todos llegasen a comprender
el valor del tiempo!
¡Seguro que se esforzarían por usarlo
de forma!                                                                    


Deberemos dar cuenta rigurosísima
de cada minuto, de cada actuación
de la gracia, de cada santa inspiración,
de cada ocasión que se nos presentaba
de hacer el bien.

Hagamos el bien mientras disponemos
del tiempo, y daremos gloria a nuestro
Padre del cielo, nos santificaremos a
nosotros mismos, y daremos buen
ejemplo a los demás.

¡Piensa siempre que Dios lo ve todo!
No lo olvidéis:
“El eje de la perfección es el amor.”
Quien está centrado en el amor,
vive en Dios, porque Dios es Amor,
como lo dice el Apóstol.
El corazón de nuestro divino Maestro
no conoce más que la ley del amor,
la dulzura y la humildad.

Poned vuestra confianza en la divina
bondad de Dios, y estad seguros
de que la tierra y el cielo fallarán
antes que la protección de vuestro
Salvador.
Caminad sencillamente por la senda
del Señor, no os torturéis el espíritu.                   


La oración
es la mejor arma que tenemos;
es la llave al corazón de Dios.
Debes hablarle a Jesús,
no solo con tus labios
sino con tu corazón.

En realidad, en algunas ocasiones
debes hablarle solo con el corazón...”
Cuanto más te vacíes de ti mismo,
es decir, de tu amor propio
y de toda atadura carnal,
entrando en la santa humildad,
más lo comunicará Dios a tu corazón.

Ama el silencio,
porque en el mucho hablar
hay siempre algo de culpa.
Mantente en el retiro
cuanto te sea posible,
porque en el retiro el Señor habla
al alma libremente
y el alma está en mejor situación
para escuchar su voz.




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                   JOSÉ LAGARES